EXPOSICIÓN
DEL TALLER CRUZ DEL SUR
LA
TORRE DE LA RESISTENCIA
Hugo
Giovanetti Viola
El jueves 9 de
setiembre fue inaugurada en el Paseo de la Matriz la exposición montevideana
del Taller Cruz del Sur, que dirige el maestro Sergio Viera desde la década del
90.
Se cumplían casi
exactamente 36 años de la realización de la ya legendaria retrospectiva de
Manuel Espínola Gómez con la que abrió sus puertas la Galería Latina (ubicada
en un principio en Sarandí y Policía Vieja) y Pablo Marks seguía ofreciendo su
infatigable simpatía como en aquella noche de resistencia cultural pictórica que tuvo que soportar la dictadura
apenas un mes antes del celestísimo plebiscito donde triunfó el NO.
En este caso se trataba
de la conjunción de 28 plásticos conectados por la docencia de Viera a una
tradición universalista propuesta a rajatabla en la endémica aridez
tontovideana por la Escuela del Sur que fundó el hoy mundialmente célebre
Joaquín Torres García.
Pero esta vez estábamos
instalados, además, en la reciclada casona de la ex-calle Cámaras 96
(actualmente Juan Carlos Gómez 1420) donde, a partir de setiembre de 1899 (hace
exactamente 117 años) Julio Herrera y Reissig empezó a soñar con el horizonte prometido que terminaría por
contemplar con plenitud, después de la mudanza de 1901, en la Torre de los
Panoramas.
Es por eso que no
resulta exagerado decir que en este muestra del Taller Cruz del Sur puede
rastrearse el enhebramiento de un filum cultural
resistente a la chatura de este arrabal
barroso condenado a vivir desocultando la
traicionada grandeza de Purificación.
La expresión ocultura fue inventada por el poeta,
plástico y videasta Juan Pablo Pedemonte, y define con filosa y preciosa
precisión una estrategia infame utilizada por el establishment culturoso de la
Republiqueta de Salsipuedes desde su artificialísima fundación, que siempre fue
considerada por el luminosamente lapidario Alberto Methol Ferré como una traición a Artigas.
Y lo que se respiraba
el jueves 9 en la inauguración de la muestra del Taller Cruz del Sur era
precisamente esa invencible y conmovedora voluntad de desocultamiento que nos mantendrá vivos como comunidad hasta que
reine el reino del axis mundi celeste (Mircea
Eliade dixit) creado por el Protector de los americanos realmente libres.
En este caso lo que se
estaba defendiendo era la vigencia de una
plástica con vocación de continuidad universal que el circo
posmoderno ha tratado de aplastar en las últimas décadas, ignorando
estúpidamente que la operación Apocalypse
Now propuesta por el consumismo salvaje siempre termina atiborrando los
sótanos del caos con las repugnantes cenizas de los deditos que se carbonizan
tratando de tapar el sol.
Y en cierto momento
tuve la sensación de que la Galería Latina estaba transfigurada, como sucedió en
la retrospectiva del actualmente traicionado
Manuel Espínola Gómez (porque la concreción su tan prometido y deseado
museo sigue siendo eludida por el progresismo fariseico) en la indomable torre de la resistencia que basamentó el
imperator de nuestra poesía en la
ex-calle Cámaras 96.
Y Sergio Viera y Pablo
Marks sonreían con esperanza.
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