JULIO
HERRERA Y REISSIG
EPÍLOGO
WAGNERIANO A LA “POLÍTICA DE FUSIÓN”
Con
surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán
Todos estos peajeros, y
estos Reyes, y estos mercaderes; todos estos guardianes de países y de tiendas,
todos son mis enemigos. Abomino todo sacrificio al dios vulgo o al dios éxito.
Me repugna lo trivial. Odio la hipocresía y el servilismo como los mayores
crímenes. He de decir la Verdad aunque me aplaste el Universo.
NIETZSCHE: Así
hablaba Zaratustra.
TERCERA ENTREGA
En el capítulo titulado
“No existe la previsión de los resultados remotos” digo lo siguiente: “He probado
que es en Política donde nuestros hombres se manifiestan incongruentes, de una
arcilla montañesa, retroactivos,
antediluvianos, como los paquidermos que estudió Cuvier… De un arte tan sutil,
tan refinado, tan engañoso, tan variable y acomodaticio que marcha con pies de
plomo sobre un cuadro de ajedrez, sujeto en todas partes del mundo a sorpresas
evolutivas, a divergencias en su desarrollo, a regímenes complicados, que
engendra la emulación fermentante de las ideas económicas y filosóficas, y la
lucha metálica de las industrias y los intereses, han hecho los uruguayos un
juego de impresiones, un reñidero de instintos. Dijérase Richelieu, Pitt,
Thiers, Cavour, Bismarck, Gladstone, Crispi, apresurando la evolución, haciendo
la ventura pública con flechas y garrotes, escondidos entre las matas,
emboscadas sombrías.
Nadie piensa, nadie
tiene una visión del más allá, nadie mide el paso que va a emprender; no se
buscan las relaciones con el futuro; no se calculan los hechos; no se aprecian
las circunstancias. Por eso, acuerdos eleccionarios, hecatombes troglodíticas,
tratados internacionales que son un suicidio para la nación: empréstitos, y
construcciones desastrosas. Un quijotismo trasnochado de “lanza en ristre y a
la carga” se absorbe por todas partes; es la voz cavernosa y automática de los
partidos miopes e inconscientes. Este quijotismo late lo mismo bajo la gorra
del guardatren que tras la banda del Presidente.
La murra electoral, y por este procedimiento en beneficio en la
Tesorería, es el solo problema, la ocupación fiebrosa de nuestro indiaje político.
En los uruguayos, como entre las tribus inferiores, el estímulo y el acto se
hallan en relación inmediata. Basta un leve movimiento en el espíritu, un
incentivo, un ligerísimo aliciente, la ofrenda de las bíblicas lentejas, para
producir el hecho. Gobernantes y gobernados obran en razón de inmediatos
conseguimientos, sin tener en cuenta mayores beneficios a producirse en plazos
más largos. Los resultados remotos no adquieren significación en la psique de
la masa. Las colectividades son incapaces de forjar un plan de dominio sólido a
realizarse en tiempos apartados, desechando con miras culminantes incentivos
del presente; son incapaces de canalizar en peña dura para llegar a su objeto
en el transcurso de los años y recoger de ese modo un beneficio considerable.
Vese en esto el gaucho pastoril que no es apto para la labranza y gusta de una
faena en que palpa inmediatamente los resultados de su fuerza bruta… A nuestros
hombres no les mueve cosa alguna que el mendrugo de las circunstancias; lo que
se halla al alcance de sus apetitos; aquello que se consigue con los menores
obstáculos, lo que no reza de ningún modo con el factor de los tiempos. Por eso
el espectáculo irrisorio de la política. La acción refleja, en su desnudez
cobriza, palpita fiebrosamente, haciendo de los poderes gubernativos y de la
oposición de los bandos una riña de colegiales que hace reír al extranjero, que
da materia para el epigrama, que apresura ostensiblemente la pérdida de la
nación. Duelos, polémicas, guerras, acercamientos, rupturas, a tontas y a locas
se suceden, en macabras apocalípticas, burlando todos los cálculos, sin que
medien otras causas para que los grupos luchen o confraternicen, que una diatriba,
un chisme, una atención oficiosa, un homenaje por la prensa, el telegrama de un
caudillo y otras frioleras del mismo cuño. Nadie marcha hacia un fin con la
mirada en lo de más allá, saltando sobre los mejillones del presente, con el
pensamiento en las antípodas de una recompensa distante, deleitándose como
diría Spencer ante un poder ideal de
posesión futura. Viceversa, por el modo como accionan, por la mudabilidad
sin rumbos, por el impulso automático de los deseos estimulados por lo
propincuo, por sus incoherencias, por todo lo que constituye su levadura
anómala es evidente que los rebaños de nuestra política no piensan para el
porvenir. Ocurre con el uruguayo lo que con el hombre incivilizado: “la
correspondencia en el tiempo se halla contenida en estrechos límites, no
existiendo por eso lo que el psicólogo llama: la previsión de los resultados remotos.”
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