CONDE
DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)
LOS
CANTOS DE MALDOROR
CUADRAGESIMOSÉPTIMA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO SEGUNDO
7 (2)
Su orgullo, dije,
porque teme que uniendo su vida a un hombre o una mujer, le reprochen tarde o
temprano, como una falta enorme, la conformación de su organismo. Entonces se
retrae en su amor propio, agraviado por esta suposición impía que nadie sino él
mismo ha hecho nacer, perseverando en medio de tormentos, en una soledad sin
consuelo. Allí, en un bosquecillo rodeado de flores, sumido en profundo sopor,
duerme el hermafrodita sobre el césped, empapado en llanto. Los pájaros
despiertos contemplan hechizados esa figura melancólica, a través de las ramas
de los árboles, y el ruiseñor no quiere hacer oír sus cavatinas de cristal. El
bosque se ha vuelto solemne como un sepulcro debido a la presencia nocturna del
infortunado hermafrodita. ¡Oh, viajero extraviado!, por tu espíritu aventurero
que te ha hecho dejar a tu padre y a tu madre desde la más tierna edad; por los
sufrimientos que te ha provocado la sed en el desierto; por tu patria que acaso
buscas después de haber errado proscripto durante mucho tiempo por comarcas
extranjeras; por tu corcel y su fidelidad amiga que ha soportado contigo el
exilio y la intemperie de los climas que te obligaba a recorrer tu humor
vagabundo; por la dignidad que dan al hombre los viajes por tierras lejanas y
mares inexplorables, en medio de los témpanos polares o bajo los efectos de un
sol tórrido, no toques con tu mano, como si fuera el estremecimiento de la
brisa, los bucles de esa cabellera esparcidos por el suelo y mezclados con la
hierba. Sería mejor que te apartaras unos pasos. Esa cabellera es sagrada; el
hermafrodita mismo lo ha querido así. No acepta que labios humanos besen con
fervor religioso sus cabellos perfumados por los soplos de la montaña, ni
tampoco su frente que en este momento resplandece como las estrellas del
firmamento. Pero más vale creer que se trata de una verdadera estrella, que ha
descendido de su órbita atravesando el espacio para posarse en esa frente majestuosa
a la que circunda con su luminosidad de diamante como una aureola. La noche que
aparta con la mano su tristeza se reviste de todos sus encantos para festejar
el sueño de esa encarnación del pudor, de esa imagen perfecta de la inocencia
de los ángeles: el zumbido de los insectos se va apagando. Las ramas inclinan
sobre él sus apagados penachos, a fin de protegerlo del rocío, y la brisa,
haciendo sonar las cuerdas de su arpa melodiosa, envía sus gozosos acordes a
través del silencio universal hasta sus párpados cerrados que creen asistir
inmóviles al armónico concierto de los mundos suspendidos. Sueña que es feliz,
que su naturaleza corporal se ha modificado, o que, por lo menos, vuela sobre
una nube purpúrea hacia otra esfera habitada por seres de su misma naturaleza.
¡Ay! ¡Ojalá su ilusión se prolongue hasta el despertar de la aurora! Sueña que
las flores danzan en ronda a su alrededor como inmensas guirnaldas
enloquecidas, impregnándolo con sus delicados perfumes, mientras él canta un
himno de amor entre los brazos de un ser humano de mágica belleza. Pero sus
brazos no estrechan más que el verbo del crepúsculo, y cuando despierte, sus
brazos no estrecharán nada. No te despiertes, hermafrodita; te ruego que
todavía no te despiertes. ¿Por qué no me haces caso? Duerme… duerme siempre.
Sólo te concedo que tu pecho se dilate al perseguir la esperanza quimérica de
la felicidad; pero no abras los ojos. ¡Ah, no abras los ojos! Quiero dejarte
así, pero no ser testigo de tu despertar. Acaso un día, con el auxilio de un
libro voluminoso, en páginas conmovedoras, relate yo tu historia, espantado de
lo que ella contiene y de las enseñanzas que se desprenden. Hasta ahora no he
podido hacerlo, pues cada vez que lo intenté, lágrimas abundantes se derramaban
sobre el papel mientras mis dedos temblaban, y no era de vejez. Pero quiero
tener ese valor al fin. Me indigna no poseer más nervios que una mujer, y
desmayarme como una doncella cada vez que medito en tu gran infortunio. Duerme…
duerme siempre; pero no abras los ojos. ¡Adiós, hermafrodita! Día tras día no
olvidaré de rogar al cielo por ti (si fuese por mí, no le rogaría). ¡Que la paz
sea en tu seno!
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