CONDE
DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)
LOS
CANTOS DE MALDOROR
SEXAGESIMOSÉPTIMA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO SEGUNDO
15 (1)
Hay horas en la vida en
que el hombre de melena piojosa lanza, con los ojos fijos, miradas salvajes a
las membranas verdes del espacio, pues le parece oír delante de sí, el irónico
huchear de un fantasma. Él menea la cabeza y la baja; ha oído la voz de la
conciencia. Entonces sale precipitadamente de la casa con la velocidad de un
loco, toma la primera dirección que se ofrece a su estupor, y devora las
planicies rugosas de la campiña. Pero el fantasma amarillo no lo pierde de
vista y lo persigue con similar rapidez. A veces, en noches de tormenta, cuando
legiones de pulpos alados, que de lejos parecen cuervos, se ciernen por encima
de las nubes, dirigiéndose con firmes bogadas hacia las ciudades de los
humanos, con la misión de prevenirles que deben cambiar de conducta, el guijarro
de ojo sombrío ve pasar, uno tras otro, dos seres a la claridad de un
relámpago, y, enjugando una furtiva lágrima de compasión que se desliza desde
su párpado helado, exclama: “Por cierto que lo merece; no es más que un acto de
justicia.” Después de haber dicho esto, recobra su actitud huraña, y sigue
observando, con un temblor nervioso, la caza del hombre, y los grandes labios
de la vagina de sombra, de donde se desprenden incesantemente, como un río,
inmensos espermatozoides tenebrosos que toman impulso en el éter lúgubre,
escondiendo en el vasto despliegue de sus alas de murciélago, la naturaleza
entera, y las legiones solitarias de pulpos que se han vuelto taciturnos ante
el aspecto de esas fulguraciones sordas e inexpresables. Pero durante ese
lapso, el steeple-chase continúa
entre los dos infatigables corredores, mientras el fantasma lanza por la boca
chorros de fuego sobre la espalda calcinada del antílope humano. Si durante el
cumplimiento de este deber encuentra en el camino a la piedad, que quiere
cerrarle el paso, cede a sus súplicas de mala gana, y deja escapar al hombre.
El fantasma hace chasquear la lengua, como para decirse a sí mismo que da por
terminada la persecución, y vuelve a su pocilga hasta nueva orden. Su voz de
condenado se oye hasta en las capas más lejanas del espacio, y, cuando su
aullido espantoso penetra en el corazón humano, este preferiría tener, según
dicen, a la muerte por madre antes que al remordimiento por hijo. Hunde la
cabeza hasta los hombros en las complejidades terrosas de un agujero, pero la
conciencia volatiliza este ardid de avestruz. La excavación se evapora, gota de
éter; la luz aparece con su cortejo de rayos, como una bandada de chorlitos que
desciende sobre las alhucemas; y el hombre se encuentra frente a sí mismo con
los ojos abiertos y turbios. Lo he visto encaminarse en la dirección del mar,
subir sobre un promontorio carcomido y azotado por la ceja de la espuma, y
precipitarse como una flecha en las olas. He aquí el milagro: el cadáver reaparecía
al día siguiente en la superficie del océano, que devolvía a la orilla este
despojo de carne.
1 comentario:
Un placer el volver a leerte
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