ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El
poder del lado oscuro de la naturaleza humana)
Carl G. Jung / Joseph
Campbell / Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber / Nathaiel Branden
/ Sam Keen / Larry Dossey / Rollo May / M. Scott Peck / James Hillman / John
Bradshaw y otros
Edición a cargo de Connie Zweig y
Jeremiah Abrams
CENTESIMODIECIOCHOAVA
ENTREGA
OCTAVA PARTE
LA CONSTRUCCIÓN DEL ENEMIGO: ELLOS
Y NOSOTROS EN LA VIDA POLÍTICA
30. EL CREADOR DE ENEMIGOS (1)
Sam Keen
Filósofo
y ex-editor de Psychology Today. Es
el autor de Su viaje mítico (escrito
en colaboración con Anne Valley-Fox; Ed. Kairós); To a
Dancing God; The Passionate Life: Stages of Loving; Faces of the Enemy:
Reflections of the Hostil Imagination y Fire
in the Belly: On Being A Man.
Para crear un enemigo
toma un lienzo en blanco
y esboza en él figuras
de hombres, mujeres y niños.
Sumerge en la paleta inconsciente
de tu sombra enajenada
un gran pincel
y emborrona a los extraños
con los turbios colores de la
sombra.
Dibuja en el rostro de tu enemigo
la envidia, el odio y la crueldad
que no te atreves a admitir como
propias.
Ensombrece todo asomo
de simpatía en sus rostros.
Borra cualquier indicio de los
amores, esperanzas y temores
que se constelan caleidoscópicamente
en torno al corazón de todo ser
humano.
Deforma su sonrisa
hasta que adopte el aspecto
tenebroso
de una mueca de crueldad.
Arranca la piel de los huesos
hasta que asome
el esqueleto inerme de la muerte.
Exagera cada rasgo
hasta transformar a cada ser humano
en una bestia, una alimaña, un
insecto.
Llena el fondo del cuadro
con todos los diablos, demonios y
figuras malignas
que alimentan nuestras pesadillas
ancestrales.
Cuando hayas terminado el retrato
de tu enemigo
podrás matarlo y descuartizarlo sin
sentir vergüenza
ni culpa alguna.
Porque entonces lo que destruirás
se habrá convertido
en un enemigo de Dios
o en un obstáculo
para la sagrada dialéctica de la
historia.
Primero
creamos al enemigo. La imagen existe antes que el arma, la propaganda precede a
la tecnología, Comenzamos pensando en
otros a quienes matar y posteriormente inventamos el hacha de guerra o el misil
intercontinental para acabar con ellos.
Sin
embargo, los políticos de uno y otro signo creen exactamente lo contrario y
proclaman a voz en grito que si abandonamos nuestra política armamentista el
enemigo no desaprovechará la ocasión. Los conservadores, por su parte, opinan
que el único modo de mantener en cintura al enemigo consiste en demostrarle que
disponemos de armas más grandes y más poderosas que las suyas. Los liberales,
por el contrario, piensan que el enemigo dejaría de serlo si tuviéramos menos
armas o si estas fueran menos potentes. Ambas posturas, sin embargo, se basan
en la creencia optimista y racional de que el ser humano es un animal
pragmático que ha llegado a convertirse, con el correr de los años, en homo sapiens (“hombre racional”) y en homo faber (“hombre hábil”), y que,
consecuentemente, es posible alcanzar la paz mediante la negociación y el
control armamentístico.
Sin
embargo, la realidad no parece ajustarse a esa creencia, ya que el problema no
parece asentarse tanto en nuestra o en nuestra tecnología como en la dureza de
nuestros corazones. Generación tras generación hemos inventado todo tipo de
excusas para odiar y deshumanizar a nuestros semejantes. Nos negamos a admitir
lo evidente y nos justificamos con la retórica política más sofisticada. El ser
humano es un homo hostilis, una
especie hostil, el único animal capaz de fabricarse enemigos para tratar de escapar
de su propia hostilidad reprimida. De este modo, con los residuos inconscientes
de nuestra hostilidad y con nuestros demonios privados creamos un objetivo,
conjuramos un enemigo público y -lo que es peor- nos entregamos a rituales
compulsivos, a dramas tenebrosos con los que tratamos de exorcizar aquellos
aspectos que negamos y despreciamos en nosotros mismos.
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