5/2/16

JORGE REYES DESDE MÉXICO

ENERO SOBRE MI LOMO DE PAPEL


Se arrancaron las plumas
los ángeles.
RAFAEL ALBERTI


Enero es un infante que se viste con la capa del frío, es el hijo primogénito de una flor negra, sueño que se corrompe con el paso de las estaciones; época donde el poro de la nostalgia se abre y aunque sea un páramo desierto de huellas, también se conmueve con la caída del sol. Enero es la mirada que carga el silencio del pasado, es un susurro carente de vejez, inmaduro, tímido como el primer beso de una esposa. Enero es el espacio perfecto para empezar a arrancarse las plumas bajo la sombra de su nombre:


Después de que sonaron las campanas del pueblo, llegó el momento de releer, porque ya daba el sol en las piedras del Cupatitzio. Para celebrar el XII Encuentro de Poetas del Mundo Latino (2010) y en honor al escritor español Luis García Montero, se armó la antología, Ya da el sol en las piedras de Morelia. En el interior del poemario, Marco Antonio Campos habla de él como un autor de lo cotidiano, una persona que escribe siguiendo el ritmo melancólico de su corazón, un creador de dos mundos, el pasado que se fue y el mundo que no pudo ser. Bajo el abrigo de este pensamiento bicéfalo trazo líneas (tengo la esperanza de no perforarme el corazón, a la vez, tengo la certeza de que lo haré).


Por su parte, el prologuista y seleccionador de nombre Carlos Pardo habla de la creación poética de Montero como un matrimonio de contrarios, tradición y modernidad. Por otro lado, revela una verdad no dicha, un principio llevado a la práctica: “La poesía es útil porque obliga a pensar dos veces las cosas”. Y es así, este enero de sábanas frías enciende sus noches en el recuerdo de la primavera:


Conocí a García Montero en el 2010, cuando tuvo lugar el Encuentro. No lo he vuelto a ver más que en las páginas pardas de un libro que me hizo darle la razón a su oficio que pretendo ejercer. En aquel entonces aún no había publicado, ahora llevo dos poemarios y un tercero que toca fuerte. “Nos saluda a Joaquín Sabina”, le dijo Salvador cuando nos firmaba su antología. Yo agregué, “dígale que hay dos mexicanos que le admiran”. El poeta sólo asintió, se limitó a arquear levemente sus labios, nos dio una modesta sonrisa y siguió firmando: “A Jorge Reyes, con mi mejor amistad en la poesía. Un abrazo. Luis G. Montero”. Mientras recorro los versos del libro autografiado me arrepiento del instante que desperdicié en un acercamiento vano, en su momento, me enorgulleció porque desconocía el sentido de la poesía, en aquellos años me seducía una adolescencia coronada con fines de semana ahogados en alcohol, noches de parranda entre amistades fugaces que en ese entonces se juraban eternas. Las canciones de Sabina eran nuestro credo, sus historias, la hazaña nunca lograda. Nada de eso queda, ni los días, ni los deseos por las hazañas (ni por escuchar las canciones de Sabina, a excepción de “Siete crisantemos”), ni lo más doloroso, las amistades; porque quizá sea como sentencia Luis Rogelio Nogueras:


La poesía empieza en todas partes
y termina siempre en los papeles.   


Me levanto del escritorio. Camino trece pasos hasta llegar al librero, entre todos, busco el de Rafael Alberti, El amor y los ángeles (lo traje de La Habana en otro enero, el de 2015). Lo abro y encuentro sal del malecón. Lo hojeo en busca de un poema para el epígrafe de este texto, pero antes de cerrarlo me doy cuenta que uno de los prologuistas es Luis García Montero. Me siento. Leo su artículo en busca de respuestas, habla Montero:


…la poesía es también inteligencia, búsqueda de la objetividad por mandato inevitable de la lucidez. Cuando los ojos alcanzan por fin el paraíso soñado, cuando la mirada roza las alas de los ángeles, el poeta comprende la mentira de sus símbolos y las imaginaciones del deseo, condenado al humo, a la inexistencia y a la fugacidad. La pureza es sólo una invención, que vive con la complicidad de la nostalgia o de los buenos propósitos del futuro. Nunca en el presente, deshojado por la lucidez como una margarita de pétalos artificiales.


Por último, es válido subrayar lo siguiente, Carlos Pardo afirma que García Montero es un ser gustoso de repetir la frase de su profesor de universidad: “La literatura no ha existido siempre”; y hoy le doy la razón, en 2010 la literatura aún no nacía en mí, era una larva –eso sí, sin artificio, estaba viva–. Porque la historia común que escribe García Montero es la común historia de los que aún no somos poetas (me sentencio a mí mismo después de leer su poema “Fotografías veladas de la lluvia”):


           Nos duele envejecer, pero resulta
           más difícil aún
           comprender que se ama solamente

           aquello que envejece.

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