GUILLERMO
ENRIQUE HUDSON
LA
TIERRA PURPÚREA
QUINCUAGÉSIMA ENTREGA
XIV
/ LAS MUCHACHAS DEL YÍ (2)
“Esta niñita, Alma,
vivía muy cerca del río; pero muy, muy lejos de aquí, mucho más allá de los
árboles y las azulinas cuchillas; pues has de saber, Anita, que el Yí es un río
muy largo. Vivía con su abuelita y sus seis tíos, todos hombres altos, muy
grandes y de largas barbas; y siempre hablaban de la guerra, del ganado, de carreras
de caballos y de muchas otras cosas de importancia que Alma no podía
comprender. No había nadie que conversara con Alma, ni con quien ella pudiese jugar o hablar. Y
cuando ella salía de la cocina donde la gente grande estaba conversando, oía
cantar los gallos, ladrar los perros, gorjear las aves, balar las ovejas, y
también oía el murmullo de las hojas de los árboles sobre su cabeza; pero no
podía entender ni una sola palabra de lo que decían. Por último, no teniendo a
nadie con quien jugar o conversar, se sentó en el suelo y se puso a llorar.
Quiso la casualidad que cerca de donde estaba sentada, hubiese una vieja negra,
arrebozada en un pañuelo colorado, recogiendo leña para el fuego, y le preguntó
a Alma por qué estaba llorando.
“-Cómo no he de llorar -repuso
Alma- cuando no tengo a nadie con quien jugar o conversar?
Entonces la vieja negra
sacó un largo alfiler de bronce de su pañuelo de rebozo, y diciéndole que
sacara y sujetara afuera la lengua, se la pinchó con el alfiler.
“-Ahora -dijo la vieja-
puedes ir a jugar y a conversar con los perros, gatos, pájaros y árboles, pues
entenderás todo lo que ellos digan y ellos también te entenderán a ti.
“Esto llenó a Alma de
contento y corrió a la casa lo más ligero que pudo a conversar con el gato.
“-¡Ven acá, gato!
¿Quieres que conversemos y juguemos juntos?
“-¡Oh, no! -dijo el
gato-. Yo estoy demasiado ocupado aguaitando un pajarito, así que ándate al río
y juega con Nieblita, y la dejó, escabulléndose enseguida por entre la maleza.
Cuando les preguntó a los perros, tampoco pudieron jugar con ella porque “tenían
que cuidar de la casa y ladrarle a la gente extraña”. Ellos también le dijeron
que fuera a jugar con Nieblita al lado del río. Por último, Alma salió y agarró
un patito, una cosita suave y redonda como una bola de algodón amarillo, y le
dijo:
“-Mira, patito, vamos a
jugar y a conversar juntos!
“Pero el patito no
quiso y trató de escaparse, gritando al mismo tiempo: “¡Mamita! ¡Ay, mamita!
Ven a soltarme que esta Alma me tiene agarrado”.
“Entonces llegó la pata
nadando a toda prisa y dijo:
“-¡Suelta
inmediatamente a mi chiquillo y si quieres jugar, anda a jugar con Nieblita
allá en el río! ¿Qué te has figurado tú, que te atreves a agarrar a mi patito
lindo en tus manos? ¿Qué irás a hacer en seguida?, me pregunto yo.
“Así que Alma soltó el
patito, y, por último, dijo: -Pues bien, me iré al río y jugará con Nieblita.
“Esperó hasta que
divisó la neblina blanca, y entonces se fue corriendo hasta que llegó al Yí, y
se detuvo sobre la verde margen del río, envuelta en la blanca neblina. Al poco
rato, vio aparecer a una niñita muy linda que venía volando por entre la
neblina. Llegó la niñita, se paró sobre la banda del río y miró a Alma. Era
muy, muy linda; llevaba puesto un vestido blanco, más blanco que la leche, más
blanco que la espuma, todo bordado con flores moradas; también tenía blancas
medias de seda y zapatitos colorados, relucientes como las margaritas coloradas.
Su larga y ondeada cabellera relumbraba como oro y llevaba al cuello un collar
de grandes cuentas de oro. Entonces dijo Alma: ‘¡Oh, niñita linda!, ¿cómo se
llama usted?’, a lo que respondió la niñita:
“-¡Nieblita!
“-¿Quiere que
conversemos y juguemos juntas?
“-¡Oh, no! ¿Cómo podría
jugar yo con una niñita vestida como tú y con los pies desnudos?
“Pues has de saber que
la pobre Alma sólo tenía un vestidito viejo que le llegaba hasta las rodillas y
no tenía ni medias ni zapatos. Entonces Nieblita se elevó en el aire, se alejó
de la margen y se fue flotando río abajo; y, por fin, cuando hubo desaparecido
completamente en la neblina, Alma se puso a llorar. Luego, empezando a hacer
mucho calor, se fue, siempre llorando, a sentarse bajo los árboles; había dos
enormes sauces que creían en la margen del río. Entonces los árboles, sus hojas
azotadas por el viento, empezaron a susurrar y a conversar juntos, y Alma pudo
comprender todo cuanto decían.
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