ENRIQUE
AMORIM
LA
CARRETA
Prólogo
de Wilfredo Penco
Montevideo
2004
VIGÉSIMA ENTREGA
III
(3)
-¡Hasta el linyera va a
mojar!... -aseguró el boletero, finalizando el comentario-. Le conté la cosa y
abrió unos ojos más grandes que dos de oro.
Un pobre linyera hacía
días que rondaba el circo en busca de trabajo. Rubio, de ojos claros, llamaba
la atención porque de todo y a todos sonreía. Una sonrisa infantil ponía al
descubierto una dentadura de incisivos pequeños y parejos, que lo mostraban más
inofensivo aun. Al reír se le veían las encías rosadas. No tendría más de
treinta años, pero las patas de gallo, las arrugas en la frente y su natural
agobiado le aumentaban la edad.
Había que hacerle dos o
tres veces una pregunta para que respondiese. De primera intención no iba más
allá de una sonrisa. Mugriento, raído, con un insignificante lío de hierbas al
hombro, cayó a Tacuaras.
Hizo amistad con un
paisano cuentero de ley, quien “improvisaba” a cada instante y con cualquier
motivo. Con él andaba el linyera. Lo seguía como un perro.
Desde luego que el
paisano, con su labia, lo tenía cautivado. Era un tipo ladino y receloso, que
hacía pocas amistades donde iba. Lo llamaban “El Guitarra”, y, aunque le hacían
gracias las improvisaciones del paisano, no era personaje simpático.
-¡Parece que tiene
malas costumbres! -le dijeron al linyera.
El rubio sonrió.
-Tenga cuidau,
muchacho, no le afloje la rienda -aconsejole el mismo-. Yo sé de alguna
historia feasa…
Dos troperos que
rodeaban al linyera, insinuaron al enterado que contase el cuento.
-¡Pucha!... ¿Cuento le
yama a eso? ¡Si se escaparon los gurises por milagro’e Dios! En yegó a las
casas y apenitas vio dos lindos paisanitos rubios como este linyera… de
entradita nomá se hizo el distráido y largó su matungo sotreta en un potrero
que tenía un bajo, de ande no se veía las casas… Preguntó si podía largarlo
ayí… Él estaba enterau que era una invernada y se hizo el sorprendido:
¡Canejo!, gritó, chicotiando un palenque; no lo había pensau… Y entonces le
pidió a uno de los gurises… que, como les digo, eran lindazos como una muchacha
de lindo-; le pidió que le ayudase a tráir el matungo. ¡Pa qué habrá dicho que sí
el gurí! ¡Cuando estuvo en el bajo le yevó la carga! ¡Había que ver la
disparada del gurí! Aura le conocen las mañas al “Guitarra”. Cuando cai por los
pagos donde lo tienen marcau, las mujeres sienten asco y los gurises le
arisquean.
-¡Tené cuidau, linyera!
-díjole uno de los oyentes, golpeándolo en la espalda.
El linyera sonrió una
vez más.
-¡A lo mejor al mozo le
gusta! -bromeó el paisano de la historia.
-¡Buena porquería!
-¡Eso no es la pa los
cristianos!
Y, en ese instante, se
oyó la voz de “El Guitarra”, quien improvisaba payadas en un círculo donde
abundaban las parejas.
-¡Pará la oreja que’l “Guitarra”
rasca la tripa!
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