BEATRIZ
BAYCE
CUANDO
YA NO IMPORTE (*)
(Primera edición: revista Fundación Nº 1, 1994)
SEXTA ENTREGA
6
/ ¿UNA VUELTA DEFINITIVA?
Carr estaba todavía en
la ubicua ciudad de Santamaría, lugar de simulacros de la vida real. En este
escenario que fue siempre de esperanzas frustradas, vive la aventura imposible
o fallida de Elvirita, la niña que cuando fue creciendo “comenzó su turno de mentiras
propias” (pág. 61), porque parecería que madurar era percibir que nada era lo
que parecía ser.
Si seguimos el modelo
de aventura “reproducido -recordado- en el sueño (19) por Carr,
veremos que una de las tareas que el guía
debía cumplir era devolver las almas a la tierra. Carr alimentaba esa
esperanza:
“Tal
vez no demore el turco que hasta aquí me trajo en un viaje eterno y cumpla su
promesa de redención” (pág. 151).
Al pensar en redención el rescate esperado parece
tener un alcance salvífico. De esta manera Santamaría queda insinuada como un
lugar de expiación, de deambular del
alma “que está clavada a su cuerpo por las pasiones” (20).
Carr no se explicaba
cómo podía estar allí, porque en un principio no se había sentido culpable.
Pero aquel día de “la sorpresa repugnante” (pág. 179). Autoridá lo amenazó con destapar muchas culpas. Es posible que haya
quedado enredado en los sucesos y fuera perseguido por el aparente suicidio de Autoridá. Sabemos que todo empezó cuando
a Elvirita la llevaron con las manos esposadas:
“Perdoname,
Juan. Perdoname por todo” (pág. 180).
dijo de despedida
Elvirita cuando parecía tomar conciencia de la responsabilidad de sus actos.
Recordamos las palabras de Sartre: “…muchos creen que al obrar sólo se
comprometen a sí mismos…” (21).
La vida de Carr había
cambiado. Poco después anotaba:
“Pero
ya apunté que yo, ahora, no soy exclusivamente yo. Tristeza y culpa hacen
buenas mellizas” (pág. 186).
La oferta de redención de Paley está mezclada con
ciertas imágenes contradictorias que ponen en duda el lugar al que su guía
debía conducirlo. Paley era amigo del “islero”. Evidentes traslaciones oníricas
relacionan al islero con la imagen de Caronte; el islero vivía en una isla
verde (no de fuego): conducía una lancha (no una barca) y buscaba dinero “en el
cuarto o en el cuerpo” de Carr. ¿Buscaba las monedas con que los griegos
enterraban a sus muertos?
Prófugo de la policía, la necesidad arrastró a Carr a su
ciudad, a Monte, ya definitivamente. Aquí podrá escribir memorias de hechos futuros nunca sucedidos, podrá dibujar los
signos del imposible momento de decir “cuando ya no importe”.
Un treinta de
diciembre, Carr, como cronista de Santamaría, imaginará la situación climática
que acompañará la ficción o la vivencia de su propia muerte. Pero el personaje
ya realizado es libre y puede volver a encontrar otra Santamaría que, como a
las ciudades de los orígenes, tendremos que creerla para que pueda existir.
Montevideo, agosto de
1993.
Notas
(19) Freud, ob. cit.,
pág. 72.
(20) Platón, Fedón, Diálogos, pág. 66.
(21) Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo, Sur,
Nos. 147 / 49, pág. 252, Buenos Aires, 1947.
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