T. S. ELIOT
MIÉRCOLES DE CENIZA
(1930)
Nota
preliminar: Seamus Heaney
Versión
de Ezequiel Zaindenwerg
Lo
que hay que aprender de Eliot es la naturaleza de doble filo de la realidad
poética: después de un primer encuentro con la poesía como un extraño hecho de
la cultura, al paso de los años se logra interiorizarla hasta que se vuelve,
como dicen por ahí, una segunda y arraigada naturaleza. Una poesía que
originalmente lo rebasa a uno, generando la necesidad de comprender y superar
su rareza, al final se vuelve un sendero familiar por dentro, una disposición
gracias a la cual la imaginación se abre placenteramente, volviendo la vista
hacia los orígenes y la soledad. Este último estado es, por lo tanto, mil veces
mejor que el primero, pues la experiencia de la poesía verdaderamente se ahonda
y fortalece al revalorarse. Ahora sé, por ejemplo, que me fascinan los versos
por el tono de su música, por su temblor de nervios de punta, su tiple en la
hélice del oído. Y aun así, soy incapaz de hacer con la voz el sonido físico
equivalente de lo que escucho en el oído interno; y la incapacidad de
distinguir ese preciso conocimiento, la confianza para afirmar que existe una
realidad en la poesía que es indecible y, por eso mismo, mucho más penetrante,
esa capacidad y esa confianza se basan en buena medida en una lectura de Eliot.
Desde
luego que la extraña música de Los hombres huecos nunca se
mencionó en la escuela. De lo que sí se habló fue de la desilusión, de la
pérdida de la fe, de la frialdad del espíritu, del mundo moderno. Tampoco
recuerdo que se otorgara demasiada atención a la cadencia, o que se hiciera un
gran esfuerzo por conducirnos a escuchar, más que abstraer, un significado. Lo
que escuchábamos, de hecho, nos provocaba una especie de risa de rebaño: las
excéntricas, enfáticas enunciaciones de nuestro maestro, que se dejaba caer por
completo sobre ciertas sílabas y daba un peso desmedido a los hombres HUECOS,
frente a los hombres RELLENOS. Huelga decirlo: en una clase de treinta
muchachos, en un ambiente de medias y sexo y risitas ahogadas, los hombres
rellenos y las tunas y las detonaciones y los gimoteos no elevaban los ánimos
ni inducían la quietud deseable, la receptividad ideal a la frecuencia sin
pestañeos de este poeta en particular.
Eliot
nunca me atrapó; su obra nunca se apoderó de mi persona ni me condujo a mis
propias profundidades, mi oído nunca se volteó del revés al derecho por lo que
yo escuchaba en él. Hay muchísimos lectores que han experimentado una repentina
conversión, cuando todo el ser se ve inundado por una impetuosa corriente de
pura poesía, lo cual sí me ocurrió cuando leí a Gerard Manley Hopkins. Desde un
principio, algo en mi constitución siempre estuvo dispuesto a dejarse ir con la
flauta antigua de la escritura sensual y, sin embargo, cuando este tipo de
escritura hizo su aparición en Eliot -en Miércoles de ceniza, por
ejemplo-, su plenitud misma tenía el propósito de volver su belleza
cuestionable. Señalaba una distracción del camino de la expiación:
Al doblar la tercera
escalinata por primera vez
Había una ventana panzona como el fruto de la higuera
Y detrás del espino florecido y de la escena pastoril
Una figura de anchas espaldas ataviada en verde y en azul
Hechizaba con una flauta antigua el mes de mayo.
Son dulces los cabellos que se agitan, los cabellos castaños
que ondean sobre la boca,
Los cabellos violetas y castaños;
La distracción, la música de la flauta, las pausas y los pasos
de la mente en la tercera escalinata,
Cada vez más se apagan; una fuerza mayor a la esperanza
y a la desesperación
Sube por la tercera escalinata.
El
hecho de que estos versos, dentro del rango de los tonos más finos y las
disciplinas más estrictas de la poesía de Eliot, representaran lo que más tarde
él mismo tildaría de “la decepción del tordo”, no me impidió saborearlos. Y en
ese saborearlos se combinaban dos cosas. Antes que nada, ahí no se presentaba
una sola imagen que no provocara azoro. Leer el pasaje era penetrar con la
mirada una profunda lucidez con rumbo a una áspera solidez, como si en una
pintura renacentista de la Anunciación,
la ventana de la recámara de la Virgen diera a una escena de excesos vegetales
y carnales. En segundo lugar, el lenguaje de los versos, convocado de manera
sumamente directa, caminaba al borde de la parodia, por encima del lenguaje
tradicional de la poesía. Figura antigua. Días de mayo. Espino. Flauta. Azul y
verde. Todos los placeres del recuerdo estaban presentes, los consuelos de lo
familiar, de manera que la combinación de la composición dramática de la escena
y la dicción poética conscientemente desplegada resultaran atractivas para el
lector neófito en mi interior. Para expresar el atractivo por medio de sus
negativos, he de decir que la poesía no era oscura ni en lo que describía ni en
el lenguaje que llevaba a cabo la descripción. Quedaba cortado a la medida de
mis expectativas de lo que podía ser la poesía: lo que no le quedaba era todo
lo demás incluido en Miércoles de ceniza acerca de los
leopardos y los huesos y lo violeta. Eso me espantaba, haciéndome sentir
pequeño y avergonzado. Deseaba entonces invocar a la Madre de los Lectores para
que tuviera misericordia de mí, para que viniera rápidamente y me explicara
todo, para que me tranquilizara con un significado parafraseable, y un
escenario reconocible y firme:
Señora, tres
leopardos blancos estaban recostados bajo un
árbol de enebro
A la fresca del día, tras haberse saciado hasta el hartazgo
De mis piernas mi corazón mi hígado y aquello que había
sido el contenido
De la esfera ahuecada de mi cráneo. Y dijo Dios
¿Vivirán estos huesos? ¿Vivirán
Estos huesos?
Mi
pánico frente a estos hermosos versos no fue exclusivamente el típico de un
estudiante. Vino a mí de nuevo cerca los treinta años, cuando tuve que dar una
conferencia acerca de Miércoles de ceniza, como parte de un curso
de licenciatura en la Universidad de Queen’s, en Belfast. Sin el menor acceso a
la única fuente confiable para tal enseñanza, es decir, la experiencia de haber
sentido el poema en lo profundo, memorable e irrefutablemente, la conferencia
duró los tres cuartos de hora más exasperantes de mi vida. Para entonces ya
había pasado buen rato buceando entre las obras de F. O. Matthiessen, The
Achievement of T. S. Eliot; George Williamson, A Reader’s Guide to
T. S. Eliot; y D. E. S. Maxwell, The Poetry of T. S. Eliot.
Sólo que en sus comentarios no hallé nada en qué apoyarme o con lo cual
combinar los alcances de mi mente lectora, de manera que el poema nunca se
volvió una verdadera gestalt. Hoy día, puedo hablar al respecto con
una mayor libertad, simplemente porque no siento tanta timidez en torno al tema
como en aquel entonces: la expiación, la conversión, la adopción de un aire
totalmente delgado y seco, el regocijo ante una visión tan arbitraria y alejada
de lo usual como la de los leopardos y la señora vestida de blanco… todo esto
se ofrece mucho más comprensiva y persuasivamente a quien anda cerca de los
cincuenta años que a quien anda cerca de los treinta.
La
señora se retira
Con un vestido blanco, a contemplar, con un vestido blanco.
Que la blancura de los huesos sirva de expiación para
el olvido.
No hay vida en ellos. Como estoy olvidado
Y he de estar olvidado, así me olvidaría
Al consagrarme, concentrado en un propósito. Y dijo Dios
Su profecía al viento, al viento solamente porque sólo
Sabe escuchar el viento. Y los huesos gorjeaban en un canto,
Acompañados por los saltamontes. Y decían…
Aquellas
características que habían creado resistencia en un principio, ahora me
parecían los aspectos más valiosos de su obra. La idea de que el poema se
erguía como una geometría en medio de la ausencia era la causa de mi
desasosiego inicial. Me sentía la encarnación misma de una gran intromisión,
todo corporeidad y craso error en un mundo de gracia y translucidez, y esto me
enervaba.
Hoy
día, no obstante, lo que más me gratifica es justamente este sentimiento de ser
partícipe de un ambiente tan castamente inventado, tan atrevido y tan impredecible
en su escritura. Cosas como los huesos y los leopardos -que aparecen en escena
sin la menor preparación o explicación y que, por ende, tanto me desconcertaban
en un principio- son algo que ahora acepto no como un capricho mistificante por
parte del poeta, sino como su don y su gracia. Para nada son lo que yo
equivocadamente había pensado: partes constitutivas de un código erudito sólo
accesible a los iniciados. Tampoco tienen el propósito de ser elementos de
oposición ante un significado astutamente oculto. En todo caso, surgieron
ligeramente en la mente compositora del poeta y se reprodujeron con delicia,
como algo juguetón y consumado en todas sus sorpresas.
Desde
luego, es verdad que una lectura de los cantos pertenecientes al Paraíso
Terrenal del Purgatorio de Dante lo prepara a uno para el aire
enrarecido de la escena de Eliot, tal como una cierta familiaridad con Dante
podría ayudar a enfrentar lo inesperado de los leopardos que surgen justo en el
primer versos de la segunda parte de Miércoles de ceniza. Con todo,
resulta equivocado ver estas cosas sencillamente como referencias a Dante. No
son rehenes tomados de La divina comedia y capturados por el
arte de Eliot dentro del ascético recinto de su poema. De hecho surgieron en la
mente pura del poeta del siglo veinte, y su lugar propio no se deriva de haber
trasplantado su significado de la iconografía medieval. Cierto es, por
supuesto, que la mente pura de Eliot se formó, en buena medida, en la
contemplación de Dante, y que sus procesos oníricos abrevaron constantemente en
la fantasmagoría de La divina comedia, de manera que la material
del poema de Dante estaba presente en su mundo, y el autor, por tanto, se había
convertido en su segunda naturaleza. Dante, en efecto, formaba
parte de la tienda de artículos de segunda mano del corazón maduro de Eliot, y
era ese triste órgano, por así decirlo, el que sostenía todas sus escalinatas
líricas.
MIÉRCOLES
DE CENIZA
I
Porque
no espero retornar jamás
Porque no espero
Porque no espero retornar
Deseoso del don de éste y de la visión de aquél
Ya no me esfuerzo más por esforzarme por cosas semejantes
(¿Por qué debiera desplegar las alas el águila ya vieja?)
¿Por qué debiera lamentarme yo
Por el poder perdido del reino acostumbrado?
Porque
no espero conocer jamás
La
endeble gloria de la hora positiva,
Porque
pienso que no
Porque
conozco que no he de conocer
El
único real de los poderes transitorios
Porque
no he de beber
Allí,
donde los árboles florecen, y los manantiales fluyen,
pues –de nuevo– no hay nada]
pues –de nuevo– no hay nada]
Porque
yo sé que el tiempo es siempre tiempo
Y
que el espacio es siempre sólo espacio
Y
que es actual lo actual sólo en un tiempo
Y
sólo en un espacio
Me
alegra que las cosas sean tal como son y
Renuncio
al rostro bienaventurado
Y
renuncio a la voz
Porque
no he de esperar ya retornar jamás
Me
alegro en consecuencia, al tener que construir algo
De
qué alegrarme.
Y
ruego a Dios se apiade de nosotros
Y le
ruego que yo pueda olvidarme
De
aquellas cosas que conmigo mismo discuto demasiado
Explico
demasiado
Porque
no espero retornar jamás
Deja
que estas palabras respondan
Por
lo que se ha hecho, para no volver a hacerse
Que
el juicio no nos sea demasiado gravoso
Porque
estas alas ya no son alas para volar
Sino
sólo abanicos que baten en el aire
El
aire que ahora es terriblemente angosto y seco
Más
angosto y más seco que la voluntad
Enséñanos
a preocuparnos y no preocuparnos
Enséñanos
a quedarnos sentados quietos.
Ruega
por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte]
Ruega
por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
II
Señora,
tres leopardos blancos estaban recostados bajo un árbol
de enebro]
de enebro]
A la
fresca del día, tras haberse saciado hasta el hartazgo
De
mis piernas mi corazón mi hígado y aquello que había sido el
contenido]
De la esfera ahuecada de mi cráneo. Y dijo Dios
contenido]
De la esfera ahuecada de mi cráneo. Y dijo Dios
¿Vivirán
estos huesos? ¿Vivirán
Estos
huesos? Y aquello que había sido el contenido
De
los huesos (que ya se habían secado) dijo con un gorjeo:
Gracias
a la bondad de esta Señora,
Por
su belleza, y porque
Honra
a la Virgen meditando
Brillamos
relucientes. Y yo, que estoy aquí disimulado,
Ofrezco
mis acciones al olvido, y mi amor
A la
posteridad del desierto y al fruto de la calabaza.
Esto
es lo que rescata
Mis
entrañas, los nervios de mis ojos y las partes indigeribles
Que
rechazan los leopardos. La señora se retira
Con
un vestido blanco, a contemplar, con un vestido blanco.
Que
la blancura de los huesos sirva de expiación para el olvido.
No
hay vida en ellos. Como estoy olvidado
Y he
de estar olvidado, así me olvidaría
Al
consagrarme, concentrado en un propósito. Y dijo Dios
Su
profecía al viento, al viento solamente porque sólo
Sabe
escuchar el viento. Y los huesos gorjeaban en un canto,
Acompañados
por los saltamontes. Y decían:
Señora
del silencio
Calmada
y afligida
Desgarrada
e intacta
Rosa
de la memoria
Rosa
de los olvidos
Agotada
y nutricia
Preocupada
y tranquila
La
Rosa singular
Es
ahora el Jardín
Donde
el amor termina
Da
fin a los tormentos
De
amor insatisfecho
El
tormento mayor
Del
amor satisfecho
Final
de lo infinito
Viaje
a ninguna parte
La
conclusión de aquello
Que
es inconclusible
Discurso
sin palabra y
Palabra
sin discurso
Las
gracias sean dadas a la Madre
Por
el Jardín
Donde
el amor termina.
Bajo
un árbol de enebro, cantaban esparcidos los huesos
relucientes]
relucientes]
Estamos
satisfechos de estar desperdigados, no hicimos nada
bueno los unos por los otros]
bueno los unos por los otros]
A la
fresca del día, bajo un árbol, con la anuencia de la arena,
En
olvido de sí mismos y de los otros, juntos
En
el silencio del desierto. Esta es la tierra que
Dividiréis
por lotes. Y ni la división ni la unidad
Importan.
Es la tierra. Tenemos nuestra herencia.
III
Al
doblar la segunda escalinata por primera vez
Me
di vuelta y miré lo que había abajo,
La
misma forma serpenteante sobre el pasamanos
Tras
los vapores en el aire fétido,
En
pugna contra el diablo de las escaleras,
Con
su engañoso rostro de esperanza y desesperación.
Al
doblar la segunda escalinata por segunda vez
Las
dejé serpenteando y enrollándose ahí abajo;
Ya
no había más rostros, la escalera estaba oscura,
Húmeda
y escarpada, como la boca de algún viejo que babea sin
remedio,]
remedio,]
O
las fauces dentadas de un tiburón ya viejo.
Al
doblar la tercera escalinata por primera vez
Había
una ventana panzona como el fruto de la higuera
Y
detrás del espino florecido y de la escena pastoril
Una
figura de anchas espaldas ataviada en verde y en azul
Hechizaba
con una flauta antigua el mes de mayo.
Son
dulces los cabellos que se agitan, los cabellos castaños que
ondean sobre la boca,]
ondean sobre la boca,]
Los
cabellos violetas y castaños;
La
distracción, la música de la flauta, las pausas y los pasos de la
mente en la tercera escalinata,]
mente en la tercera escalinata,]
Cada
vez más se apagan; una fuerza mayor a la esperanza y a la
desesperación.)
desesperación.)
Sube
por la tercera escalinata.
Señor,
yo no soy digno
Señor,
yo no soy digno
pero
una palabra Tuya bastará.
IV
Quien
caminaba entre el violeta y el violeta
Quien
caminaba entre
Las
varias gamas de variados verdes,
De
azul y blanco, con el color de María,
Mientras
hablaba de cosas triviales
Sin
saber y sabiendo sobre el dolor eterno
Quien
caminaba entre los otros mientras caminaban,
Quien
hizo que las fuentes brotaran vigorosas e hizo frescas las
aguas de los manantiales]
aguas de los manantiales]
Enfrió
la piedra seca e hizo firme la arena
Con
el azul de los delfinios, el azul del color de María,
Sovegna
vos
He
aquí los años que andan entre medio, haciendo a un lado
Los
violines y las flautas, reinstaurando
A
una que se mueve en el tiempo entre el sueño y el despertar,
vestida]
vestida]
Con
un manto de luz blanca, envuelto en la cabeza.
Los
años nuevos van, reinstaurando
A
través de una nube de lágrimas brillante, los años,
reinstaurando]
Con versos nuevos una rima antigua. Redime
reinstaurando]
Con versos nuevos una rima antigua. Redime
El
tiempo. Redime
La
visión no leída en el sueño más alto
Mientras
los unicornios enjoyados arrastran la carroza fúnebre
dorada.
La
hermana silenciosa con su velo azul y blanco
Entre
los tejos, tras el dios del jardín,
La
de la flauta sin aliento, agachó la cabeza e hizo un gesto, pero
no dijo nada]
no dijo nada]
Pero
brotó la fuente y cantó el pájaro
Redime
el tiempo, redime el sueño,
Muestra
de la palabra nunca oída, nunca dicha,
Hasta
que el viento arranque mil murmullos del tejo
Y
después de este destierro.
V
Si
se perdiera acaso la palabra perdida, si se gastara acaso la
palabra gastada]
palabra gastada]
Si
se escuchara acaso y se dijera
La
palabra no dicha ni escuchada;
Aún
seguiría siendo la palabra no dicha, la Palabra no escuchada,
La
Palabra sin palabra, la Palabra dentro
Del mundo
y para el mundo;
Brilló
la luz en las tinieblas y
Contra
la palabra el mundo inquieto seguía dando vueltas
Alrededor
de la Palabra silenciosa
Oh
pueblo mío, ¿qué te he hecho?
¿Dónde
habrá de encontrarse la palabra, dónde
Resonará?
Aquí no, porque aquí no hay silencio suficiente,
Ni
en el mar ni en las islas, ni
En
el continente, tampoco en el desierto o en las praderas
húmedas,]
húmedas,]
Para
quienes caminan en lo oscuro
Durante
el día y durante la noche
El
lugar apropiado y el momento justo no son éste
No
hay un lugar de gracia para aquellos que rehúyen el rostro
Ni
tiempo de alegrarse por aquellos que caminan entre el ruido
pero niegan la voz]
pero niegan la voz]
¿Ha
de rezar la hermana del velo
Por
los que andan en lo oscuro, los que Te han elegido y
enfrentado,]
Los que están desgarrados sobre el cuerno entre estación y estación,
entre un tiempo y otro, entre]
Una hora y otra, una palabra y otra, entre un poder y el otro, los
que esperan]
En medio de lo oscuro? ¿Ha de rezar la hermana
enfrentado,]
Los que están desgarrados sobre el cuerno entre estación y estación,
entre un tiempo y otro, entre]
Una hora y otra, una palabra y otra, entre un poder y el otro, los
que esperan]
En medio de lo oscuro? ¿Ha de rezar la hermana
Por
los niños que esperan en la puerta
Que
no se irán de allí, y que son incapaces de rezar?
Reza
por los que eligen y por los que se oponen
Oh
pueblo mío, qué te he hecho.
¿Ha
de rezar la hermana entre los árboles de tejo esbeltos
Por
quienes la ofendieron y ahora tienen miedo
Y no
pueden rendirse y afirmar ante el mundo y negar entre las
rocas]
En el último desierto entre las últimas rocas
rocas]
En el último desierto entre las últimas rocas
Azules
el desierto en el jardín el jardín en el desierto
De
la sequía, y escupir de la manzana la semilla seca?
Oh
pueblo mío.
VI
Porque
no espero retornar jamás
Porque
no espero
Porque
no espero retornar
A
debatirme entre la ganancia y la pérdida
En
este breve tránsito donde se cruzan sueños
El
crepúsculo por el que cruzan sueños entre el momento de
nacer y el de morir]
nacer y el de morir]
(Padre,
bendíceme) aunque no quiero desear estas cosas,
Desde
el gran ventanal hasta la costa de granito
Las
velas blancas siguen volando rumbo al mar, volando al mar
Velas
intactas
Y el
corazón perdido se endurece y se alegra
Por
la lila perdida y por las voces que el mar perdió
Y el
espíritu débil se apura en rebelarse
Por
el cetro de oro torcido y el aroma que el mar perdió
Se
apura en recobrar el grito de la codorniz y el del chorlito que
vuela en círculos]
vuela en círculos]
Y el
ojo ciego crea las formas en las puertas de marfil
Y
renueva el olor el gusto de salitre de la tierra arenosa.
Es
el momento de tensión entre morir y el nacimiento
El
lugar solitario donde tres sueños cruzan
Entre
rocas azules
Pero
cuando las voces arrancadas al tejo comiencen a perderse
Que
se agite en respuesta el otro tejo
Bendita
hermana, santa madre, espíritu del jardín y la fuente,
No permitas
que el uno al otro nos burlemos mediante falsedades
Enséñanos
a preocuparnos y a no preocuparnos
Enséñanos
a quedarnos sentados quietos
Incluso
entre estas rocas,
Con
nuestra paz entre Su voluntad,
Hermana,
madre
Y
espíritu del río, espíritu del mar,
No
permitas que me aparte
Y
llegue a Ti mi clamor.
Ash Wednesday
I / Because I do not hope to turn again/ Because I do
not hope / Because I do not hope to turn / Desiring this man’s gift and that
man’s scope/ I no longer strive to strive towards such things/ (Why should the
aged eagle stretch its wings?)/ Why should I mourn/ The vanished power of the
usual reign? / Because I do not hope to know again/ The infirm glory of the
positive hour/ Because I do not think/ Because I know I shall not know/ The one
veritable transitory power/ Because I cannot drink/ There, where trees flower,
and springs flow, for there is nothing again / Because I know that time is
always time / And place is always and only place / And what is actual is actual
only for one time / And only for one place / I rejoice that things are as they
are and / I renounce the blessed face / And renounce the voice / Because I
cannot hope to turn again / Consequently I rejoice, having to construct
something/ Upon which to rejoice / And pray to God to have mercy upon us/ And
pray that I may forget/ These matters that with myself I too much discuss/ Too
much explain/ Because I do not hope to turn again/ Let these words answer/ For
what is done, not to be done again/ May the judgement not be too heavy upon us
/ Because these wings are no longer wings to fly/ But merely vans to beat the
air/ The air which is now thoroughly small and dry/ Smaller and dryer than the
will/ Teach us to care and not to care/ Teach us to sit still. / Pray for us
sinners now and at the hour of our death/ Pray for us now and at the hour of
our death.
II / Lady, three white leopards sat under a juniper-tree / In the cool of the
day, having fed to satiety/ On my legs my heart my liver and that which had
been contained/ In the hollow round of my skull. And God said/ Shall these
bones live? shall these/ Bones live? And that which had been contained/ In the
bones (which were already dry) said chirping:/ Because of the goodness of this
Lady/ And because of her loveliness, and because/ She honours the Virgin in
meditation,/ We shine with brightness. And I who am here dissembled/ Proffer my
deeds to oblivion, and my love/ To the posterity of the desert and the fruit of
the gourd./ It is this which recovers/ My guts the strings of my eyes and the
indigestible portions/ Which the leopards reject. The Lady is withdrawn/ In a
white gown, to contemplation, in a white gown./ Let the whiteness of bones
atones to forgetfulness./ There is no life in them. As I am forgotten/ And
would be forgotten, so I would forget/ Thus devoted, concentrated in purpose.
And God said/ Prophesy to the wind, to the wind only for only/ The wind will
listen. And the bones sang chirping/ With the burden of the grasshopper,
saying / Lady of silences/ Calm and distressed/ Torn and
most whole/ Rose of memory/ Rose of forgetfulness/ Exhausted and life-giving/
Worried reposeful/ The single Rose/ Is now the Garden/ Where all loves end/
Terminate torment/ Of love unsatisfied/ The greater torment/ Of love satisfied/
End of the endless/ Journey to no end/ Conclusion of all that/ Is
inconclusible/ Speech without word and/ Word of no speech/ Grace to the Mother/
For the Garden/ Where all love ends. / Under a juniper-tree the bones sang,
scattered and shining/ We are glad to be scattered, we did little good to each
other,/ Under a tree in the cool of the day, with the blessing of sand,/
Forgetting themselves and each other, united/ In the quiet of the desert. This
is the land which ye/ Shall divide by lot. And neither division nor unity/
Matters. This is the land. We have our inheritance.
III / At the first turning of the second stair/ I turned
and saw below/ The same shape twisted on the banister/ Under the vapour in the
fetid air/ Struggling with the devil of the stairs who wears/ The deceitful
face of hope and of despair. / At the second
turning of the second stair/ I left them twisting, turning below;/ There were
no more faces and the stair was dark,/ Damp, jagged, like an old man’s mouth
drivelling, beyond repair,/ Or the toothed gullet of an aged shark. /At the first turning of the third stair/ Was a slotted window bellied
like the figs’ fruit/ And beyond the hawthorn blossom and a pasture scene/ The
broad backed figure dress in blue and green/ Enchanted the daytime with an
antique flute./ Blown hair is sweet, brown hair over the mouth blown,/ Lilac
and brown hair;/ Distraction, music of the flute, stops and steps of the mind
over the third stair,/ Fading, fading; strength beyond hope and despair/
Climbing the third stair. /Lord, I am not worthy/
Lord, I am not worthy/ but speak the word only.
IV / Who walked between the violet and the violet/ Who walked between/ The
various ranks of varied green/ Going in white and blue, in Mary’s colour,/
Talking of trivial things/ In ignorance and knowledge of eternal dolour/ Who
moved among the others as they walked,/ Who then made strong the fountains and
made fresh the springs / Made cool the dry rock and made firm the sand/ In
blue of larkspur, blue of Mary’s colour,/ Sovegna vos / Here are the years that walk between, bearing/ Away the fiddles and the
flutes, restoring/ One who moves in the time between sleep and waking,
wearing / White light folded, sheathing about her, folded./
The new years walk, restoring/ Through a bright cloud of tears, the years,
restoring/ With a new verse the ancient rhyme. Redeem/ The time. Redeem/ The
unread vision in the higher dream/ While jewelled unicorns draw by the gilded
hearse. / The silent sister veiled in white and blue/ Between
the yews, behind the garden god,/ Whose flute is breathless, bent her head and
signed but spoke no word / But the
fountain sprang up and the bird sang down / Redeem the time, redeem the dream/
The token of the word unheard, unspoken / Till the wind
shake a thousand whispers from the yew / And after this our exile
V / If the lost word is lost, if the spent word is
spent/ If the unheard, unspoken/ Word is unspoken, unheard;/ Still is the
unspoken word, the Word unheard,/ The Word without a word, the Word within/ The
world and for the world;/ And the light shone in darkness and/ Against the Word
the instilled world still whirled/ About the centre of the silent Word. / O my people, what have I done unto thee. / Where shall the word be found, where will the word /Resound? Not here,
there is not enough silence/ Not on the sea or on the islands, not/ On the
mainland, in the desert or the rain land,/ For those who walk in darkness/ Both
in the day time and in the night time/ The right time and the right place are
not here/ No place of grace for those who avoid the face/ No time to rejoice
for those who walk among noise and deny the voice / Will the veiled sister pray for/ Those who walk in darkness, who chose
thee and oppose thee,/ Those who are torn on the horn between season and
season, time and time, between/ Hour and hour, word and word, power and power,
those who wait]/ In darkness? Will the veiled sister pray/ For children at the
gate/ Who will not go away and cannot pray:/ Pray for those who chose and
oppose / O my people, what have I done unto thee. / Will the veiled sister between the slender/ Yew trees pray for those who
offend her /And are terrified and cannot surrender/ And affirm before the world
and deny between the rocks/ In the last desert before the last blue rocks/ The
desert in the garden the garden in the desert/ Of drought, spitting from the
mouth the withered apple-seed. /O my people.
VI / Although I do not hope to turn again/ Although I do not hope/ Although I
do not hope to turn / Wavering between the profit and the loss / In this
brief transit where the dreams cross/ The dream crossed twilight between birth
and dying/ (Bless me father) though I do not wish to wish these things/ From
the wide window towards the granite shore/ The white sails still fly seaward,
seaward flying/ Unbroken wings / And the lost
heart stiffens and rejoices/ In the lost lilac and the lost sea voices/ And the
weak spirit quickens to rebel/ For the bent golden-rod and the lost sea smell/
Quickens to recover/ The cry of quail and the whirling plover/ And the blind
eye creates/ The empty forms between the ivory gates/ And smell renews the salt
savour of the sandy earth / This is the
time of tension between dying and birth
The place of
solitude where three dreams cross / Between blue rocks / But when the voices
shaken from the yew-tree drift away / Let the other yew be shaken and
reply. / Blessed sister, holy mother, spirit of the fountain, spirit of the
garden,/ Suffer us not to mock ourselves with falsehood/ Teach us to care and
not to care/ Teach us to sit still/ Even among these rocks,/ Our peace in His
will/ And even among these rocks/ Sister, mother/ And spirit of the river,
spirit of the sea,/ Suffer me not to be separated / And let my cry come unto
Thee.
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