LÍBER FALCO (1906 - 1955)
LA INSÓLITA DESNUDEZ FINAL DE
LA EMOCIÓN Y EL LENGUAJE
por Domingo Luis Bordoli
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¿Y qué vamos a decir de Líber Falco -cuya vida y
recuerdo sentimos tan nuestros- que, que esté por encima de la prevista
apología? Diremos sencillamente lo que ha ocurrido. Pero primeramente este
otro: en el supuesto caso -nada raro- que su prestigio actual decaiga
sensiblemente y se llegue a una ignorancia casi completa -como la que vivió-
de su poesía, para nosotros seguirá siendo exactamente el mismo: el hombre y
el poeta. Esto no servirá para la literatura pero sirve para vivir entre
recuerdos principales y morirse con ellos.
Diremos, ahora, que lo que ha ocurrido siempre
nos produjo asombro. La poesía de Líber -que para muchos no es poesía sino
balbuceo, auténtica necesidad de decir algo pero sin lograrlo- fue una poesía
que a nosotros mismos nos resultó dudosa, por lo menos durante unos ocho o
hueve años.
Recordamos muy bien una noche del café “Metro” en
que después de haber publicado “Días y Noches”, uno de sus amigos, más
íntimos le decía, en medio de una rueda: “Lo que pasa “viejo”, es que tu
poesía es sincera pero es “chica”, y muy “chica”. Eran los tiempos de la
inundación Neruda que, en las admiraciones corría carreras con Vallejo. Las
de éste hablaban del “hueso”; y un poco menos, de la “piedra", granito o
cosa así.
¿Qué iban a hacer entonces las “tinas solas” de
Líber?; ¿sus “cercos de cinacina”, sus “Pancha Pérez”, su “Jacinto Vera”?
En la madrugada del velatorio de sus restos,
Mario Arregui preparaba sobre él un artículo que le había pedido el periódico
“Marcha”. Y mientras nos paseábamos en la azotea de la casa de duelo, decía:
"La verdad, te digo, que la poesía del "viejo" a mí se me
había escapao”. Lo mismo nos había ocurrido a nosotros. Y el año pasado,
Arregui publicó un libro bello y breve sobre Falco contando con un humor muy
certero, que no le conocíamos, recuerdos anteriores a 1940, y pese a su
declaración de evitar la crítica literaria ha magníficamente ambientado el
clima de varios poemas de Líber.
Nosotros creemos que la composición titulada
“Regreso” fue la que inició la modalidad última del poeta y con la cual se
disiparon todas nuestras dudas en cuanto a la dignidad de su poesía. A
“Regreso” siguieron inmediatamente "Extraña Compañía” y “Ultima Cita”.
La nueva perspectiva que estos poemas revelaron permitió, a su vez, sentir la
hondura y el eco profundo de otros anteriores que no habíamos sido capaces de
comprender.
Lo asombroso es que hoy nuestra más
intelectualmente calificada juventud lo ha convertido en su poeta más
querido. Y para ello no ha mostrado vacilaciones ni tanteos. Véanse a este
respecto los estudios de Magda Olivíeri, Heber Raviolo, M. J. Alvarez Rodríguez,
D. Pérez Pinto, Ornar Moreira, en “Asir” Nº 39; el de Alicia Suarez en
"Época” (18/11/64) y el de Jorge Albistur en “El País” (15/11/64). No
cabe juntar a esta, la crítica de los que fueron sus contemporáneos (E.
Rodríguez Monegal en “Marcha”), o la de sus amigos como Arturo Sergio Visca,
que es el que ha estudiado más a fondo esta obra.
Hablamos ahora del viento en contra. Don Carlos
Rodríguez Pintos, que nos visitara una tarde, dijo haber mostrado a su gran
amigo Rafael Alberti los versos de Líber. El poeta español se limitó a decir
que eran sinceros, sin agregar mucho más. Don Carlos, a su vez, repitió
aquello que tantas veces habíamos escuchado: "era poesía, sí, de un buen
muchacho... pero la gran poesía es otra cosa”. Y citó a Verlaine y Rimbaud.
Ya en “Clinamen” Nº 3, al comentar “Días y
Noches” había escrito Ida Vitale: “Su estilo, que quiere ser exclusivamente
humano y nada literario, transcurre uniformemente en el libro, casi desnudo
de metáforas, con una estructura gramatical simple, diríase oral”. Oral, sí;
poesía venida de palabras que ha sido necesario pronunciar a solas -si no hay
nadie al lado para comprender o compartir- una y otra vez, imprimiendo un
vaivén al pensamiento, un límite y un eco. De modo que no sólo las palabras
sino el ritmo nace con ellas.
Decimos esto porque Líber Falco concedía grandísima
importancia a éste último -según nos dijo. Observemos cualquiera de sus
poemas. No hay nada de acuerdo a reglas en ninguno de ellos; ni metro, ni
rima, ni estrofa. Son al mismo tiempo todos distintos entre sí. Pero la
disensión mayor se hará siempre sobre el ritmo. ¿Qué ritmo es éste, que
parece tan infeliz, quebradizo, cambiante, prueba más bien de impericia,
mantenido mediante palabras reiteradas, en un vocabulario que llama la
atención por lo escaso? Ninguna mayor desemejanza con los ritmos estables.
¿Qué acentuación y metro rigen estos versos?: “A veces quisiera uno -sin días
que lo nombren- perderse, camino hacia el olvido. Porque para qué alumbra el
día".
Y bien: es la fidelidad absoluta a las palabras
que han nacido para una conversación posible, solemne y definitiva, y al ir y
venir de las mismas. Hay necesidad de hacer durar ciertas voces y de
interponer pausas variadas en ciertos versos. (Escúchese el disco donde Líber
Falco lee sus poemas). El relleno hubiera sido fácil, pero se habría perdido
para siempre la resonancia de esta desnudez desconcertante.
Al cabo de los años, versos como los citados, os persiguen. Os encontráis en
plena calle, diciéndoos, casi sin daros cuenta.
“¿Qué me dio Dios para gastar, -qué?, que no
entiendo"; o esto otro: "Cuando voy por las calles -sube y baja- de
esta Montevideo, madre cruel.”
Los contenidos de la poesía de Falco pueden estar
resumidos en estas cuatro palabras: triste, solo, pobre, amigo. Nadie ha
elevado como él, a un plano poético tan verdadero como emocionante, el
sentimiento de la amistad. Pero lo fundamental consiste en que aquél que ha
logrado sentir profundamente esta poesía, encuentra como retórica gran parte
de la restante. Rara vez se ha dado, en la historia de la poesía española y
americana, este caso de desnudez final en la emoción y en el lenguaje; este
S.O.S. del espíritu, más allá de todo aquello que el hombre conoce, -imaginación,
sensibilidad, cultura, lucidez, idioma- como sus recursos y sus facultades.
Obras: Cometas
sobre los Muros (1940); Equis
Andacalles (1942); Días y Noches (1946); Tiempo y Tiempo (1956)
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