IDEA VILARIÑO, GRITO DESGARRADO
Por Jaime Siles
(ABC Cultural / 22-09-2016)
Según Jacqueline de Romilly, toda obra se compone en
el seno de una cierta actualidad intelectual, que, lo quiera o no, deja sobre
ella su impronta. La helenista francesa lo dice a propósito de Sófocles y
Eurípides, pero es evidente que ninguna creación humana queda fuera de la
determinación impuesta por lo que los alemanes llaman «Zeitgeist», «el espíritu
del tiempo». La poesía de Idea Vilariño (Montevideo, 1920-2009) no
es una excepción: pocos temas de la poética del siglo XX le son ajenos,
si es que hay alguno que no esté presente en una escritura iniciada en 1941 y
que desde sus mismos inicios participa en -y de- los rasgos distintivos y las
obsesiones propias de la modernidad. Y esto es lo que llama la atención en
ella: que, desde muy pronto, se sabe «un caer en silencio y sin objeto», «una
forma durando sin sentido, / un color, / un estar por estar / y una espera
insensata». Esta radical cosmovisión le hace preguntarse «Para
qué las violetas / y para qué la vida», y responderse: «Para nada». Y esto a
principios de los años 40, cuando tematiza un tipo de existencialismo que
preludia el pensamiento nihilista y la economía de lenguaje propios, mucho más
tarde, de Celan.
Su
lírico uso de la rima y la maestría formal de sus sonetos articulan
«este dolor de grito desgarrado», que le hace decir siempre lo mismo y que
parece condenarla a una irrenunciable circularidad de la que no puede ni quiere
salirse porque en ella ve la condición trágica del yo y de su mundo: del mundo
de su yo. Suenan en ella ecos de Rilke y de Borges, y, si por un
lado «le obsesionan el mar, la muerte, los relojes», por otro reconoce que
«cada uno es un fruto madurando su muerte».
En la noche
absoluta
Poesía
metafísica, sí, pero con connotaciones no de escuela sino de máxima
originalidad, que va haciéndose cada vez más intensa a lo largo de los años 50,
cuando condensa los significantes y extrema, reduciéndolos al máximo posible,
todos los mecanismos de dicción; cuando practica un minimalismo «avant
la lettre» y de poesía del silencio, antes de que esta sea una
corriente. Pero puesto al servicio, todo ello, no de un estilo sino de un
pensamiento que fulgura «un instante / en la nada absoluta / en la noche
absoluta / en el vacío» donde se siente la «vana infinita soledad» de la
conciencia. Crea entonces neologismos como ansianhelante e
indaga «en la negrura espléndida / sin tiempo / silenciosa».
Hay
extraños poemas de amor («te amaba en los amores de entonces / y en los otros»
o el terrible titulado «Ya no»); versos que parecen apresuradas líneas de un
diario íntimo, como en «Escribo Pienso Leo»; epístolas, tangos, despedidas,
escenas entre amantes y confesiones como las de «O fueron nueve», un texto que podrían
haber firmado Ángel González o Jaime Gil de Biedma, que no tiene nada que
envidiarles ni en su tono ni en su perfección y que se inscribe dentro de lo que
entre nosotros se conoce como poesía de la experiencia. Pero no se agota ahí su
sistema poético sino que, cuando parecía objetivar todos sus contenidos en una
forma breve sabiamente dominada, amplía sus resortes hacia otras
formalizaciones como las de «Espejo» o «Para decirlo de alguna manera».
Digo que no murió
Idea
Vilariño no deja de buscar «ese liviano pájaro de luz / que arde y se nos
escapa / en su gemido» y que es tanto ella y su yo como su poema, que es, más
que el mapa, el territorio en que esa incesante búsqueda de belleza y de canto
tiene lugar. Y no faltan la poesía de compromiso como «Playa
Girón», la elegía-homenaje al Che («Digo que no murió») o las composiciones
dedicadas a Guatemala, Nicaragua, Cuba o Vietnam.
La
poesía de Idea Vilariño es -ya lo dijimos- hija de su tiempo, pero lo
transciende: su poesía amorosa es de las mejores escritas en nuestra
lengua en el siglo XX, y su poesía metafísica o del silencio o como quiera
llamársela tiene el extraño mérito de conjugar lo emotivo con lo intelectual.
Para muchos jóvenes será una feliz sorpresa. Para nosotros, una sólida
confirmación.
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