13/2/16

ZARPES DESDE CATALUNYA / LUIS SILVA SCHULTZE
LOS DOMINGOS DE JUAN SEBASTIÁN ELCANO (2)

NUEVA ZELANDA

KIA ORA TÁTOU (“Hola a todos” en maorí)

Para motivar a las alumnas y de paso despertar también la curiosidad de los varones, cuando empecé, hace cuarenta  años, una clase donde me estaba examinando una profesora de didáctica muy exigente, les di un consejo a ellas: si algún día se casan con un príncipe azul muy rico y él les pregunta, ¿adónde vamos de luna de miel, mi amor?, yo que ustedes le diría Nueva Zelanda  (si hubiera sido profesor en Nueva Zelanda le hubiera dicho Uruguay). Siempre me atrajo Nueva Zelanda, soñaba con conocerla y era el objetivo primordial de nuestro viaje, y como está en las antípodas de España, aprovechamos y dimos la vuelta al mundo. El Ministerio de Turismo de NZ no  exagera con su eslogan propagandístico, "visite el más maravilloso paraíso escénico en el mundo", o "Cien por cien puro". El país es la gran fiesta de una naturaleza sin par. Con solo 268.680 klms. cuadrados, N.Z. tiene todo: bosques subtropicales vírgenes, lagos de todos los colores, ríos no contaminados, glaciares que llegan al mar, fiordos maravillosos, altas cadenas montañosas, 15134 klms de costa con algunas playas de ensueño, desiertos, colinas, meseta volcánica, etc. El país lo constituyen muchas islas, pero su población está radicada en las dos más grandes, la norte y  la sur,  más una pequeña, Stewart, con 1750 klms cuadrados, tan al sur que está cerquita de la Antártida, y que es un lugar virgen nunca colonizado, con playas de película y con sus bosques llenos de pájaros nativos (en NZ la mayoría de sus aves no tienen alas porque hasta la llegada de los colonizadores nunca existieron mamíferos terrestres que las pusieran en peligro y perdieron el hábito de volar). Lo extraordinario de viajar por allí, al presentarnos la geografía física todas sus formas y colores, es que parece como si estuvieras viendo una película que ha sido filmada en distintos países de la Tierra, tal la variedad de paisajes. En un auto, que es la única manera allí de viajar y conocer, cada curva te trae una nueva exclamación de admiración y una foto más a sacar. Y los que siempre están muy dignos, son mis grandes amigos los árboles, a cual más majestuoso, ellos son los reyes del mundo verde. Muchos de estos árboles, en un caso único en el mundo, tienen sus raíces entrelazadas entre sí para defenderse mejor en los terribles temporales que azotan las islas, quizás recordando aquello que un bosque unido jamás será vencido. Y un poco más abajo de esas raíces, existen rocas  que tienen quinientos millones de años, vestigios de las primeras épocas geológicas, cuando existió al sur del planeta un supercontinente, el Gondwana, y ciento sesenta millones de años más tarde, se separaron juntas NZ y Australia navegando hacia el este, independizándose geológicamente NZ hace ochenta y cinco millones de años. (Actualmente se sigue alejando treinta milímetros cada doce meses.) Y todo lo que brinda la naturaleza está siempre muy bien cuidado como si fuera un jardín particular, sin un solo papelito o botella en el suelo, con baños públicos de espejos relucientes y donde nunca falta el papel higíénico por más aislado que esté el lugar. La población neerlandesa, que en su mayoría es de ascendencia europea, sobre todo inglesa, ha heredado de los maoríes, los primeros habitantes que llegaron desde la Polinesia en canoas entre los años 1000 y 1300, su culto sagrado por la madre Tierra Papatuanuku, lo que significa cuidar con cariño el lugar donde vivimos como si fuera la cuna de nuestro hijo. Viajando por carreteras muy sencillas, nada de autopistas con peajes, te vas deteniendo donde te indican las señales de algo aun más bello de lo que estás viendo, y allí  tienes varias posibilidades de hacer distintos rutas caminando, todas indicadas con mapas dibujados en ese mismo lugar o con los mapas gratuitos que reparten las oficinas de turismo del estado, muy numerosas, con una atención exquisita. De esta manera, caminando 30 minutos se puede ir a "las cataratas de color turquesa” (maravillosas de maravillosas); y dos horas después, surgen los puentes colgantes sobre ríos transparentes verdes o azules o celestes o todos a la vez, donde no pueden permanecer más de seis personas a la vez porque sólo son algunos cables por arriba del agua; o caminando tres horas más puedes llegar hasta un  mirador con vistas espectaculares, etc: viajar por allí para conocer todo, cada kilómetro cuadrado, lleva años y años. Debo confesar un detalle que eché de menos en esa fiesta natural que es NZ, y es de no haber podido ver allá, al  fondo de un paisaje cualquiera, una iglesia gótica, un castillo románico, una columna griega de antes de Cristo, o una ruina egipcia, maya, azteca, inca.... Nueva Zelanda no cuenta con los vestigios de una civilización milenaria, ni cuenta con nada de valor arquitectónico de la época contemporánea, salvo en las dos principales ciudades, porque el país se pobló muy tarde y mal: sus pequeños pueblos, levantados cuando la fiebre del descubrimiento del oro en la isla sur y en la segunda mitad del siglo diecinueve, son del estilo desabrido y aburrido del oeste norteamericano sin encanto alguno. Claro que esta es una opinión muy subjetiva, quizás porque para mí el arte, el hombre en definitiva, es parte de la naturaleza y siempre me gusta ver su presencia sin alterar el medio ambiente, sino más bien enriqueciéndolo.

El clima (que muchas veces tiene las cuatro estaciones en el mismo día) nos ayudó porque sólo tuvimos una mañana  de lluvia que hizo suspender el helicóptero que teníamos reservado para subir a un glaciar, volar hora y media por encima de él y luego en tres horas bajar por el hielo con botas especiales (teníamos todo programado hora a hora los diez días que íbamos a estar, y no podíamos esperar allí hasta al día siguiente). 

Como me dijo una argentina que vive allí, "el país funciona y la oposición se mueve por cosas que para nosotros los latinoamericanos nos resultan insignificantes". Obvio, no cobra lo mismo el que lava el baño público que el piloto del helicóptero, pero en cierta forma es un Estado bastante equitativo en lo social y en lo económico, habiendo sido, a finales del siglo diecinueve, el país con más alta renta por habitante y con leyes sociales muy avanzadas, como aquella ley, primera en el mundo, en dar el voto a las mujeres en 1893, o una gran ley del divorcio pocos años después. Y señalemos además que posee un altísimo nivel educativo y en el 2013 ocupó el séptimo lugar en el índice de desarrollo humano.

El avión desde China (13 horas), nos dejó en Auckland, la antigua capital del país, al norte de la isla norte. Es la única ciudad del mundo que cuenta con dos enormes y bellas bahías naturales no comunicadas entre sí. Es llamada la "ciudad de las velas" por la cantidad de embarcaciones de todo tipo que existen en sus dos puertos: un neozelandés puede no tener auto pero tiene aunque sea un bote. Allí recogimos el auto que habíamos alquilado con una cama de matrimonio atrás y con la dirección a la derecha porque se conduce por la izquierda. Recorrimos algo de sus calles y cruzamos el gran puente que cruza la bahía mayor, orgullo local. Pero esa misma noche del primer día, ya dormimos a 380 kilómetros de Auckland, para poder hacer al otro día, en el Parque Nacional de Tongariro,  el tracking de 21 kilómetros, "la caminata más hermosa del mundo en 24 horas". La jornada fue mucho más dura de lo que yo había leído, mucho más, y sólo me salvó la sangre charrúa. Salimos entre los primeros excursionistas a las cinco y media de la mañana en un espléndido amanecer, y llegué último a las cuatro y media de la tarde. A esta hora volvía el último autobús de nuestro hotel, desde un lugar totalmente aislado para poder conservar bien la naturaleza salvaje, y donde no circula ningún vehículo no autorizado; sólo circula la naturaleza (si llegábamos más tarde de las cuatro y media, que era por culpa mía porque para Mary era como llevar un hijo tonto de cansado, nos quedábamos a vivir allí). Los primeros cinco kilómetros fueron una subida leve y fácil hasta que llegas a un cartel que te avisa que si no tienes comida ni agua y ya estás cansado no sigas, date la vuelta. Y luego del cartel, es verdad,  el ascenso se complica sobremanera. Hubo de todo, pero recuerdo una subida terrible, muy muy empinada con viento en contra, que yo temí por mi corazón, y donde en un momento descansé sentado cinco minutos, pero a los tres metros volví a sentarme, porque no daba más. En una bajada resbalé (según Mary que venía atrás mi cabeza pasó rozando una de las grandes piedra que había por todos lados), y me hice un esquince de tobillo que por suerte no me impidió caminar el resto del viaje. Recién ahora, un mes después, me pusieron una venda en el hospital de aquí porque lo tenía hinchadísimo y las enfermeras no entendían nada acostumbradas a atender las lesiones enseguida de un accidente. Pero mereció la pena el gran sacrificio de subir y subir por lo que ves cuando llegas allá arriba y luego hasta el fin del trayecto. Debido a la gran actividad volcánica de esa zona de la isla norte, provocada porque NZ está sobre dos placas tectónicas en constante fricción entre ellas, los minerales de las rocas metamórficas que vienen del interior del planeta, junto con el agua que baja de la nieve, crean lagos surrealistas de distintos colores según el mineral diluido. Hay además en esa apasionante y gran  acuarela montañosa,  tres volcanes imponentes, uno de ellos activo que expulsa constantemente una gran humareda y agua hirviendo. A un costado, el lago Taupo, el más grande de NZ, con un azul que te quiero azul. En el boliche de la aventura, el paisaje te abraza y te invita a un trago de belleza.

Al otro día, acalambrados pero contentos, cruzamos en barco el Estrecho de Cook durante tres horas, para cubrir los 65 klms. que separan Wellington, la capital del país en la isla norte, y el puerto de Picton en la isla sur en la que arribábamos. La llegada es preciosa porque el barco se va metiendo en los llamados sounds, entradas del mar creadas por el hundimiento de la tierra y el deshielo de las aguas, ya que en la última glaciación, las dos islas estuvieron unidas por el hielo. En difícil elección previa antes de viajar, decidimos conceder la mayoría de nuestros días en NZ a la isla sur por los encantos de su costa oeste en el Mar de Tasmania. Por ello, no tuvimos oportunidad de visitar la zona donde vive la mayoría de la población maorí, Roturoa, en el mismo centro de la isla norte, y  que debido a la gran actividad sísmica, volcánica y tectónica y de la que ya hablamos antes, hace famoso el lugar por sus aguas termales de piscinas de lodo hirviendo con columnas de vapor, por sus géiseres y por su enorme parque temático al aire libre, donde como en un museo, se conserva y se muestra todo el material que viene del interior de la tierra, con sus colores increíbles y también con sus olores increíbles donde al decir de un argentino que no le gustó mucho, "no muestran lo que viene del corazón de la tierra como te dicen, sino lo que viene de sus intestinos". Y en ese marco natural imponente viven los maoríes que utilizan el agua caliente para su higiene, para cocinar y como fuente de energía. Ellos cocinan haciendo un hoyo en la tierra y poniendo piedras calientes, exactamente igual a como se hace el curanto en el sur de Chile que está a 10400 klms. Los maoríes constituyen el 14% de la población, pero en un dato curioso, decir que su idioma, que sólo es hablado, lo usa el 23%. Y esto es debido a que aunque corrió mucha sangre entre maoríes y los colonizadores occidentales durante 150 años, el Tratado de Waitangi de 1840, fue un acuerdo mutuo que se firmó entre ambas partes, y aunque tuvo luego diferentes interpretaciones según los intereses de cada cual, se puede afirmar que dicho tratado tuvo un  cierto carácter progresista por el reconocimento dado al gobierno maorí sobre sus tierras y por el respeto a su cultura. Tanto es así que en el nombre oficial del país figura la palabra en maorí, Aotearoa, y la geografía de NZ lleva nombres maoríes, mientras que su famosa Haka (danza con fuerza ancestral que representa el orgullo, la fuerza y la unidad del grupo, donde los bailarines sacan ostensiblemente la lengua a la vez  que se dan golpes violentos con el pie, todo ello mientras se canta en memoria de sus ancestros y sucesos de su historia con letras muy poéticas),  decía que esa danza es usada por el equipo blanco neozelandés campeón del mundo de rugby, All Blacks, para intimidar y aterrar a sus contrarios antes de los partidos. Existe entonces una influencia indudable de la cultura maorí en la vida de Nueva Zelanda. El arte tradicional de los maoríes es el tejido y el tallado de la madera. Existen excursiones a sus poblados donde se come sus platos típicos y se baila con ellos, pero nosotros tuvimos miedo que todo estuviera muy "turisteado", comercializado, no auténtico, y no fuimos.

Y estamos entonces en la isla sur, mucho más despoblada que la del norte por su clima más severo, aunque por supuesto con numerosos turistas de todo el mundo. Entre el exquisito cuidado de la naturaleza, del que también ya hablamos antes, y los pocos habitantes nativos, sólo se encuentran cafeterías, restaurantes y hoteles en los pequeños poblados, muy espaciados entre sí. Por ello, y como imprudentemente sólo llevábamos agua y cerveza en la pequeña heladerita del auto, y como no nos queríamos perder de ninguna manera las maravillas naturales que permanentemente se te van presentando y parábamos cuando se iba la luz natural, dos veces nos ocurrió que nos dormimos sólo habiendo desayunado. La escasez de establecimientos también se da con las estaciones de nafta, y en dos oportunidades llegamos a estar con el tanque en las últimas de Filipinas. Pero en fin, esos pequeños contratiempos no son nada al lado de la gran oportunidad que te está dando la vida viajando por allí.

El mar de Tasmania al este es tempestuoso y crea una costa escarpada, abrupta, muy similar a la que va de San Francisco a Los Angeles en los Estados Unidos. Allí reinan las ballenas aunque no llegamos a divisar ninguna, los delfines, las focas, los pingüinos, etc, en paisajes que abarcan grandes espacios por el mar abierto. Es hermoso ver el mar bravío metiéndose en todos los recovecos de las rocas, propiciando, como ocurre en Punakaike, que puedas ver desde los altos miradores, la ola enorme entrar por una roca, y a los varios segundos verla salir lejos de allí por otra distinta, para finalmente ir al encuentro de una nueva ola que llega. Y todo con la música del mar, como si todo fuera una gran caracola de Neruda. 

Un poco más al sur, aparecen dos glaciares, más chicos que el Perito Moreno argentino pero que tienen la particularidad, único caso conocido, que ambos llegan al mar. Como ya conté, no pudimos volar sobre uno de ellos en helicóptero, pero hicimos un intento de caminata para verlo de lejos. En el camino que te lleva hacia él,  en un determinado momento aparece un cartel que te recomiendas que no sigas por posibles desprendimientos de hielo. Sólo un cartel, que no es ningún obstáculo insalvable para seguir curioseando. Es como si las autoridades de allí te dijeran, "ya eres mayor, si quieres seguir sigues, aunque yo no te garantizo que no te pase nada, y lo que no voy hacer es gastar tiempo, dinero y personal de vigilancia": hace dos años quedaron sepultados 62 australianos. Al lado de los glaciares está el lago Matheson,  hermosisimo por los árboles antiquísimos que tiene y que lo rodean entreverados entre sí como si todo fuera un solo árbol con múltiples raíces. Este lago es el único que vimos que tiene sus aguas marrones, pero que precisamente por ese color oscuro, tienes la ventaja de poder sacar allí la gran fotografía de las fotografías con el Monte Cook, el pico más alto de NZ y que está a varios kilómetros, reflejado en sus aguas.

Finalmente la carretera ya no sigue la costa en Haast, ya muy al sur, y se mete hacia el este en el Gran Parque Nacional de Mount Aspring, el más grande y el más fantástico parque natural de NZ. Aquí habría que dejar el auto y caminar aunque son cerca de 300 klms. porque, como siempre, hay mucho y bonito para disfrutar. Este parque cuenta con las posibilidades de hacer un tracking de dos semanas durmiendo en refugios en la montaña donde lo peor es el frío y las lluvias intensísimas. Yo con un tracking de un día ya tuve bastante, aunque si viviera allí lo haría pero en tres años, sin apuro. Ese día tocó comer y lo hicimos a lo grande en la Punta del Este de allí, Queenstown, un lugar urbano que nos gustó mucho, cosa rara, sobre el lago Wakatipu (obsérvese siempre los nombres maoríes), un centro del que salen rutas para diferentes actividades en la montaña.

Y  los últimos dos días fueron de los mejores de todo el viaje. En elegantes barcos navegamos, bien al sur, por dos fiordos, el Doubful y el Milford, y seguiremos navegando porque lo inolvidable nunca llega a puerto. No hay palabras ni fotografías, hay que estar allí. Las montañas fueron invadidas por el mar y solo quedan las más altas de ellas a ambas lados del fiordo formando los dos corredores más hermosos del mundo, más otras montañas más bajas de las que sobresalen sólo sus cumbres. formando islas que enriquecen aún mas el paisaje. Y la paz y el silencio que reinan en el lugar, imponen, impresionan, cautivan. Para animarte a ir, los que organizan la excursión en su propaganda en internet te preguntan, ¿se anima usted a estar seis horas sin su celular? Y sí, el silencio está afuera y la música en tu interior con lo que estás viendo. Del agua no hablemos porque no sabría decir que color era aquel, con el rey sol, no muy común por aquellas altas latitudes, los dos días enteros. Los barcos se iban acercando a las orillas para estar más cerca de las focas y sus foquitas, las tribus de delfines, los pingüinos, las cascadas provenientes del derretimiento de la nieve allá arriba. 


Si te preguntan dónde quieres pasar la luna de miel, Nueva Zelanda.

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