ESCRITOS
DE HORACIO QUIROGA
VIGESIMOCTAVA
ENTREGA
El impudor literario nacional (*) (1)
Cuando
mi buena estrella me pone en los bolsillos diez centavos que puedo gastar sin
mayores trastornos económicos, suelo detenerme ante los carteles que en cada
calle del centro anuncian la producción literaria nacional. Hago esto con
reposo e íntimo orgullo de ser, al fin y al cabo, compatriota de los autores
ensalzados. Yo quiero leer, ciertamente, y comprar una novela nacional. ¿Pero
cómo orientarme, a cuál dar la preferencia?
Leo,
por ejemplo, en el mismo zócalo del almacén: “El niño, por el más genial de los brillantes autores jóvenes…”.
Más
arriba:
“¿Quién
desea, por poco precio, el vestido de una mujer hermosa? Leed La mujer desnuda, del más insigne de
nuestros literatos.”
Más
arriba aun:
“Podrán
perderse el amor, el honor, la dignidad, la vergüenza, el pudor y el arte
mismo; pero vivirá siempre Bombón barato,
del celebérrimo novelista…”.
Todavía
más alto:
“La
muerte del presidente Irigoyen. Sólo un clamor semejante puede compararse al
que levantará la novela Le percantita
llorona, del ya consagrado genio”…
Y
contra el cielo mismo, por fin, a través de toda la calle:
“¡Contrato monstruo! El más grande de los
novelistas geniales contemporáneos”…
Todo
esto es lo que leo en cada esquina de cada calle del centro, y mi pasmo
aumenta. ¡Pensar -me digo en voz baja- que uno vive como un ente entre todos
estos hombres de genio, sin notarlo siquiera! Y leo entonces las
extraordinarias obras de estos autores. Pero ¡ay de mí! Leo, y no encuentro,
busco y no hallo. ¿Puedo yo, por pobre diablo que sea, equivocarme tan
profundamente sobre esas novelas? Yo he leído a Homero, a Shakespeare, a
Tolstoi, si bien, como lo he dicho, sea yo un pobre hombre. Pero así y todo he
sentido el soplo del genio que pasa por sus obras. Y en las obras nuestras,
anunciadas también como geniales, no he sentido realmente soplo alguno. Y son
genios sus autores, ciertamente, porque así lo aseguran los carteles, y quiero
creer que dichos autores han leído -y consentido, desde luego- la impresión de
los mismos.
Entonces
-medito- esos jóvenes no tienen genio y lo saben y redactan o hacen redactar
los anuncios a guisa de simple propaganda comercial, tal como me lo explica
cumplidamente un joven que me honra con su amistad, y que aunque no ha escrito
hasta ahora novelita alguna, lo hará de seguro.
(*)
Publicado en El Hogar, Bs. As. nº
637, 30 de diciembre de 1921 (seudónimo, Aquilino Delagoa).
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