JUAN DE
MARSILIO
EN
ELOGIO DEL DULCE DE MEMBRILLO
PRIMERA ENTREGA
I
Hay algunas cosas mínimas
que a los pobres los hacen reír o
llorar
desde lo más profundo sin que nadie que no haya sido pobre alguna vez pueda entender las causas de tales reacciones.
Todavía no logro discernir
(tras años de pensarlo) si es la existencia de esas
pequeñeces
o el modo en que los pobres
reaccionan ante ellas
lo que hace que no tenga ni vestigios de duda de que Dios existe siempre y de que algunas veces anda de un humor dulce y
melancólico.
II
Amarillos y grasos los ojos
del plato de sopa miraban mis ojos asombrados.
No se apaga ese brillo amarillo
tantos años después.
Tengo la edad que tenía mi abuela
cuando hacía esa sopa de asombro.
III
Aquellas atroces tortillas de arroz.
Sabía mamá trabajar como burra pero no cocinar (y además abundaba la escasez en mi casa).
El fin de mes que comenzaba el
diez.
Como burra sabía mamá trabajar pero pagarle bien rara vez lo supieron sus patrones.
Viviría de nuevo esa niñez
-"una vez, otras cien, otras
quinientas"-,
mi niñez que no sé si fue feliz, mi niñez con el Zorro en la tele marcando con la zeta del ridículo a todos los malvados con los que se cruzaba.
IV
En elogio del dulce de membrillo
quisiera saber escribir otros versos mejores que estos
versos.
Quisiera también
que no fueran verdad mis cuatro
décadas
huyendo de mi infancia de dulce de membrillo pero soy el que fui, no el que hubiese debido.
No supe entender el honor,
el alto privilegio que implicaba tener que endulzar la merienda con lo
mínimo
sin que nada sobrase pero sin que faltara lo justo y necesario.
Los corazones de la gente buena
están hechos de dulce de membrillo.
V
Los nísperos
deben comerse a la siesta, calientes y en la altura y tomados en préstamo del árbol de alguna vecina a veces compinche y a veces feroz enemiga (en ámbitos académicos se debate aún en cuál de los dos casos resultan más sabrosos). |
8/5/17
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