CONDE
DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)
LOS
CANTOS DE MALDOROR
CUADRAGESIMOQUINTA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO SEGUNDO
6 (2)
-Entonces no lograrás
nada. Los medios virtuosos y bonachones no conducen a nada. Es preciso poner en
acción palancas más enérgicas y maquinaciones más inteligentes. Antes de que
llegues a ser célebre por tu virtud y que alcances la meta, centenas de otros
tendrán tiempo de realizar cabriolas por encima de tu lomo, y llegar al final
de la carrera antes que tú, de modo que ya no habrá allí lugar para tus ideas
limitadas. Hay que saber abarcar con más grandeza el horizonte del tiempo
presente. ¿No has oído hablar nunca, por ejemplo, de la gloria inmensa que
aportan las victorias? Y, sin embargo, las victorias no se producen solas. Es
necesario derramar sangre, para engendrarlas y depositarlas a los pies de los
conquistadores. Sin los cadáveres y miembros esparcidos que se observan en la
llanura donde se ha realizado la juiciosa carnicería, no habría guerra, y sin
guerra no habría victoria. Así, ves, cuando se pretende alcanzar la celebridad,
es imprescindible sumergirse con elegancia en ríos de sangre alimentados por la
carne de cañón. El fin justifica los medios. La primera condición para llegara
a ser célebre es tener dinero. Ahora bien, como no lo tienes, tendrías que
asesinar para adquirirlo, pero como no eres bastante fuerte para manejar el
puñal, hazte ladrón, en espera de que tus miembros se desarrollen. Y para que
se desarrollen más rápido, te recomiendo hacer gimnasia dos veces por día, una
hora por la mañana y otra por la noche. De esta manera tú podrás intentar el
crimen, con ciertas probabilidades, desde la edad de quince años, en lugar de
esperar hasta los veinte. El amor por la gloria todo lo justifica, y quizás más
tarde, dueño y señor de tus semejantes, les puedas hacer casi tanto bien como
mal les has hecho en un comienzo…
Maldoror nota que la
sangre hierve en la cabeza de su joven interlocutor; tiene las ventanas de la
nariz hinchadas, y de sus labios brota una leve espuma blanca. Le palpa el pulso:
las pulsaciones están aceleradas. La fiebre domina su cuerpo frágil. Teme las
consecuencias de sus palabras; el infeliz se aparta contrariado por no haber
podido conversar más tiempo con ese niño. Si en la edad madura es tan difícil
dominar las pasiones, oscilando entre el bien y el mal, ¿qué no ha de suceder
en un espíritu todavía colmado de inexperiencia?, y ¿qué cantidad proporcionalmente
mayor de energía no ha de necesitar? Tres días de cama bastarán para que el
niño se ponga bien. ¡Quiera el cielo que el contacto materno lleve la paz a esa
flor sensible, frágil envoltura de un alma encantadora!
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