HORACIO TATO LÓPEZ
UNA MIRADA CRÍTICA
por Carla Rizzoto
(reportaje recuperado de Túnel)
El básquetbol fue su modo de vida. Creció y se formó con reglas y
valores del juego colectivo. Es desde ahí que analiza, con profundidad y
franqueza, el deporte más popular y polémico de todos: el fútbol.
-Papá, me voy a jugar a Europa.
-No, quedate que puedo conseguirte una beca en Estados Unidos.
-Me vinieron a buscar del Barcelona, papá, yo me voy.
-Y yo no te firmo la salida del país.
Esta vez no me gana, pensó Horacio López a pesar de una frustración que
lo carcomía. Su disco duro almacenaba un revés semejante, cuando a los doce
años le prohibió viajar a China para competir en un campeonato mundial de
ping-pong, deporte que abandonó el mismo día que tuvo que desarmar la valija.
Pero esta vez se prometió no salir vencido y siguió con el básquetbol.
Hoy, a 38 años de aquella orden que -según dice- hubiera cambiado
el rumbo de su carrera, logra verlo con la objetividad propia del paso del
tiempo, o quizás con ojos de padre (tiene dos hijas y una nieta). “La España
post Franco era un quilombo y mis padres estaban preocupados. Era un contexto
complejo, además decían que no podían dejarme ir con un catalán desconocido”,
rememora. Ese catalán, José María Minguella -acota-, tiempo después salía
abrazado en fotos con Diego Maradona.
Ping-pong y básquet,
¿nunca fútbol, como la media de los niños uruguayos?
Mi padre y mi abuelo eran periodistas
de turf, y me crié dentro de Maroñas. Soñaba con ser jockey, pero a los nueve años
ya era más alto que cualquiera de ellos. Entonces fui a jugar al baby fútbol en
el Ceibo Aguada. En aquel momento no era por edad sino por altura; estaba con
chiquilines dos años más grandes que yo.
¿En qué puesto?
Arquero. Era titular, y cuando fuimos a
disputar la final, que ganamos 2-1, el técnico puso a un botija que no había
jugado en todo el año. El tipo me peló. Y encima habíamos ido a la iglesia
antes del partido, yo no rezaba nunca. Si algo me faltaba para no entrar más a
una iglesia era eso. Al año siguiente me fui a medir y estaba fuera de
categoría, no pude seguir.
La misma altura que lo excluyó del fútbol le abrió las puertas del
básquetbol y lo incitó a una prematura carrera que le planteó un debut en la
selección celeste siendo quinceañero. Pero fue en Estados Unidos -jugó becado
en dos oportunidades- donde descubrió todo: límites de entrenamiento, conceptos
de juego, progresiones. Eso, además de participar en un mundial de clubes con
los tops del momento; por lo que a los diecinueve años ya tenía una formación y
una experiencia inusuales para las canchas rioplatenses.
¿Qué tienen en común
el básquet y el fútbol?
El fútbol evolucionó muchísimo tomando
cosas del básquet. Cuando aprietan al rival contra las líneas, o cuando tiran
un centro y se cortinan, son cosas del básquetbol desde que existe. En lo que
refiere a los principios generales del deporte tienen todo en común: es mucho
más factible que tu equipo sea ganador si construís desde la solidez defensiva.
Lo que no tienen en común es que en el fútbol el resultado no siempre está
directamente relacionado con las capacidades desarrolladas por el equipo. De
repente podés plantear la estrategia de jugar a no jugar. En el básquet eso es
imposible, debés tener la pelota si querés ganar.
¿Los valores
deportivos son los mismos? En el libro La
fiesta inolvidable hablás de trabajo, determinación y paciencia.
Sí, eso no cambia. Aunque sucedió algo
entre el chiquilín de quince años que era súper alto y coordinado con lo que
sucede hoy. En aquel momento, por los volúmenes de trabajo y el conocimiento
sobre el entrenamiento, los deportistas eran setenta por ciento de talento
natural y treinta por ciento de trabajo. El crack de mi época era el flaco que
jugaba y después iba al boliche, como Diego [Maradona] o Sócrates. Me resulta
una época maravillosa del deporte porque todo eso influía en el mundo social y
político, eran tipos que hablaban. Pero claro, tampoco se rompían entrenando.
Hoy es al revés. Si en el deporte que sea te encontrás con un diamante en bruto
que no hace el trabajo y con otro que sin ser un diamante en bruto se mata
trabajando, cuando ambos lleguen a los veinte seguro que le irá mejor al
segundo. Incluso el concepto de talento ha cambiado, en mi época era una
persona con brazos largos, que corría, saltaba, tenía buen feeling con el juego y facilidad para la técnica. Hoy el talento
está en una persona que tiene la capacidad mental de desarrollar sus
condiciones y llevarlas hacia la excelencia.
¿Estás de acuerdo con
la frase que reza que un buen deportista “juega y hace jugar”?
De repente elegiría otra frase: “Juega
y hace mejor a sus compañeros”. Hay presencias que hacen bien a todos, es el
caso de Mascherano o de Godín. Hay otros jugadores que son fantásticos pero no
veo que le hagan mejor al conjunto. No creo que quienes juegan con Ronaldo, por
ejemplo, se potencien. El deporte colectivo consiste en sumar cualidades para
potenciar las individualidades, y que el conjunto sea mejor que la suma de cada
parte. El Barcelona marcó un paradigma en ese sentido, porque consiguió que
figuras como Messi, Neymar o Suárez pusieran sus cualidades al servicio del
conjunto. Si sacás a Iniesta de ese cuadro y lo llevás a otro, ¿jugará tan bien
como en el Barcelona? No lo sabemos; lo cierto es que levanta el techo de lo
colectivo. Hay que tener humildad para ceder determinadas cosas en pos del
conjunto, sobre todo cuando se trata de deportistas mediáticos, millonarios e
ídolos. Igual, al mismo tiempo el conjunto se los retribuye con resultados.
¿El juego colectivo
es la mayor virtud de la selección uruguaya?
Claro. Lo que el cuerpo técnico
uruguayo logró fue generar un equipo funcional dentro de un contexto
disfuncional como es el fútbol uruguayo, donde no están claros los roles, los
límites, el calendario, las competencias, y ahora encima hay personas
internacionalmente detenidas. Cada club en su interna también es disfuncional.
Dentro de ese contexto, el cuerpo técnico de Washington Tabárez creó un cuadro
funcional. Primero que nada logró una adhesión, el interés de ser parte de, y
luego la construcción de las categorías formativas. La posibilidad de que los
chiquilines que nacen aquí tengan lo mínimo necesario para desarrollar su
talento. Y los resultados son maravillosos.
¿Profesionalizó al
fútbol?
Diría que maximizó las posibilidades
del fútbol uruguayo en el contexto mundial actual. La acumulación de trabajo y
experiencias a lo largo de estos años permitieron crear un piso; entonces
cuando comienza una eliminatoria, a pesar de estar despatarrado, el equipo
entra a la cancha sabiendo qué puede dar y qué no. Te confieso que no pensé que
iba a ver esto: un Uruguay cuarto en un mundial, campeón de América luego de
ganar una final por tres goles en Argentina, que las selecciones formativas
clasifiquen a los mundiales en sus respectivas categorías. Es un fenómeno
similar al del ballet nacional. ¿Cómo es posible que vengan de distintas partes
del mundo a audicionar para el ballet uruguayo? Eso sucede gracias a un
diagnóstico previo, gente capacitada, una planificación y la aceptación de las
realidades que presenta el medio.
¿Este equipo desterró
la nostalgia de hazañas pasadas, como el maracanazo?
Este equipo logró desterrar aquello de
levantar a patadas al rival, aunque sin convertirse en algo que no es. Es muy
valioso pasar de ser el cuadro que te pudre el espectáculo o un campeonato a
esto de ahora, donde vamos y respetamos al rival. A Uruguay le hizo muy bien
volver a entender el sentido de la hombría; había una interpretación errónea de
ese concepto.
¿Por todo esto fue
que escribiste El camino es la recompensa,
el libro sobre Tabárez?
La ideóloga del libro fue la hija de
Washington, Tania. Cuando me convocó me encantó la idea. Estaba escribiendo
otro libro en ese momento y lo dejé para hacer el de Tabárez. En medio del
proceso creativo, pensé: “Si tengo a la persona acá, lo mejor que puedo hacer
es que hable y no ponerme a narrar lo que yo entiendo del tema”. Siempre
escribo sobre las cosas que me mueven, no puedo escribir de cualquier cosa, y
me parecía que estaba bueno que cuando el disfuncional fútbol uruguayo se
volviera a comer de nuevo a la selección, quedara registro del tipo que logró
revertir eso. No el análisis de tal o cual periodista, sino su propia
palabra.
Cosa de chicos
En un mundo en el que el fútbol “salva”, basta que un niño toque la
pelota más o menos bien para que padres, busca talentos, representantes y
dirigentes sueñen con el futuro Messi. Y entonces el tiempo de juego libre se
transforma en un horario con rigor de oficina, y un mínimo desacierto se
convierte en un drama; no vaya a ser que la gallina de oro se olvide de
empollar los huevos.
“Hay una etapa en la vida de las
personas donde el juego nunca puede dejar de ser un juego y el objetivo,
divertirse”, recalca Tato. Y si el mercado
se ensaña en fabricar futuros monstruos del fútbol mundial, “lo mejor que
se puede hacer es no escolarizar demasiado a los chiquilines, dejarlos quietos.
Cuanto más libres los dejás, menos homogéneos se vuelven. Cuando les das la
oportunidad de crecer con creatividad, aparecen los Messi, los Neymar y los
Suárez”.
¿De niño sentiste
alguna vez esa presión?
Jamás. Eso de ahora que los padres
discuten con el árbitro o se pelean entre ellos, eso nunca. Jamás me pusieron
esa mochila. Tampoco era necesario; a los catorce años ya tenía armado mi plan
de vida. Quería jugar al básquetbol, eso lo tenía muy claro, y de 13 a 19 horas
pensaba trabajar en un banco. “Con el sueldo de bancario me puedo comprar unos
buenos championes, los suplementos alimenticios, puedo entrenar de mañana y de
noche. Tengo todo solucionado”, decía. Después la vida fue maravillosa conmigo,
porque pude vivir del deporte. Cuando veo a Los Teros o las chiquilinas de
hockey pienso que ese pudo haber sido mi plan de vida. Por eso los admiro tanto
y los defiendo, lo suyo es muy valioso, es de una salud mental y emocional que
impresiona.
¿Qué objetivos te
trazaste cuando trabajaste en las divisiones formativas de básquetbol? ¿Qué hay
que inculcarle a los niños?
En aquel momento [de diciembre de 2002
a agosto de 2004] el gran objetivo era brindarles a los talentos locales la
oportunidad de contar con las condiciones mínimas para desarrollarse. Que
pudieran tener aquí lo mismo que un botija nacido en Serbia. Además, si bien
era un espacio de básquet, en la etapa formativa no importa tanto el jugador
sino la persona. Y eso se traducía en decisiones puntuales, como trabajar con
dos psicólogas –no con la especialización deportiva– que se preocupaban del ser
en su visión más integral. Trabajaban en la conformación y el relacionamiento
del grupo, y al mismo tiempo hacían intervenciones individuales. Se daban casos
de chiquilines que tenían otros intereses. Una vez me senté a charlar con uno
que me dijo que su pasión era la música, no el básquet. Y le dije: “Si tu
pasión es esa, no lo dudes, te voy a ir a ver tocar”. Pero al mismo tiempo
trataba de tranzar para que fueran al menos una vez por semana a entrenar.
¿Cuán importante es
la motivación para un deportista?
Es muy importante. En mi caso la tenía
estructurada claramente. Yo decía: “Esto lo hago porque me encanta, me gusta el
estadio lleno, la competencia, el hecho de perder y no poder dormir en toda la
noche, o ganar y salir campeón. No preciso nada más allá de esto para dar el
cien por ciento”. Pero cuando llegaban los momentos de agotamiento, no me
gustaba el cuadro o había algo que no funcionaba pensaba que era un trabajo.
Vengo de una familia que trabajó toda la vida, entonces para mí era
sagrado.
¿La adversidad motiva
o por el contrario? Pienso en el partido que jugó Suárez contra Inglaterra en
el último mundial.
Motiva. Eso también está en el ADN
uruguayo y no somos conscientes de que lo tenemos. Pero claro, Suárez además
tiene una capacidad técnica y un conocimiento de juego que puede decir “los tengo
a todos cocinados”. Existe una aptitud mental que te permite manejar la
situación, entonces cualquier cosa que anda suelta por ahí juega a tu favor.
Por eso muchos de nuestros deportistas juegan con un estadio lleno en contra y
lo usan para su propio beneficio.
Lo dice en tercera persona; justo él, que al regreso de su suspensión de
seis meses por posesión de marihuana los hinchas rivales le dieron la
bienvenida al son de “falopero” e “hijo de puta, tendrías que estar en la
cárcel”. Tato, que estuvo internado en el Hospital Vilardebó por este hecho
sucedido en plena dictadura, cuenta que el periodismo hablaba mucho sobre el
tema. Incluso en un programa hasta llegaron a hacer una encuesta sobre cuánto
debía extenderse la suspensión y hubo quienes lo sentenciaban al banco
eterno.
¿Te afectó mucho el
periodismo en aquel momento?
Claro, era tenebroso. No te olvides que
yo era una figura de izquierda declarada. En el 84, saliendo de una dictadura
hacia un gobierno de derecha, me dieron el premio al mejor deportista del año.
Todos los directivos de la federación eran de derecha. Lo que tiene el deporte
es que le da voz a quien lo practica y si a esa voz la usás para decir más que
“fue un partido difícil pero por suerte lo ganamos”, sos una piedra en el zapato.
Entonces cualquier periodista que te partía al medio quedaba bien con un
montón. Lo que siempre digo es que por suerte jugaba bien, cuando empezaba el
partido las cosas se arreglaban bastante [suelta una carcajada].
¿Tu posición política
truncó algún pase?
Hay una anécdota de 1987, cuando me fui
a Ferro, en Buenos Aires. Yo venía de jugar a tope en Italia, estaba quebrado
por la separación de mi mujer, acá jugaba en un cuadro que era un desastre y
firmé contrato para irme a Argentina. Llegué en enero y en marzo íbamos a jugar
un Sudamericano así que me puse a entrenar fuerte. Le ganamos la final a un
equipo brasilero que era el bicampeón. Estábamos festejando el campeonato y en
un momento un dirigente del club se me acercó y me dijo: “Te voy a contar algo,
uruguayo, las noticias que llegaban de tu ciudad sobre vos eran tan malas que
no te querían traer. Y en una reunión yo les dije que nadie se olvidaba de
jugar al básquetbol”. Uruguay no tenía ni siquiera la capacidad para proteger a
sus jugadores. Cuando eso pasa, estás en un ambiente perdedor.
El deporte de elite es mucho más duro de lo que uno se imagina,
advierte. “Es una forma de vida”. Hoy si bien las primeras cinco páginas del
diario que lee en forma compulsiva son las que hablan de básquetbol, elige otra
vida: la del escritor, la del periodista, aunque no se considere tal. “Carlos
Muñoz me ofreció para trabajar en Deporte total, que iba a ser el primer
programa de canal 5 en competir con los privados. No sabía cómo era ese mundo,
y en él tuve la oportunidad de conocer a Mario Bardanca, Diego Muñoz –hijo de
Carlos–, Martín Franco y Diego Tabárez. Y también al amigo Enrique Yannuzzi,
que para mí fue un compañerazo, de esos que sin decirte nada te enseñan;
siempre hacía comentarios que traían consejos constructivos. Cuando me
ofrecieron hacer el libro de Tabárez fue al primero que llamé para que me
hiciera un paneo de situación. Es un personaje muy valioso del periodismo
deportivo”.
¿Ahora sobre qué
estás escribiendo?
Acabo de terminar un ciclo en 180.com.uy
llamado Lo no dicho –igual que el
libro–, que tiene como objetivo poner sobre la mesa qué es y cómo funciona la
adicción, tanto individual como colectivamente [se formó como operador terapéutico para abordar la temática]. Tengo algunas ideas de
libros, pero prefiero no adelantar mucho, aunque estuve pensando en escribir
sobre el retiro del deportista. Cuando sos un adolescente y tu vida apunta
hacia el deporte profesional tenés que estar al tanto de un montón de cosas,
entre ellas, qué te espera al abandonar el deporte.
Él lo dejó en 1997, porque sentía que el básquet le estaba robando la
vida. En este caso, el deporte no abandonó al deportista sino al contrario. ¿A
qué se dedicó? A viajar por el mundo, y de esos periplos nacieron publicaciones
como La vereda del destino y Almas
de vagar. Con 55 años, es el mismo de dos
metros de alto y brazos largos que aquel que decidió seguir en el básquet a
pesar de los infortunios. Y hoy el conjunto se lo retribuye.
Se dice de mí
“Hay algo que se escucha en la calle y
con lo cual no estoy de acuerdo, eso de que Uruguay podría jugar otro fútbol.
En la construcción que viví como deportista y que veo que los deportistas de
hoy siguen teniendo es que lo que importa es el resultado. A un chiquilín que
juega al básquet no tenés que explicarle que debe defender cada pelota como si
fuera la última, porque lo trae en su ADN, lo escucha desde que es un bebé.
Pero eso no significa que no podamos tener un fútbol hilvanado, con manejo de
pelota, con propuestas hacia el rival y no esperar siempre a lo que el rival
plantea. No estoy de acuerdo con eso. Uruguay es un equipo con una inteligencia
estratégica generalmente superior al rival, entonces haciendo menos o
pareciendo que hace menos consigue los resultados. Si le metés los goles de
cabeza a Chile es porque está clarísimo que los chilenos por arriba son un
desastre. ¿Vas a tocar la pelota 28 veces entonces? Muchas veces se desconoce
la inteligencia estratégica que un cuerpo técnico es capaz de plantear y que
los jugadores son capaces de ejecutar”.
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