RICARDO AROCENA
CRÓNICAS DE LA PATRIA VIEJA (2da. Época)
EL CASO PAREDES
Don José Antonio
Posse de Leys respiró hondamente la brisa fresca de mediados de marzo, que
presagiaba al otoño. Luego descansó la mirada, mientras estiraba las piernas
sobre la cubierta de la lancha militar, primero sobre la mansa playada de río
adonde había atracado con su barco y después sobre las altas barrancas de tosca
que la cercaban hundiendo sus pies de piedra sobre el río Uruguay. No le era
desconocido aquel paraje de arenas claras sobre las que avanzaba el monte
virgen y que figuraba en mapas y planos militares con el nombre de Las
Barranqueras de Fray Bentos, por estar aquellos montículos a apenas 8
kilómetros de la ciudad.
Por un momento le
pasó por la cabeza que el imponente entorno geológico, que se había ido
conformando durante milenios con el arrastre eólico de finos polvillos, tenía
algo de mágico y misterioso: era un hecho que aquel hábitat había alimentado
los más variados mitos y leyendas, que circulaban entre los marineros cuando
aparcaban en las diminutas playadas. Pero en aquel momento no estaba para
fábulas sino para urgencias más concretas, por más que le pareciera que el
escenario que lo rodeaba se prestara para lo que estaba por acaecer: el
Comandante José de Urquiza le había ordenado que implementara un sumario contra
el vecino de Paysandú D. Tomás Paredes, que estaba detenido en La Ciudadela de
Montevideo, acusado de ser “adicto al gobierno de Buenos Aires”.
Con tal cometido y
con la solemnidad debida, había nombrado al escribano Don Tomás de Cacho para
que lo acompañara en el procedimiento; con su apoyo tenía que conducir el
conjunto de actuaciones destinadas a preparar el juicio y para eso tendría que
tomar declaraciones, constatar los hechos que pudieran ser delito, las
circunstancias como se desarrollaron y eventualmente indagar sobre otras
personas que pudieran estar implicadas. Al Capitán de las milicias voluntarias
Posse de Leys no se le escapaba la inquietud de Urquiza ante la situación
reinante, por lo que no le parecía disparatado especular con que las
autoridades buscaban un juicio ejemplarizante que ayudara a contener en algo la
masiva deserción hacia filas revolucionarias.
Desde la malograda
revolución andina y el levantamiento esclavo en Saint Dominique, la sociedad
colonial había vivido en permanente estado de alerta ante posibles sediciones,
pero los malos augurios habían acabado por corroborarse con el triunfo, hacía
poco menos de un año, de la Junta en Buenos Aires, acontecimiento que encendió
la hoguera independentista a lo largo y ancho de la Banda Oriental.
Dada la situación,
no era algo menor y guardaba un importante valor simbólico, que se
instrumentase un sumario a uno de los posibles alzados en la costa del Río
Uruguay con los barcos reunidos en convoy, tal hecho se inscribía en la
violenta contraofensiva que los españoles habían iniciado en diciembre y que
les había permitido rescatar para sus intereses, por lo menos temporalmente, a
Concepción del Uruguay, Gualeguaychú, Paysandú, Soriano, Mercedes y Colla,
entre otras regiones
EL PROCESO
Convencido de la
importancia de su misión, el Capitán había establecido que los interrogatorios
comenzaran en la balandra La Victoria, una embarcación de alrededor de 16
metros de eslora, el 11 de marzo de 1811. Cada interrogado debía sentir que
ante sí tenía a todo el poder colonial español, y que quien se le opusiera no
era más que un reo, que osaba confrontar al orden eternal que lo había erigido
para tutelar estas regiones, por eso importaba ser meticuloso en las formas y
en el protocolo, conforme a lo que Dios y el Derecho vigente exigía.
El capitán tenía
previsto interrogar aquel día a cinco testigos, todos los cuales, en general,
aunque con matices, coincidieron con que la conducta de Tomás Paredes era la de
un conspirador, que no había vacilado en complotar contra el español, al igual
que otros orientales. Sus declaraciones permiten comprobar el nivel de
compromiso del acusado, pero mucho más que eso, dejan constancia del estado de
ánimo y espíritu insurreccional que vivía el litoral.
Los interrogados
fueron el marinero de la lancha de Sapiola, Cipriano Romero, de 32 años; el
marinero de la balandra de Nicolás Calao, Antonio Romero, de 22 años; el patrón
de la lancha de Manuel Almagro, Ramón Romero, de 32 años; el sargento de las
milicias voluntarias de Paysandú Pedro Ardaris, de 35 años; y el Capitán de
Milicias de Buenos Aires, Antonio Rivera, de 50 años.
De los testimonios
puede deducirse que Paredes era un hombre pasional y que esa pasión lo había
puesto en manos de Posse de Leys. Por lo general quienes anidan en la
ilegalidad, suelen manejarse con naturalidad y discreción, según lo indica la
experiencia y el sentido común, pero al acusado el compromiso con la causa lo
desbordaba y sus juramentos resonaban adonde no debían, al punto de que hasta
en el último rincón de la pulpería de su compadre Baltasar Mariño había
rebotado su juramento de que con gusto sería “voluntario verdugo” del enemigo
colonial; además públicamente, en reiteradas ocasiones, había subrayado que era
“adicto al gobierno de Buenos Aires y opuesto al de la ciudad de Montevideo”.
-A Arbides, como al
gobierno de Montevideo, no los reconozco nada y si algo se tiene que realizar
en contra mío, diríjanse derechamente a la Junta de Buenos Aires, que va a castigar
al maturrango opositor -había estallado Paredes en cierta ocasión, haciendo referencia
al Alcalde José Arbides, siempre de acuerdo a las confesiones sumariales.
También según
dichas denuncias, encontrándose en la estancia de Vera, le había exigido al
patrón de la lancha de Manuel Almagro, Ramón Barreto, que suspendiese sus
viajes con carga para Montevideo y que no se expusiese con la licencia que
traía de esa ciudad, porque no tenía ningún valor.
-Nos limpiamos el
trasero con la licencia que se sacó de Montevideo -le reprochó con el apoyo del
Capitán Pacheco.
Además,
encontrándose en su chacra situada a una legua de Paysandú en momentos en que
el militar español Juan Ángel Michelena embarcaba con su ejército para
Concepción del Uruguay, el acusado había realizado unas grandes fogatas, para
que sirvieran de advertencia al patriota Díaz Vélez y que las tropas
acuarteladas bajo su mando pudieran retirarse o hacer resistencia.
Entre los delatados
por los declarantes a bordo del barco La Victoria, estaban el dependiente
Baltasar Mariño, quien habría proclamado en alta voz que “en caso de haber
fuerzas europeas trataría de quitarse a sí mismo la vida, antes que ceder a su
auxilio” y los religiosos Dominico Maestre y Silvestre Delgado, que habrían
exteriorizado que España “se vería libre de franceses cuando el cielo lo
tuviera de estrellas”.
También fueron
incorporados al sumario Jorge Pacheco quien habría generado escándalo diciendo
que aún cuando volviese “Fernando VII a su trono y resucitasen todos los
españoles muertos, estas Américas no volverían a ser de España” y que cuando la
Junta de Buenos Aires se viese más reforzada “pondría sobre las armas un
ejército que conquistase la mayor parte de Brasil”; y el mayordomo de Don Pedro
Azconegui, Juan Julián Arroyo, quien habría conminado al Alcalde Pereira a
reconocer a la Junta porteña para evitar la efusión de sangre y que dejase
entrar a 50 indios que estaban a 8 leguas dispuestos a “pasar a cuchillo a los
maturrangos”.
Los vecinos de
Paysandú se congregaron en la casa del juez avisados que a ¼ de legua estaban
las partidas de Mercedes encabezadas por Mariano Chávez, las que acabarían por
provocar la huida del Capitán hispano Antonio de Rivera, pero a la larga los
españoles acabaron por concentrar su poderío en esa región, ante el estado de
sublevación general que por allí se vivía y es en ese entorno represivo que son
detenidos numerosos insurgentes.
EL CASTILLO
Paredes habitaba
una chacra a la vera del Arroyo De La Curtiembre cuando fue capturado y enviado
a Montevideo, a las mismas entrañas del poder colonial. Lo encarcelaron, como
decíamos, en La Ciudadela, por lo general los detenidos eran recluidos en
celdas dispuestas a la izquierda del Cubo del Norte, junto a los almacenes de
guerra, el alojamiento de las tropas y el hospital de sangre.
No tenía la más
absoluta idea de cual iba a ser su futuro. Si a su espíritu indómito lo acosaba
el cautiverio, encontraba paz recordando los momentos de júbilo que había
vivido, como cuando la inscripción y bautismo de su hija María Leonarda, quien
había nacido en Casa Blanca el 6 de noviembre de 1806; o el nacimiento de su
hermano Clemente María, el 23 de noviembre de 1810, en Paysandú. Ese día se
había mudado a la chacra lindera al arroyo -recordaba- y la ternura le llenaba
la mirada.
Entretanto el
expediente de su caso seguía su trámite y más de un mes después del iniciado el
sumario a bordo de la lancha La Victoria, el escribano de Su Majestad José
Eusebio González nombra como asesor al Lic. Pascual Arauco, quien estudia el
escrito y corrobora que el Tribunal de Vigilancia de Montevideo conoce de los
crímenes de los que se acusa a Paredes. Y con el respaldo del Virrey Elío
resuelve, en atención a que el reo se encontraba en La Ciudadela y que el
sumario fue iniciado en las Barranqueras de Fray Bentos, para para que el
proceso avanzase más rápidamente, que continuara en Montevideo.
Hasta el celdario
adonde se encontraba Paredes llegaban noticias, aunque parciales y
fragmentarias, del estado de conmoción que vivía la campaña; los hechos
demostraban que el encarcelamiento y el terror impuesto por el aparato
burocrático militar español a los patriotas insurgentes, no había logrado sus
objetivos. Cuando el expediente llega a Montevideo, ya se había consumado la
Admirable Alarma y un sentimiento de libertad incontenible incendiaba las
praderas, pero el que está preso y espera, como se sabe, desespera.
Paredes era
consciente de que nada podía esperar de la justicia militar española y tenía
plena certidumbre de que su futuro dependía de la suerte de sus compaisanos y
nada más que de ellos, pero era una carrera contra el tiempo. Temía ser
sentenciado antes de que llegaran a liberarlo, pero además, como cualquier otro
encarcelado no desconocía del horror de los interrogatorios.
En tanto, a poca
distancia de donde se encontraba y en representación del poder judicial
hispánico, aceleraba los trámites el magistrado español Ildefonso García,
nombrando encargado del caso al licenciado Vicente de Acha. Corría el mes de
abril, José Artigas ya había lanzado la proclama de Mercedes, convocando a
“vencer o morir” y los ejércitos patriotas avanzaban incontenibles sobre Montevideo,
pero en la ciudad los procesos militares continuaban cebándose en los
detenidos, incitados por fiscales como de Acha, quien ordena la evacuación a la
brevedad posible de los testimonios realizados a bordo de La Victoria y dispone
que interroguen a Tomás Paredes habida cuenta de su “sospechosa conducta”.
Paredes escuchó el
resonar de las botas en el piso y vio abrirse la puerta de donde estaba
recluido, en el espacio libre recortaba la figura de los soldados españoles que
pasaban a buscarlo. Cuando con tono militar le ordenaron que los acompañara
para ser interrogado, caminó hacia ellos con paso firme y dispuesto a enfrentar
lo que el destino le deparara, no podía saber que el fiscal, inflexible, había puntualizado:
-¡Luego de tomar su
confesión y de que se le hagan los debidos cargos, el proceso volverá a mi
persona, para lo demás que convenga!
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