12/9/16

ESTHER MEYNEL
           

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH


DECIMOTERCERA ENTREGA


2 (8)


A su regreso, sus superiores le preguntaron por qué había permanecido ausente tanto tiempo. Les contestó que había ido a Lubeck para perfeccionarse en su arte y que para ello les había pedido y obtenido su autorización. A lo que le respondieron que había pedido una licencia de cuatro semanas y había estado ausente cuatro veces ese plazo, Con la silenciosa obstinación propia de los Bach, hizo como si no hubiese oído esas palabras y les dijo, con mucha amabilidad, que esperaba que su substituto hubiera tocado el órgano a entera satisfacción de todos los feligreses, y como estaba seguro de que así había sucedido, no había ningún motivo de queja. El Cabildo se quedó un poco desconcertado ante tanta ingenuidad y empezó el ataque por otro lado. Le acusaron de haber introducido variaciones en los corales y en su acompañamiento, con lo que producía desconcierto entre los feligreses, También le reprocharon que, cuando se le antojaba, tocaba el doble de lo que era costumbre, y otras veces tocaba unos preludios cuya longitud no llegaba a la mitad de lo habitual. Los que no gustaban de su manera de tocar el órgano no merecían otra cosa que perderlo, y no voy a llorar por ellos, aunque debo reconocer que Sebastián era un poco tenaz y caprichoso.


¡Cuántas molestias e intranquilidades le producía el coro! Una vez, en un momento de excitación, Sebastián llamó “buey” a uno de sus alumnos del coro, y el joven le esperó en la calle con un palo. Sebastián desenvainó su espada, y seguramente hubiera ocurrido algo muy desagradable si no acude un transeúnte y los separa. Este incidente hizo que su permanencia en Arnstadt se le hiciese más penosa.



Yo sabía muy bien cuánto le hacía padecer su rigidez y obstinación. Una vez me dijo que los que, como él, llevaban la música en el alma, tenían que pagarlo andando por el mundo con una capa de piel menos que las demás gentes, Por lo demás, no hablaba nunca de sus sentimientos, como lo hacían otros músicos, sobre todo franceses, ingleses e italianos, y, por eso, eran muy pocas las personas que le conocían íntimamente, como no lograsen deducirlo de su música. Sus sentimientos eran muy profundos y su carácter muy impetuoso, de modo que me causaba admiración el dominio que tenía de sí mismo. Cuando decidía hacer una cosa, la hacía, y ni yo ni nadie podía hacerle variar de resolución. Rechazaba todo ruego con mucha suavidad, pero de una manera inquebrantable. Por fortuna, en lo que respecta al bienestar de su familia era muy prudente, y rara vez erraba en sus decisiones. Una sola vez en la vida fui lo suficientemente tonta para creer que estaba equivocado. Pero, a pesar de la severidad de su carácter era humilde en muchas cosas; en lo único que no toleraba ninguna desatención era en lo referente a la dignidad de su cargo. No exigía más de lo que él mismo daba: respeto a su puesto y jerarquía.

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