JULIO
HERRERA Y REISSIG
POLÉMICA
CON ROBERTO DE LAS CARRERAS
PRIMERA ENTREGA
I
Robo de un diamante
Señor Director de La Tribuna Popular. Afable señor: -El
soñador Julio Herrera y Reissig se halla en erupción, como el Vesubio y el
Tacoma. Se diría que la presentación de la mancha solar, signo cósmico, que
según los sabios ha dado lugar a la pintoresca agitación de esos volcanes, ha
obrado la misma fulguración sobre el poeta Reissig. En consecuencia, éste cubre
la segunda página de La Democracia con
un profuso derrame, del que ha tenido el buen acierto de darnos la clave,
enterándonos de lo que él pretende quieren decir sus versos.
Hace tiempo que yo
soñaba con una clave en las obras de nuestros decadentes. El público no puede
menos que sentirse grato el alivio que le proporciona Reissig al fin de su
obra, velada como Isis, dolorosa de comprender como la Esfinde: parte del
juicio.
El poema es prologado
en la primera página, como se merece, por el celebrado colega de su autor, el
poeta Lavagnini, el que se lamentaba de que habiendo sido abandonado por su
novia, no le quedaba más que el cuerpo de Venus y de Afrodita, con las cuales se
hubiera contentado cualquiera que no tuviera el gusto tan inaccesible como el
acariciador de “La Vida”.
Las llamas del Vesubio
lamen, airosas, la techumbre del cielo ante los favorecidos napolitanos, en
cuyos ojos se refleja el incendio… Así en las retinas sonámbulas de los
admiradores de Reissig luce el resplandor de las imágenes de “La Vida”, hijas
adoptivas de Lavagnini. En esa obra, que el mismo poeta no puede menos que
reconocer alta, en la dedicatoria a Roxlo, confundido por el soñador con un
pozo artesiano, llamado inagotable, a
más del cumplimiento de revelarlo poeta, cosa esta última tan popular que es
indigna de la clave, que el soñador confiesa haber sudado en largas horas visionarias, he tenido un encuentro
emocionante, en medio de la confusión y el estruendo del cataclismo lírico, con
una de mis más risueñas imágenes, algo desfigurada por las circunstancias, asustada,
cubierta de impurezas, como que ha sido vomitada por un cráter.
Un
no sé qué de vivido en sus ojos fundiéndose en el relámpago nevado de la
sonrisa.
El poeta volcánico la arroja
en esta forma:
Cuando el azar en que
giro
me insinuó la profetisa
el
relámpago luz perla
que
decora su sonrisa!
Tal es la
impurificación que la hija de mi fantasía ha sufrido en las entrañas
plutónicas.
El relámpago de la dentadura
no puede decorar la sonrisa misma. En cuanto a la “luz perla” es la lava que se
ha pegado a la imagen.
Ahora bien, afable
señor director: me veo en la más absoluta imposibilidad de ceder a Reissig la
imagen que la casualidad me ha hecho encontrar en el arrebato magnífico de su
erupción, a causa de que es sencillamente un diamante de la diadema sideral de
la Onda Azul. Apoderarse de ella es
como sustraer una piedra, menos preciosa, a la corona de Inglaterra y ponérsela
en el dedo sobre el guante… como robar al cielo la estrella Sirio… ¡Es modesto
Reissig!
¡Profanar a la Onda robándole una de sus preseas!...
Espero, señor director,
que compartirá usted mi indignación. El sacrilegio impone que le sea cortada la
mano al raptor…
Confío en su apoyo, en
su ecuanimidad de usted, a fin de verme feliz y rápidamente reintegrado en la
posesión del diamante tentador de
Reissig, que me apuraré a colocar en el engarce de la corona de la Onda.
Con sonrisas.
Roberto
de las Carreras
(La Tribuna Popular, año XXVII, Nº 9226, Montevideo, abril 18 de
1906, página 2, cols. 4 y 5).
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