ZARPES DESDE
CATALUNYA / LUIS SILVA SCHULTZE
LOS DOMINGOS DE JUAN
SEBASTIÁN ELCANO (2)
NUEVA ZELANDA
KIA ORA TÁTOU (“Hola
a todos” en maorí)
Para motivar a las alumnas y de paso despertar también
la curiosidad de los varones, cuando empecé, hace cuarenta
años, una clase donde me estaba examinando una profesora de
didáctica muy exigente, les di un consejo a ellas: si algún día se casan
con un príncipe azul muy rico y él les pregunta, ¿adónde vamos de luna de miel,
mi amor?, yo que ustedes le diría Nueva Zelanda (si hubiera sido profesor
en Nueva Zelanda le hubiera dicho Uruguay). Siempre me atrajo Nueva
Zelanda, soñaba con conocerla y era el objetivo primordial de nuestro
viaje, y como está en las antípodas de España, aprovechamos y dimos la vuelta
al mundo. El Ministerio de Turismo de NZ no exagera con su eslogan
propagandístico, "visite el más maravilloso paraíso escénico en el
mundo", o "Cien por cien puro". El país es la gran fiesta de
una naturaleza sin par. Con solo 268.680 klms. cuadrados, N.Z. tiene
todo: bosques subtropicales vírgenes, lagos de todos los colores, ríos no
contaminados, glaciares que llegan al mar, fiordos maravillosos, altas cadenas
montañosas, 15134 klms de costa con algunas playas de ensueño, desiertos,
colinas, meseta volcánica, etc. El país lo constituyen muchas islas, pero
su población está radicada en las dos más grandes, la norte y la sur, más
una pequeña, Stewart, con 1750 klms cuadrados, tan al sur que está cerquita de
la Antártida, y que es un lugar virgen nunca colonizado, con playas de
película y con sus bosques llenos de pájaros nativos (en NZ la
mayoría de sus aves no tienen alas porque hasta la llegada de los colonizadores
nunca existieron mamíferos terrestres que las pusieran en peligro y
perdieron el hábito de volar). Lo extraordinario de viajar por allí, al
presentarnos la geografía física todas sus formas y colores, es que parece como
si estuvieras viendo una película que ha sido filmada en
distintos países de la Tierra, tal la variedad de paisajes. En un auto,
que es la única manera allí de viajar y conocer, cada curva te trae una
nueva exclamación de admiración y una foto más a sacar. Y los que siempre están
muy dignos, son mis grandes amigos los árboles, a cual más majestuoso, ellos
son los reyes del mundo verde. Muchos de estos árboles, en un caso único
en el mundo, tienen sus raíces entrelazadas entre sí para defenderse mejor en
los terribles temporales que azotan las islas, quizás recordando aquello que un
bosque unido jamás será vencido. Y un poco más abajo de esas raíces, existen
rocas que tienen quinientos millones de años, vestigios de las
primeras épocas geológicas, cuando existió al sur del planeta un
supercontinente, el Gondwana, y ciento sesenta millones de años más tarde, se
separaron juntas NZ y Australia navegando hacia el este, independizándose
geológicamente NZ hace ochenta y cinco millones de años. (Actualmente se sigue
alejando treinta milímetros cada doce meses.) Y todo lo que brinda la
naturaleza está siempre muy bien cuidado como si fuera un jardín
particular, sin un solo papelito o botella en el suelo, con baños públicos de
espejos relucientes y donde nunca falta el papel higíénico por más aislado que
esté el lugar. La población neerlandesa, que en su mayoría es de ascendencia
europea, sobre todo inglesa, ha heredado de los maoríes, los primeros
habitantes que llegaron desde la Polinesia en canoas entre los años 1000 y
1300, su culto sagrado por la madre Tierra Papatuanuku, lo que
significa cuidar con cariño el lugar donde vivimos como si fuera la
cuna de nuestro hijo. Viajando por carreteras muy sencillas, nada
de autopistas con peajes, te vas deteniendo donde te indican las señales
de algo aun más bello de lo que estás viendo, y allí tienes varias
posibilidades de hacer distintos rutas caminando, todas indicadas con
mapas dibujados en ese mismo lugar o con los mapas gratuitos que
reparten las oficinas de turismo del estado, muy numerosas, con una atención
exquisita. De esta manera, caminando 30 minutos se puede ir a "las
cataratas de color turquesa” (maravillosas de maravillosas); y dos horas
después, surgen los puentes colgantes sobre ríos transparentes verdes o azules
o celestes o todos a la vez, donde no pueden permanecer más de seis personas a
la vez porque sólo son algunos cables por arriba del agua; o caminando
tres horas más puedes llegar hasta un mirador con vistas espectaculares,
etc: viajar por allí para conocer todo, cada kilómetro cuadrado, lleva años y
años. Debo confesar un detalle que eché de menos en esa fiesta natural que es
NZ, y es de no haber podido ver allá, al fondo de un paisaje
cualquiera, una iglesia gótica, un castillo románico, una columna griega de antes
de Cristo, o una ruina egipcia, maya, azteca, inca.... Nueva Zelanda no
cuenta con los vestigios de una civilización milenaria, ni cuenta con
nada de valor arquitectónico de la época contemporánea, salvo en las dos
principales ciudades, porque el país se pobló muy tarde y mal: sus
pequeños pueblos, levantados cuando la fiebre del descubrimiento del oro en la
isla sur y en la segunda mitad del siglo diecinueve, son del estilo
desabrido y aburrido del oeste norteamericano sin encanto alguno. Claro que
esta es una opinión muy subjetiva, quizás porque para mí el arte, el
hombre en definitiva, es parte de la naturaleza y siempre me gusta ver su
presencia sin alterar el medio ambiente, sino más
bien enriqueciéndolo.
El clima (que muchas veces tiene las cuatro estaciones en el mismo
día) nos ayudó porque sólo tuvimos una mañana de lluvia que hizo
suspender el helicóptero que teníamos reservado para subir a un glaciar,
volar hora y media por encima de él y luego en tres horas bajar por el hielo
con botas especiales (teníamos todo programado hora a hora los diez días que
íbamos a estar, y no podíamos esperar allí hasta al día siguiente).
Como me dijo una argentina que vive allí, "el país funciona y la
oposición se mueve por cosas que para nosotros los latinoamericanos nos
resultan insignificantes". Obvio, no cobra lo mismo el que lava el
baño público que el piloto del helicóptero, pero en cierta forma es un Estado
bastante equitativo en lo social y en lo económico, habiendo sido, a
finales del siglo diecinueve, el país con más alta renta por habitante
y con leyes sociales muy avanzadas, como aquella ley, primera en el mundo,
en dar el voto a las mujeres en 1893, o una gran ley del divorcio pocos
años después. Y señalemos además que posee un altísimo nivel educativo y
en el 2013 ocupó el séptimo lugar en el índice de desarrollo humano.
El avión desde China (13 horas), nos dejó en Auckland, la antigua
capital del país, al norte de la isla norte. Es la única ciudad del mundo que
cuenta con dos enormes y bellas bahías naturales no comunicadas entre sí.
Es llamada la "ciudad de las velas" por la cantidad de
embarcaciones de todo tipo que existen en sus dos puertos: un neozelandés puede
no tener auto pero tiene aunque sea un bote. Allí recogimos el auto que
habíamos alquilado con una cama de matrimonio atrás y con la dirección a la
derecha porque se conduce por la izquierda. Recorrimos algo de sus calles y
cruzamos el gran puente que cruza la bahía mayor, orgullo local. Pero esa misma
noche del primer día, ya dormimos a 380 kilómetros de Auckland, para poder
hacer al otro día, en el Parque Nacional de Tongariro, el tracking
de 21 kilómetros, "la caminata más hermosa del mundo en 24 horas". La
jornada fue mucho más dura de lo que yo había leído, mucho más, y sólo
me salvó la sangre charrúa. Salimos entre los primeros excursionistas a las
cinco y media de la mañana en un espléndido amanecer, y llegué último a las
cuatro y media de la tarde. A esta hora volvía el último autobús de nuestro
hotel, desde un lugar totalmente aislado para poder conservar bien la
naturaleza salvaje, y donde no circula ningún vehículo no autorizado; sólo
circula la naturaleza (si llegábamos más tarde de las cuatro y media, que
era por culpa mía porque para Mary era como llevar un hijo tonto de
cansado, nos quedábamos a vivir allí). Los primeros cinco kilómetros
fueron una subida leve y fácil hasta que llegas a un cartel que te avisa que si
no tienes comida ni agua y ya estás cansado no sigas, date la vuelta. Y luego
del cartel, es verdad, el ascenso se complica sobremanera. Hubo de todo,
pero recuerdo una subida terrible, muy muy empinada con viento en contra,
que yo temí por mi corazón, y donde en un momento descansé sentado cinco
minutos, pero a los tres metros volví a sentarme, porque no daba más. En
una bajada resbalé (según Mary que venía atrás mi cabeza pasó rozando una de
las grandes piedra que había por todos lados), y me hice un esquince de tobillo
que por suerte no me impidió caminar el resto del viaje. Recién ahora, un mes
después, me pusieron una venda en el hospital de aquí porque lo tenía
hinchadísimo y las enfermeras no entendían nada acostumbradas a atender las
lesiones enseguida de un accidente. Pero mereció la pena el gran sacrificio de
subir y subir por lo que ves cuando llegas allá arriba y luego hasta el
fin del trayecto. Debido a la gran actividad volcánica de esa zona de la isla
norte, provocada porque NZ está sobre dos placas tectónicas en
constante fricción entre ellas, los minerales de las rocas
metamórficas que vienen del interior del planeta, junto con el agua que
baja de la nieve, crean lagos surrealistas de distintos colores según el
mineral diluido. Hay además en esa apasionante y gran acuarela
montañosa, tres volcanes imponentes, uno de ellos activo que expulsa
constantemente una gran humareda y agua hirviendo. A un costado, el lago Taupo,
el más grande de NZ, con un azul que te quiero azul. En el boliche de la
aventura, el paisaje te abraza y te invita a un trago de belleza.
Al otro día, acalambrados pero contentos, cruzamos en barco el Estrecho
de Cook durante tres horas, para cubrir los 65 klms. que separan
Wellington, la capital del país en la isla norte, y el puerto de Picton en la
isla sur en la que arribábamos. La llegada es preciosa porque el barco se
va metiendo en los llamados sounds,
entradas del mar creadas por el hundimiento de la tierra y el deshielo de las
aguas, ya que en la última glaciación, las dos islas estuvieron unidas por el
hielo. En difícil elección previa antes de viajar, decidimos conceder la
mayoría de nuestros días en NZ a la isla sur por los encantos de su costa oeste
en el Mar de Tasmania. Por ello, no tuvimos oportunidad de visitar la zona
donde vive la mayoría de la población maorí, Roturoa, en el mismo centro de la
isla norte, y que debido a la gran actividad sísmica, volcánica y
tectónica y de la que ya hablamos antes, hace famoso el lugar por sus aguas
termales de piscinas de lodo hirviendo con columnas de vapor, por sus géiseres
y por su enorme parque temático al aire libre, donde como en un museo, se
conserva y se muestra todo el material que viene del interior de la tierra, con
sus colores increíbles y también con sus olores increíbles donde al decir de un
argentino que no le gustó mucho, "no muestran lo que viene del corazón de
la tierra como te dicen, sino lo que viene de sus intestinos". Y
en ese marco natural imponente viven los maoríes que utilizan el agua caliente
para su higiene, para cocinar y como fuente de energía. Ellos cocinan haciendo
un hoyo en la tierra y poniendo piedras calientes, exactamente igual a como se
hace el curanto en el sur de Chile que está a 10400 klms. Los maoríes
constituyen el 14% de la población, pero en un dato curioso, decir que su idioma,
que sólo es hablado, lo usa el 23%. Y esto es debido a que aunque corrió mucha
sangre entre maoríes y los colonizadores occidentales durante 150 años, el
Tratado de Waitangi de 1840, fue un acuerdo mutuo que se firmó entre ambas
partes, y aunque tuvo luego diferentes interpretaciones según los intereses de cada
cual, se puede afirmar que dicho tratado tuvo un cierto carácter
progresista por el reconocimento dado al gobierno maorí sobre sus tierras
y por el respeto a su cultura. Tanto es así que en el nombre oficial del país
figura la palabra en maorí, Aotearoa, y la geografía de NZ lleva nombres
maoríes, mientras que su famosa Haka (danza con fuerza ancestral
que representa el orgullo, la fuerza y la unidad del grupo, donde los
bailarines sacan ostensiblemente la lengua a la vez que se
dan golpes violentos con el pie, todo ello mientras se canta en memoria de
sus ancestros y sucesos de su historia con letras muy
poéticas), decía que esa danza es usada por el equipo blanco
neozelandés campeón del mundo de rugby, All
Blacks, para intimidar y aterrar a sus contrarios antes de los partidos. Existe
entonces una influencia indudable de la cultura maorí en la vida de
Nueva Zelanda. El arte tradicional de los maoríes es el tejido y el
tallado de la madera. Existen excursiones a sus poblados donde se come sus
platos típicos y se baila con ellos, pero nosotros tuvimos miedo que todo
estuviera muy "turisteado", comercializado, no auténtico, y no
fuimos.
Y estamos entonces en la isla sur, mucho más despoblada que la del norte
por su clima más severo, aunque por supuesto con numerosos turistas de todo el
mundo. Entre el exquisito cuidado de la naturaleza, del que también ya hablamos
antes, y los pocos habitantes nativos, sólo se encuentran cafeterías,
restaurantes y hoteles en los pequeños poblados, muy espaciados entre sí. Por
ello, y como imprudentemente sólo llevábamos agua y cerveza en la pequeña
heladerita del auto, y como no nos queríamos perder de ninguna manera las
maravillas naturales que permanentemente se te van presentando y parábamos
cuando se iba la luz natural, dos veces nos ocurrió que nos dormimos sólo
habiendo desayunado. La escasez de establecimientos también se da con las
estaciones de nafta, y en dos oportunidades llegamos a estar con el tanque en
las últimas de Filipinas. Pero en fin, esos pequeños contratiempos no son
nada al lado de la gran oportunidad que te está dando la vida viajando por
allí.
El mar de Tasmania al este es tempestuoso y crea una costa escarpada,
abrupta, muy similar a la que va de San Francisco a Los Angeles en los
Estados Unidos. Allí reinan las ballenas aunque no llegamos a divisar
ninguna, los delfines, las focas, los pingüinos, etc, en paisajes que
abarcan grandes espacios por el mar abierto. Es hermoso ver el mar bravío
metiéndose en todos los recovecos de las rocas, propiciando, como ocurre en
Punakaike, que puedas ver desde los altos miradores, la ola enorme entrar
por una roca, y a los varios segundos verla salir lejos de allí por
otra distinta, para finalmente ir al encuentro de una nueva ola que llega. Y
todo con la música del mar, como si todo fuera una gran caracola de
Neruda.
Un poco más al sur, aparecen dos glaciares, más chicos que el Perito
Moreno argentino pero que tienen la particularidad, único caso conocido, que
ambos llegan al mar. Como ya conté, no pudimos volar sobre uno de ellos en
helicóptero, pero hicimos un intento de caminata para verlo de lejos. En el
camino que te lleva hacia él, en un determinado momento aparece un cartel
que te recomiendas que no sigas por posibles desprendimientos de hielo. Sólo un
cartel, que no es ningún obstáculo insalvable para seguir curioseando. Es como
si las autoridades de allí te dijeran, "ya eres mayor, si quieres seguir
sigues, aunque yo no te garantizo que no te pase nada, y lo que no voy
hacer es gastar tiempo, dinero y personal de vigilancia": hace dos años
quedaron sepultados 62 australianos. Al lado de los glaciares está el lago
Matheson, hermosisimo por los árboles antiquísimos que tiene y que lo
rodean entreverados entre sí como si todo fuera un solo árbol con múltiples
raíces. Este lago es el único que vimos que tiene sus aguas marrones,
pero que precisamente por ese color oscuro, tienes la ventaja de poder
sacar allí la gran fotografía de las fotografías con el Monte Cook, el pico más
alto de NZ y que está a varios kilómetros, reflejado en sus aguas.
Finalmente la carretera ya no sigue la costa en Haast, ya muy al
sur, y se mete hacia el este en el Gran Parque Nacional de Mount Aspring, el
más grande y el más fantástico parque natural de NZ. Aquí habría que dejar el
auto y caminar aunque son cerca de 300 klms. porque, como siempre, hay
mucho y bonito para disfrutar. Este parque cuenta con las posibilidades de
hacer un tracking de dos semanas durmiendo en refugios en la montaña donde lo
peor es el frío y las lluvias intensísimas. Yo con un tracking de un día ya
tuve bastante, aunque si viviera allí lo haría pero en tres años, sin apuro.
Ese día tocó comer y lo hicimos a lo grande en la Punta del Este de allí,
Queenstown, un lugar urbano que nos gustó mucho, cosa rara, sobre el lago
Wakatipu (obsérvese siempre los nombres maoríes), un centro del que salen
rutas para diferentes actividades en la montaña.
Y los últimos dos días fueron de los mejores de todo el
viaje. En elegantes barcos navegamos, bien al sur, por dos fiordos, el
Doubful y el Milford, y seguiremos navegando porque lo inolvidable nunca llega
a puerto. No hay palabras ni fotografías, hay que estar allí. Las
montañas fueron invadidas por el mar y solo quedan las más altas de
ellas a ambas lados del fiordo formando los dos corredores más
hermosos del mundo, más otras montañas más bajas de las que sobresalen sólo
sus cumbres. formando islas que enriquecen aún mas el paisaje. Y la paz y el
silencio que reinan en el lugar, imponen, impresionan, cautivan. Para animarte
a ir, los que organizan la excursión en su propaganda en internet te
preguntan, ¿se anima usted a estar seis horas sin su celular? Y sí, el silencio
está afuera y la música en tu interior con lo que estás viendo. Del
agua no hablemos porque no sabría decir que color era aquel, con el rey sol, no
muy común por aquellas altas latitudes, los dos días enteros. Los barcos
se iban acercando a las orillas para estar más cerca de las focas y sus
foquitas, las tribus de delfines, los pingüinos, las cascadas provenientes
del derretimiento de la nieve allá arriba.
Si te preguntan dónde quieres pasar la luna de miel, Nueva Zelanda.
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