ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El
poder del lado oscuro de la naturaleza humana)
Carl G. Jung / Joseph
Campbell / Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber / Nathaiel Branden
/ Sam Keen / Larry Dossey / Rollo May / M. Scott Peck / James Hillman / John
Bradshaw y otros
Edición a cargo de Connie Zweig y
Jeremiah Abrams
CENTESIMOPRIMERA
ENTREGA
SÉPTIMA PARTE
26. LA CURACIÓN DEL MAL HUMANO (4)
M.
Scott Peck
Un
rasgo muy particular, sin embargo, de las conductas de las personas malvadas
consiste en el fenómeno del chivo expiatorio. En su intimidad estas personas se
consideran libres de todo reproche y, por consiguiente, no dudan en atacar
violentamente a quienes les critican. De este modo, para mantener su imagen de
perfección deben terminar sacrificando a los demás. Consideremos, por ejemplo,
el caso del niño de seis años que le pregunta a su padre: “Papá, ¿por qué
llamas puta a la abuela?”. “¡Te he dicho mil veces que no me molestes! -ruge el
padre-. Ahora verás. Te voy a enseñar a no decir más palabrotas. Vamos a lavarte
la boca con jabón. A ver si de este modo aprendes a permanecer callado de una
vez”. Luego el padre arrastra al niño escaleras arriba hasta el lavabo y le
infringe el castigo prometido perpetrando una acción malvada en nombre de la
“disciplina”.
El
fenómeno del chivo expiatorio opera a través de un mecanismo que los
psiquiatras denominan proyección. El sujeto se siente tan intachable que
resulta inevitable que atribuya cualquier problema que aparezca al mundo. Al
negar su propia maldad esas personas deben proyectarla
sobre el mundo y percibir que los malos son los demás. Esas personas jamás
ven su propia maldad y, por consiguiente, sólo la advierten en los demás. El
padre que hemos mencionado anteriormente, por ejemplo, sólo se dio cuenta de
las palabrotas de su hijo y le castigó en consecuencia. Pero todos sabemos que
el blasfemo era el padre que proyectó su sombra sobre su hijo y luego le
castigó en nombre de la buena educación.
El
fenómeno del chivo expiatorio suele ser una de las principales manifestaciones
de la maldad a la que me refiero. En The
Road Less Traveled defino al mal “como un ejercicio de poder político -es decir,
una imposición abierta o encubierta sobre los demás- para evitar… su
crecimiento espiritual”. En otras palabras, la persona malvada ataca a los
demás en lugar de hacer frente a sus propios defectos. Pero el crecimiento
espiritual requiere que tomemos conciencia de nuestra propia necesidad de
crecer y si no lo hacemos así no tenemos más alternativa que intentar erradicar
toda evidencia de nuestra imperfección. (3)
Por
más extraño que pueda parecer, la destructividad de las personas malvadas
radica precisamente en su intento de destruir el mal. El problema es que se
equivocan en la ubicación del locus del mal. En lugar de atacar a los demás
deberían ocuparse de destruir su propia enfermedad. Por otra parte, como la
vida amenaza con mucha frecuencia su propia autoimagen de perfección dedican
todas sus fuerzas a odiar y tratar de destruir a la vida en nombre de la
justicia. El problema, sin embargo, no es tanto que odien la vida sino que no aborrezcan al pecador que albergan en
su interior.
¿Pero
cuál es la causa de esta dificultad en odiarse a sí mismos, de esta
imposibilidad de degradarse uno mismo que parece ser el pecado capital por
excelencia, la raíz de la conducta a la que denomino mal? En mi opinión, no se
trata de una falta de conciencia. Hay personas, tanto dentro como fuera de la
cárcel, que carecen de toda conciencia moral o superego. Los psiquiatras les
denominan psicópatas o sociópatas. Su ignorancia les lleva a cometer todo tipo
de crímenes con una especie de negligencia temeraria. Pero su criminalidad no
parece estar movida especialmente por el fenómeno del chivo expiatorio. La inconsciencia
de los psicópatas les hace despreocuparse de casi todo, incluyendo su propia
criminalidad. Parecieran hallarse tan felices dentro de la cárcel como fuera de
ella. En pocas ocasiones intentan encubrir sus crímenes y cuando lo hacen sus
esfuerzos son débiles, indiferentes y mal planificados. Este tipo de individuos
ha sido calificado de “imbécil moral” y su despreocupación es tal que roza, en
ocasiones, hasta la misma inocencia.
Notas
(3)
En su último libro, titulado Scape from
Evil (McMillan, 1965), Ernest Becker destacó el papel fiundamental que
desempeña el fenómeno del chivo expiatorio en la génesis de la maldad del ser
humano. Según Becker, la única causa del fenómeno del chivo expiatorio descansa
en el temor a la muerte. En mi opinión, sin embargo, esa causa hay que
buscarla, más bien, en el miedo a la autocrítica ya que esta exige una transformación
profunda de nuestra personalidad. En la medida que critico una parte de mí mismo
me encuentro en la obligación moral de cambiarla. No obstante, el proceso de
cambio es tan doloroso que bien podríamos compararlo con una especie de muerte
de nuestras pautas de conducta obsoletas. Así pues, la maldad se aferra
patológicamente al status quo de la
vieja personalidad narcisista que se considera a sí misma perfecta. Hay que añadir también que, desde el punto de
vista de nuestros yoes más queridos, el cambio más pequeño es equiparable a la
aniquilación total. En este sentido, para una persona “malvada”, el temor a la
autocrítica es perfectamente equiparable con el miedo a la extinción total.
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