LECCIONES
DE VIDA
ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
OCTAVA ENTREGA
1
/ LA LECCIÓN DE LA AUTENTICIDAD (6)
DK
(2)
Cuando tenía sesenta
años, Tim, padre de tres hijas, sufrió un ataque al corazón. Había sido un buen
padre para sus hijas, ya mayores, a las que había educado él solo. Tras sufrir
el infarto, examinó su vida:
“Me he dado cuenta de
que no sólo mis arterias se han endurecido -me explicó-, sino que yo también lo
he hecho. Me endurecí años atrás, cuando mi mujer murió. Tenía que ser fuerte y
quería que mis hijas también lo fueran, así que fui duro con ellas. Pero ahora
mi tarea ha terminado. Tengo sesenta años, mi vida pronto llegará a su fin y ya
no quiero ser duro nunca más. Quiero que mis hijas sepan que tienen un padre
que las quiere muchísimo.”
En la habitación del
hospital, Tim habló a sus hijas del amor que sentía por ellas. Ellas siempre
habían sabido que las quería, pero la ternura que mostró su padre hizo que se
les saltaran las lágrimas. Tim sentía que ya no tenía que ser el padre que
creía que debía ser o que tuvo que ser en el pasado, sino que podía ser la
persona que era en su interior.
No todos somos genios
como Einstein o grandes atletas como Michael Jordan, pero “si eliminamos lo que
sobra” todos podremos ser brillantes de un modo u otro, según los dones que
tengamos.
Nuestro verdadero ser
es el amor más puro, la perfección más auténtica. Estamos aquí para sanarnos a
nosotros mismos y para recordar quiénes hemos sido siempre: la luz que nos guía
en la oscuridad.
La búsqueda de quiénes
somos nos lleva a la tarea que debemos realizar, a las lecciones que tenemos
que aprender. Cuando nuestro ser interior y exterior son uno, ya no necesitamos
escondernos, temer o protegernos a nosotros mismos. Nos vemos como algo que va
más allá de nuestras circunstancias.
Una noche, ya tarde,
hablaba con un hombre en un centro paras enfermo desahuciados. Padecía una
esclerosis lateral amiotrófica (o enfermedad de Lou Gehrig).
-¿Qué parte de esta
experiencia la resulta más dura? -le pregunté-. ¿La hospitalización? ¿La
enfermedad?
-No -me respondió-. La
parte más dura es que todo el mundo piensa en mí en tiempo pasado. Como alguien
que una vez existió. Pero no importa lo que le ocurra a mi cuerpo; siempre seré
una persona completa. Hay una parte de mí que es indefinible e invariable; una
parte que perderé y que no desaparecerá ni con la edad ni con la enfermedad.
Hay una parte de mí a la que me aferro, que es quien realmente soy y siempre
seré.
Aquel hombre había
descubierto que la esencia de su ser era mucho más de lo que le sucedía a su
cuerpo, el dinero que había atesorado o los hijos que había criado. Somos lo
que queda tras quitar todos nuestros roles. Dentro de nosotros hay un potencial
de bondad que supera nuestra imaginación, de entrega que no espera
compensación, de escucha que no emite juicios, de amor incondicional. Ese potencial
es nuestro objetivo. Podemos alcanzarlo llevando a cabo grandes acciones y
también pequeñas acciones diarias. Muchas personas que cambiaron debido a una
enfermedad y querían ayudar a otros a cambiar, han trabajado en su crecimiento
personal, y ahora, camino de completar sus asuntos pendientes, están en
situación de ser una luz para los demás.
Ser quienes somos
significa honrar la integridad de nuestra identidad humana. Y eso puede incluir
aquellas partes oscuras que con frecuencia tratamos de ocultar. En ocasiones
creemos que sólo nos atrae lo bueno, pero de hecho nos atrae lo auténtico. Nos
gustan más las personas que son auténticas que las que ocultan su verdadero ser
tras capas de bondad artificial.
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