EL QUIJOTE COMO VÍCTIMA DE LOS TÓPICOS
FRANCISCO ALONSO-FERNÁNDEZ
(El País – 20 / 10
/ 2016)
Refutar las pistas
falsas proporcionadas por algunos tópicos es clave para combatir las actitudes
negativas ante la lectura de la monumental obra de Cervantes
SEGUNDA ENTREGA
Su evolución en
forma de un trastorno bipolar se establece con la aparición de ondas
melancólicas más o menos fugaces y las características de dos secuencias clave.
La única ráfaga melancólica mantenida con cierta tenacidad fue la provocada por
el encantamiento de Dulcinea (Quijote II, capítulo 11).
Las dos secuencias
patognomónicas de un trastorno bipolar acontecen respectivamente en Sierra
Morena (Quijote I) y en la Cueva de Montesinos (Quijote II). La entrega de Don
Quijote a la penitencia en Sierra Morena se despliega en forma de una
alternancia entre las cabezadas contra las piedras, la musitación de un millón
de avemarías, los suspiros o los ayes desesperados, y las piruetas de alegría,
los versos románticos o los cánticos de amor, en suma un estado mixto
maniacodepresivo. Por otra parte, su espeluznante y tétrica ensoñación en la
Cueva de Montesinos constituye, a la luz de la ciencia actual, una parasomnia
específica de los pacientes bipolares, y como tal vivida como si fuera una
realidad y tuviera una duración muy dilatada. A su salida de la gruta, Sancho,
con el reloj en mano, afirma que la estancia en la cueva ha durado una hora,
mientras que Don Quijote asegura que ha permanecido en ella tres días, rodeado
de un cortejo de mujeres desoladas y desesperadas, sometidas al encanto
maléfico del mago Merlín. Una pintura negra de Goya.
La vida de Don
Quijote, gobernada por el delirio, un delirio de pensamiento y de acción, se
consagra al deber y al amor. La presentación de Don Quijote como un
bienaventurado o un portador de valores universales tomados de la escala de Max
Scheler, constituye un tópico espiritualizado insostenible. Don Quijote no fue
un predicador de bondades, sino un caballero andante que trató de cumplir con
su deber, polarizado en el imperativo categórico de Inmanuel Kant: “Cumple con
tu deber” o “haz lo que debes”.
Con arreglo a los
estatutos de caballerías, la actividad del caballero andante ha de dedicar una
atención preferente a la protección de la mujer contra el forzamiento de los
malandrines, los follones (holgazanes) o los gigantones y a velar por su honra.
Don Quijote se pasó de rosca en este punto, al extender la función caballeresca
a dispensar a la mujer un control machista tratando de protegerla contra ella
misma, dada su frágil condición moral, así como se erigió en director
falocrático del destino de la mujer proporcionándole felicidad, tal como él
mismo establece: “Evitarles marcharse a los ochenta años como la madre las
había parido, sin haber tenido la oportunidad de disfrutar terminando con su
virginidad”.
La actitud
erotómana de Don Quijote, distribuida en ocasional (creer que toda mujer
próxima se enamoraba de él) y permanente (delirio erotómano referido a
Dulcinea) se despojó del tema sexual tomando una elevación platónica. Aquí
surgen dos incógnitas: una, ¿de dónde provenía su erotomanía generalizada? y,
otra, su marcado señalamiento platónico. En los estados de exaltación vital de
carácter hipomaniaco o maniaco, la libido se encuentra hiperactivada. Su
configuración como una pulsión platónica se debió a ciertas variables (la
avanzada edad, el largo celibato, la supremacía caballeresca del deber sobre el
placer y alguna más) pero no a la ingenuidad sexual de Don Quijote.
De descartar el
tópico de la ingenuidad se encarga el propio Don Quijote cuando refiere a
Sancho el cuento de la viuda: érase una viuda a la que sus familiares y amigos
trataban de apartar de un amante carcomido por ínfimas cualidades personales, a
lo que ella replicó “para lo que yo le quiero sabe más que Aristóteles”.
El tópico de la
quijotización de Sancho suele aducirse para explicar el radical cambio
experimentado por el escudero en el Quijote II. Sancho no llegó nunca a
compartir el delirio de su señor. Siempre mantuvo una insalvable distancia al
respecto, como manifestó con rotundidad en distintas ocasiones. Con la duquesa
y sus doncellas se desahogó mediante una larga confidencia, de la que aquí
acotamos un párrafo: “Lo primero que digo es que yo tengo a mi señor Don
Quijote por loco rematado” (II, 35). Lo que retuvo a Sancho como escudero fue
el vínculo de amistad con su amo.
Sancho Panza, una
vez alejado de la cuadra, sencillamente por el disfrute de la asidua compañía
con gente común, sin precisar asistir a un master universitario ni contar con
el apoyo de un profesor, el tonto y necio de la Primera Parte del Quijote,
experimentó un profundo giro en su mentalidad en el Quijote II. Fue entonces
cuando se le dijo por doquier que pensaba y hablaba como un catedrático, un
canónigo o un filósofo. El primer expresidente de la II República española,
Niceto Alcalá Zamora (3), jurista de profesión, le colmó de elogios como
administrador de la justicia en la Ínsula Barataria, rematando con la
sorprendente afirmación de considerarlo “excelente juez, mejor sin duda que
muchos letrados de la universidad” (III).Yo mismo he comentado la vertiginosa
ascensión mental de Sancho como un proceso de socratización, que lo convirtió
en un discípulo aventajado del filósofo maestro de la cultura oral. Sancho fue
el éxito de Don Quijote: un cerebro rescatado.
La intervención del
enfrascamiento en la lectura, “durante el día, de turbio en turbio, y durante
la noche, de claro en claro” como causa de la psicosis de Don Quijote,
representa un gazapo manejado por Cervantes para reforzar sus argumentos contra
los libros de caballerías y halagar a los inquisidores, los enemigos natos de
la lectura y los libros. A comienzos del siglo XVI se había quemado en España
un millón de libros por orden del cardenal Cisneros. Cuando Don Quijote comenzó
a devorar libros ya se había iniciado el cuadro de su euforia hiperactiva
delirante. Por otra parte, entre los hidalgos de aquel tiempo era muy común la
afición a leer libros de caballerías con la finalidad de cultivar sus fantasías
doradas de transformarse en caballeros.
A todo ello se
agrega que el trastorno bipolar delirante iniciado en una edad involutiva
obedece a una determinación genética al 90%. De modo que es un cuadro causado
por los genes bipolares sin apenas necesidad del concurso de un factor externo.
Reconozcamos finalmente, y Cervantes lo sabía mejor que nadie, que el hábito de
la lectura es muy favorable para la salud mental del individuo. En definitiva,
la entrega desmedida a los libros de caballerías del hidalgo constituía un
síntoma, y no una causa, facilitado por la supresión precoz de la necesidad de
dormir.
El célebre J´accuse, de Zola toma aquí tres orientaciones
topicoclastas:
*Acuso a algunos
comentaristas del Quijote de haber practicado una lectura sesgada de la novela
cuando la presentan como un texto filosófico o teológico, tal vez esotérico,
inaccesible al lector corriente.
*Acuso de
furibundos anticervantistas a un sector de escritores de la Generación del 98,
presidido por Miguel de Unamuno y el joven Azorín, cuando se proclamaban
quijotistas regeneradores de España y consideraban el Quijote superior al
talento de su autor.
*Sobre todo y ante
todo: acuso de cervanticidas a los que niegan la enfermedad mental encarnada en
Don Quijote, cuando el mismo Cervantes presentaba a su héroe, el protagonista
de la novela, como “un loco de remate”.
Notas
(III) Alcalá Zamora, Niceto: El pensamiento de El Quijote visto
por un abogado. Buenos Aires, Editorial Guillermo Kraft, 1947, pp. 116 y ss.
Francisco Alonso-Fernández es
catedrático emérito de la UCM y miembro de la Real Academia Nacional de
Medicina. Sus dos últimos libros: Don
Quijote, el poder del delirio, (Editorial Hoja del Monte) y Depresión: todas las respuestas para
entenderla y superarla, en colaboración con Rosi Rodríguez Loranca
(Editorial Lo Que No Existe).
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