ESTHER MEYNEL
LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH
DECIMOTERCERA ENTREGA
2 (8)
A su regreso, sus superiores le
preguntaron por qué había permanecido ausente tanto tiempo. Les contestó que
había ido a Lubeck para perfeccionarse en su arte y que para ello les había
pedido y obtenido su autorización. A lo que le respondieron que había pedido
una licencia de cuatro semanas y había estado ausente cuatro veces ese plazo,
Con la silenciosa obstinación propia de los Bach, hizo como si no hubiese oído
esas palabras y les dijo, con mucha amabilidad, que esperaba que su substituto
hubiera tocado el órgano a entera satisfacción de todos los feligreses, y como
estaba seguro de que así había sucedido, no había ningún motivo de queja. El
Cabildo se quedó un poco desconcertado ante tanta ingenuidad y empezó el ataque
por otro lado. Le acusaron de haber introducido variaciones en los corales y en
su acompañamiento, con lo que producía desconcierto entre los feligreses,
También le reprocharon que, cuando se le antojaba, tocaba el doble de lo que
era costumbre, y otras veces tocaba unos preludios cuya longitud no llegaba a
la mitad de lo habitual. Los que no gustaban de su manera de tocar el órgano no
merecían otra cosa que perderlo, y no voy a llorar por ellos, aunque debo
reconocer que Sebastián era un poco tenaz y caprichoso.
¡Cuántas molestias e intranquilidades
le producía el coro! Una vez, en un momento de excitación, Sebastián llamó “buey”
a uno de sus alumnos del coro, y el joven le esperó en la calle con un palo.
Sebastián desenvainó su espada, y seguramente hubiera ocurrido algo muy
desagradable si no acude un transeúnte y los separa. Este incidente hizo que su
permanencia en Arnstadt se le hiciese más penosa.
Yo sabía muy bien cuánto le hacía
padecer su rigidez y obstinación. Una vez me dijo que los que, como él,
llevaban la música en el alma, tenían que pagarlo andando por el mundo con una
capa de piel menos que las demás gentes, Por lo demás, no hablaba nunca de sus
sentimientos, como lo hacían otros músicos, sobre todo franceses, ingleses e
italianos, y, por eso, eran muy pocas las personas que le conocían íntimamente,
como no lograsen deducirlo de su música. Sus sentimientos eran muy profundos y
su carácter muy impetuoso, de modo que me causaba admiración el dominio que
tenía de sí mismo. Cuando decidía hacer una cosa, la hacía, y ni yo ni nadie
podía hacerle variar de resolución. Rechazaba todo ruego con mucha suavidad,
pero de una manera inquebrantable. Por fortuna, en lo que respecta al bienestar
de su familia era muy prudente, y rara vez erraba en sus decisiones. Una sola
vez en la vida fui lo suficientemente tonta para creer que estaba equivocado. Pero,
a pesar de la severidad de su carácter era humilde en muchas cosas; en lo único
que no toleraba ninguna desatención era en lo referente a la dignidad de su
cargo. No exigía más de lo que él mismo daba: respeto a su puesto y jerarquía.
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