TORRES-GARCÍA EN EL MUSEO PICASSO DE MÁLAGA
Por José Luis Martínez
(15 / 10 / 2016)
“Joaquín Torres
García estaba comprometido con la utopía y fue durante toda su vida un migrante
no sólo en el sentido geográfico, sino también artístico, con continuas idas y
venidas”, dijo a LA REPUBLICA Luis Pérez-Oramas, curador de la muestra del
artista uruguayo que se exhibe en el museo de Picasso de Málaga y comisario de
Arte Latinoamericano en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).
“Las formas
mudan cuando migran, cuando viajan. Si las formas quieren seguir vivas tienen
que emigrar, las culturas viven solo cuando emigran. Y así lo hizo Torres
García”, sostuvo Pérez-Oramas.
“Torres-García
(1874-1949), al igual que Pablo Picasso, tuvo la valentía de experimentar
constantemente”, dejando una inmensa producción artística en gran variedad de
medios: pinturas, esculturas, dibujos, libros, juguetes, frescos, murales,
monumentos, entre otras obras.
En este
contexto, el Museo Picasso Málaga presentó una gran retrospectiva que muestra
una selección de 170 obras de un artista que defendió que “nuestro Norte es el
Sur”, dijo Pérez-Oramas. La presentación de la exposición estuvo a cargo del
comisario de la muestra, Pérez-Oramas, junto al director del Museo Picasso
Málaga, José Lebrero, y el delegado del Gobierno andaluz en Málaga y miembro de
la Fundación Museo Picasso, José Luis Ruiz Espejo.
También
participaron miembros de la fundación Torres García , ministro consejero de la
embajada uruguaya en España Carlos Barañano y la cónsul honoraria de nuestro
país, Fátima Cortés.
La presentación
de la muestra en la “Ciudad Genial”, incluye una correspondencia inédita que
mantuvieron Torres-García y Picasso en relación a un proyecto que finalmente no
vio la luz. Los dos artistas coincidieron en Barcelona y volvieron a
encontrarse en París. Se trata de la primera vez que la pinacoteca malagueña
expone monográficamente la retrospectiva de un artista de la vanguardia
latinoamericana.
Esta gran
retrospectiva de Torres-García presenta un recorrido que abarca desde sus
primeras obras en la Barcelona de finales del siglo XIX – ciudad en la que
llegó a ser uno de los pintores más reconocidos del llamado Noucentisme –,
hasta sus últimas obras realizadas en Montevideo en la década de los años 40.
La exposición
combina una aproximación cronológica a su producción de forma temática,
enfatizando dos momentos fundamentales: uno, el período de 1923 a 1933, cuando
Torres-García participó en los movimientos de la vanguardia europea; y el
segundo, de 1935 a 1943, cuando regresa a Montevideo para trabajar intensamente
en su particular interpretación de la abstracción, proclamando la
materialización de un arte universal.
Su obra es
significativa porque conjugó las teorías de las vanguardias europeas con las
formas artísticas de las culturas precolombinas, lo que denominó Universalismo
constructivo. Torres-García se mantuvo fiel a una visión del tiempo como
colisión de distintos periodos, en vez de una progresión lineal. También fue
singular al mezclar artesanía o producción industrial, como en sus juguetes
transformables. Fue asimismo pensador y pedagogo y difundió su teoría artística
a través de escritos, conferencias, talleres y enseñanzas.
Barcelona,
Nueva York y París
Nacido en
Montevideo en 1874, hijo de madre uruguaya y de padre español, la familia de
Joaquín Torres-García regresó en 1891 a Cataluña, tierra natal de su padre,
contando él con 17 años de edad. Eran los años del despegue del Modernismo en
Barcelona en los que el joven artista coincidió con Joaquim Mir, Isidre Nonell,
Joaquim Sunyer, Pablo Picasso, Josep Maria Sert y los hermanos Joan y Julio
González.
En la ciudad
condal, orientó su pintura hacia la inspiración neoclásica que cristalizó en lo
que Eugeni d’Ors bautizó como Noucentisme, movimiento artístico catalán que
retomaba la tradición clásica y humanista de la cultura mediterránea, en
concreto las formas e ideas de la antigüedad griega, y que se caracterizaba por
expresar el anhelo de una Arcadia perdida. La casa que más adelante erigió en
Tarrasa, Mon Repòs, denotaba esta influencia griega en la arquitectura y en los
murales que él pintó en sus habitaciones.
En los primeros
años del siglo XX dictó clases de plástica en Mont d’Or, un centro de educación
progresista en Barcelona, y colaboró con el arquitecto catalán Antoni Gaudí en
la realización de vitrales para el templo de la Sagrada Familia. Según cuenta
Torres-García en el libro Historia de mi vida, Gaudí no supo apreciarlo como
artista aconsejándole que se dedicara a la docencia.
En 1910, por
encargo oficial, pintó los paneles del pabellón uruguayo de la Exposición
Internacional de Bruselas. A partir de 1918 comenzó a experimentar la
influencia de las vanguardias, al tiempo que conocía a pintores innovadores
como el también uruguayo Rafael Barradas, Robert Delaunay, Piet Mondrian y Theo
Van Doesburg, entre otros.
Considerado uno
de los pintores más relevantes de la Barcelona de principios del siglo XX,
entre 1912 y 1918 se dedicó a a lo que había de ser su obra más representativa:
el conjunto de pinturas al fresco del Saló Sant Jordi del medieval Palau de la
Generalitat, sede entonces de la presidencia de la Mancomunitat de Catalunya.
El encargo fue revocado por el entonces presidente de esta institución, el
arquitecto Josep Puig i Cadafalch, siendo los murales cubiertos en 1925 por otra
decoración.
Ante la
creciente tensión política en España al final de la Primera Guerra Mundial, a
los cuarenta y seis años de edad el artista se mudó a Nueva York en 1920 con su
mujer y sus hijos.
La ciudad le
fascinó por su modernidad y allí comenzó a producir en serie -bajo la marca
comercial de Aladdin Toys- unos juguetes de madera que había ideado en
Barcelona y que exploraban la noción de la estructura transformable. Aunque en
Nueva York se relacionó con artistas de estilos modernos, expuso y vendió obra,
los apuros económicos le hicieron regresar a Europa con su familia en 1922, en
donde vivieron en varias localidades de Italia y Francia antes de establecerse
en París en 1926.
En 1930 y con
el crítico Michel Seuphor, Torres-García fundó en París el grupo y la revista
Cercle et Carré, y organizó en la Galerie 23 una de las exposiciones de arte
más importantes de la época. A este movimiento se sumaron los principales
artistas abstractos y constructivistas: Piet Mondrian, Sophie Tauber-Arp,
Fernand Léger, Jean Arp o Georges Vantongerloo, entre otros.
Pero la
abstracción geométrica pura resultó insatisfactoria para Torres-García quien ya
estaba dando forma a su propia propuesta artística: el Universalismo
constructivo, según el cual el arte se construye en base a una estructura
colmada de signos y símbolos, reflejando así un orden universal.
Su empeño en
seguir este camino, así como la crisis de mercado que también aquejaba ya al
arte moderno durante los años 30, le movieron a abandonar París para instalarse
un año en Madrid, antes de regresar con sesenta años a Uruguay.
En Montevideo
Torres-García
volvió a Montevideo en 1934, ciudad en donde residió hasta su muerte en 1949 y
en la que se convirtió en una figura cultural y académica que dejó una
influencia duradera en el arte latinoamericano.
Creó la
Asociación de Arte Constructivo, en donde exploró el arte precolombino y
subrayó las afinidades entre dicha tradición y el constructivismo de
vanguardia, considerando en el mismo nivel estético, artístico y teórico las
culturas indígenas americanas y las modernas culturas europeas.
La asociación
desembocó en el Taller Torres-García, un lugar de reflexión sobre la función
del constructivismo y la abstracción en la elaboración de un arte americano,
así como un laboratorio para la creación con técnicas y materiales
tradicionales y modernos. En ese espíritu creó una de las imágenes más
emblemáticas del modernismo latinoamericano, un mapa invertido de América del
Sur que proclama el Sur como su propio Norte.
La década final
de la obra de Torres-García está caracterizada por un notable regreso al color
y un renovado interés por las obras públicas monumentales. La muestra concluye
con sus obras tardías, que cierran el círculo de su obra completa y resumen sus
contribuciones a la modernidad.
Para el
comisario de esta retrospectiva, Luis Pérez-Oramas, el artista trabajó sobre la
idea del arte como “un lenguaje cuya universalidad estaría fundada en un crudo
esquematismo” y en “tiempos opuestos en los que se condensa lo moderno y lo
arcaico”.
La
correspondencia entre Picasso y Torres-García
Torres-García y
Pablo Picasso coincidieron en Barcelona, ciudad a la que ambos llegaron siendo
muy jóvenes. Fueron alumnos, en diferentes épocas, de la Escuela Oficial de
Bellas Artes de Barcelona, más conocida como la Llotja. Coincidieron por
primera vez en 1896, en una exposición colectiva, cuando el uruguayo con 22
años presentó cuatro acuarelas y Picasso, con sólo 15, su óleo Primera
comunión.
Los dos
destacaron muy pronto en los círculos artísticos de la ciudad y debieron encontrarse
y tratarse, bien en establecimientos como Els Quatre Gats, bien en la Sastrería
de Solé, quien hacía trajes a los artistas que se lo solicitaban a cambio de
cuadros. Publicaciones de la época como Pèl & Ploma o el Almanach dels
noucentistes de Eugeni D’Ors, recogen colaboraciones y reseñas de las obras de
ambos creadores. Sus caminos se separaron en 1904, cuando Picasso se trasladó
definitivamente a París.
La visita de
Picasso a Barcelona en 1917 con motivo de la representación del ballet Parade,
para el que el malagueño había diseñado los vestuarios y decorados, reafirmó la
opinión de Torres-García sobre el artista. Fascinado, calificó su trabajo como
la llegada, por fin, de “arte verdadero” a la ciudad.
Aunque no
mantuvieron una relación personal fluida, Torres-García le visitó y coincidió
en algunas ocasiones con Picasso en París e incluso comenzó a escribir un libro
sobre el malagueño, titulado Picasso, visto por un pintor. El distanciamiento
entre ambos acabó con el proyecto, del que sólo se conserva la cubierta del
mismo en Montevideo ya que Torres-García, tal como relata en sus memorias,
“echó el libro al fuego y así perdió un buen contrato con un editor”.
Una vitrina en
la exposición del Museo Picasso Málaga muestra una imagen de esta cubierta, así
como varias cartas conservadas en el archivo del Musée national Picasso Paris,
que forman parte de la correspondencia inédita que mantuvieron Torres-García y
Picasso sobre este proyecto que nunca vio la luz.
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