ELIANA
LUCIÁN
“EL
ARTE ES LA MAQUINARIA QUE SOSTIENE LA SUTILEZA DEL VUELO”
Eliana Lucián Vargha (Uruguay, 1974) estudió letras y
profesorado de español, y se especializó en sociolingüística y en lexicografía.
Escribió
su primer poema a los 8 años, un día lluvioso de agosto. Desde entonces, lleva
en sus manos el aroma húmedo del invierno. Se sintió muy cerca de sí misma. Le
gustó. Hizo de la lectura y de la escritura su profesión. Publicó múltiples
libros y artículos relacionados con el lenguaje en sus dimensiones formal,
expresiva, lúdica y poética. También publicó libros infantiles y poemas en
revistas y ediciones colectivas.
La sutil maquinaria del
vuelo (Susana
Aliano Casales Edit.) es la primera obra poética que publica.
¿Cómo
era el paisaje interior de la niña que se abrigó escribiendo su primer poema a
los 8 años un día lluvioso de agosto?
Era una niña con ojos
demasiado grandes para su niñez. Estaba habitada por el silencio. Al hablar,
apenas susurraba. Ese día de lluvia en el que brotó su poesía, las palabras
describieron lo que veía. La poesía estaba ahí, acá, allá, todo el tiempo. Solo
había que escribirla. Surgió como un lenguaje natural. Algo que ordenaba, que
descubría belleza en el dolor. Una tristeza dulce.
(Al releer ese primer
poema me doy cuenta de que no se diferencia en mucho de la forma de mi
escritura actual. Lo esencial no se transforma, es.)
En el paisaje interior
de aquella niña había lo profundo: la crueldad, el amor, la tristeza, la imaginación, la risa, el miedo... Todo lo
que se ve a primera vista y lo que no se ve en una familia perfecta. Todo lo
que se padece adentro.
¿Podrías
definir los motivos que te llevaron a tomar -hace 23 años- la hermosísima y
complejísima y premonitoria foto que aparece en la portada de tu primer
poemario?
Ese día, a la hora y en
el lugar señalados, llegué con mi cámara, una vieja Pentax muy básica, pesada y
maciza, con un único lente 50 mm y sin flash. Allí me encontré con un amigo y
una amiga suya, que conocí en el momento. Luego, todo se dio. Asombrosa e
inesperadamente, la poesía surgió en la imagen. Una vez más, la belleza estaba
en mis ojos.
No había un motivo. Me
dejé llevar por el disfrute de la experiencia. Me di cuenta de que la cámara
era un lápiz que me permitía jugar con el espacio y con la luz, moldear el
cuerpo del otro, dirigir, descubrir lo oculto: expresar.
Después, la espera
inevitable entre el disparo y la impresión. La magia del revelado. Una obra en
dos actos.
¿La
omisión de una mayúscula de grave
importancia (para adjetivar a lo Vallejo) en el verso que alude al dedo anónimo de dios podría estar
ocultando el agonismo de una fe minúscula?
Qué bellamente
formulada que está esta pregunta. Llega a la sima.
Agonismo:
espíritu de lucha. La fe de un espíritu de lucha. La fe minúscula, la que no
puede vencer porque no se vence con destrucción. La que cree avanzar con
determinación, la que cree decidir, la que se cae y se levanta, la que padece
lo que se impone más allá de toda planificación. La que sufre la muerte del ser
amado.
La otra fe, la
mayúscula, la que susurra que bajes los puños y que te dejes abrazar. La que te
promete que te va a sostener. La que no conoce la resignación porque solo hay
amorosa aceptación. La que es eterno renacimiento.
Y uno, en el medio,
solo con su unicidad.
¿No
pensás que ese volver a nacer sin darse
cuenta al que refiere el poema 41 constituye la sutileza verdaderamente
inefable de la maquinaria del vuelo?
Claro que sí, sin duda en
ese volver a nacer se encuentra la
sutil maquinaria del vuelo. Ese renacimiento que acerca a la fe con mayúscula,
pero aún se vive con agonismo.
Y en este tiempo
indeterminado que nos toca, el arte, en cualquiera de sus formas, celebra la
singularidad de cada ser y ayuda a resistirla. El arte es la maquinaria que
sostiene la sutileza del vuelo.
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