LOS
RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL
Desbocada
reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez.
Hugo
Giovanetti Viola
Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de
Artes, 2016.
CUADRAGESIMOSEXTA ENTREGA
DUODÉCIMA
PUERTA: ENTRAÑA Y LÍMITE (1)
Los eructos de los
cuervos llenaban la noche blanca mientras el tránsito de la avenida Kutuzov
crecía haciendo crujir el piso 15 del hotel Ukraina donde yo no podía dormir hasta
que los 30 grados diurnos trasmutaban mi sudoración depresiva en un
ensopamiento sin mundo. Y antes de fumar el último cigarrillo soviético cantaba
puntualmente:
-En
mi noche larga prenden sus fuegos / los tucu-tucus del desengaño.
-El mal pago -graznó
alguien a través de un postigo entreabierto. -Bienvenido a los bas-Urales de la
ingratitud. ¿Puedo pasar?
Ni
siquiera contesto, y un cuervo de ojos azules (y humeantemente humanos) se
desplaza entre la plata del cuarto hasta posarse sobre el mantel chorreado.
-Me
presento en plural -hace zigzaguear el pico sin prestarle atención a los restos
de comida. -Somos los malos bichos que no queremos que se nos pudra el alma y
tratamos de ir de vuelo. La peor de nuestras tristezas no son los 20 millones
de rusos que murieron peleando contra Hitler ni los 40 millones que arrasó el
padre Stalin: la peor son los que quedamos sin que nos enseñara a ir de vuelo. “Oh
dulcísimo amor de Dios, mal conocido! El que halló sus venas descansó”.
Eso
me obliga a sonreír.
-¿Y usted qué hace en
este infierno? -bizqueó desopilantemente el pajarraco.
-Me reciben por
convenio gremial.
-¿Es comunista?
-Cristiano-comunista.
-Ah, sí. Y nosotros
somos gallos que no saben cantarle al amanecer.
La carcajada-pedorrera
hizo que me retorciera de felicidad por primera vez en tres días.
Mire
-agrega, con la negrura erecta. -Si acá volara toda la basura sacralizada por
el Partido no veríamos el sol.
-Ya
me estoy dando cuenta. ¿No desayunaría un pan con ricota?
Pero
él me clava los bochones lleno de una humareda de terciopelo y antes de
escaparse reza:
-“¿Pues
qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te
pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal
fuera y glóriate en tu gloria. Escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones
de tu corazón”.
A las diez de la noche -después
de haber tomado algunas vodkas y una botella de vino con la cena- ya estaba
sentado en la plaza que quedaba entre el Ukraina y el río, sudorosamente sobrio:
había una fila de camiones llegados desde los Urales estacionados en la rambla
fluvial, y se podía ver con nitidez a las putas que salían del hotel y se
ocupaban cinco o diez minutos en las cabinas de los semi-remolques.
-Tiens
-le dice la Mermelada a Isabelino Pena, y mi sobresalto hace carcajear con
fruición al detective.
-Tiens
-escruto la policromía incolora de Moby Dick que refulge en la capelina y el
vestido Pompadour de la vieja. -Se vinieron en yunta.
-Banqué
yo, por supuesto -aclara ella, emboquillando un porro. -¿Y usted? ¿Dónde
consiguió los rubr(l)os?
-Vine
a Lathi invitado por los finlandeses y me tomé un tren hasta aquí: tenemos un
convenio de mutua asistencia entre las asociaciones de escritores. Lástima que
los tavarich se olvidaron de ir a buscarme a la estación y me las tuve que arreglar
solo el sábado a mediodía, con 35 grados. Al final logré que entre un taxista y
una traductora al inglés me ubicaran aquí. Recién hoy tomé contacto con los
colegas: ligué un guía macanudo, aunque implacablemente perestróikico. A los
cinco minutos de salir a dar vueltas me agarra un hombro lo más pancho y me
dice: Estoy a las órdenes, camarada. ¿Le
escondo o le muestro?
El
viejito usa un traje de dril y un panamá que parecen condensar todo el sosiego del
atardecer.
-Qué
lástima -comenta. -A vos te tocó la URSS del 89. Manolo se reenganchó en el 57,
cuando vino invitado al Festival Internacional de la Juventud. Hoy lo vimos.
Anda lagrimeando de felicidad: dice que las estaciones aldeanas enteras salían
a recibir con flores a las delegaciones y bailaban abajo de la lluvia y aquello
era un aquelarre social de una blandura inédita.
-Todos
los pueblos son maravillosos. Pero yo me gané una visita guiada por las cloacas
del Kremlin, compañero.
-Bueno, ahora lo que
importa es tratar de encontrar al dichoso Tomatito -me ofreció un Peter
Stuyvesant el detective. -O mejor dicho: lo que hay que encontrar es el retrato
de la guazú-virá chumbeada que grafitó Manolo en la puerta 7 de su libro. Ese
retrato fue robado por el pelirrojo después que el Papalote hizo aparecer a la
Yemanjá lubola en el aljibe y Manolo pidió para poner a prueba al estoico
General. ¿Por qué me mira así?
-Porque no entiendo
bien adónde nos lleva eso.
-Nos lleva a entender
el eje que usted nunca soñó para su propio libro, viejo: Tomatito es un tío
segundo de Ray De Deus que se infiltró en Solís y terminó por transformarse en
el Maligno Criollo. Así como lo oye.
Entonces
la Mermelada pide permiso para sentarse al lado mío y las volutas podres del
haschich me retrotraen al vértigo de los tiempos heroicos.
-Tenga
fe -me acaricia la vieja, irradiando una viscosa humildad de murciélago. -Yo también
soy parienta de Ray De Deus. Somos perras de la guarda, en el fondo.
Enamoradas.
-Pero
mire qué bien.
-Es
la pura verdad. Les ladramos a los hombres que eligieron servir al envoltorio
cósmico. O al Dios suyo. Es lo mismo. En el fondo somos Gárgolas que suben a
los camiones a pagar.
-Pero
matan.
-Pero
somos necesarias para la evolución. Espínola Gómez piensa eso.
-Espínola
Gómez el Dios de Job Yemanjá del Mar Dulce Jung Teilhard de Chardin and Company
-nos interrumpe el detective, consultando su reloj. Dentro de media hora empieza
la pulseada entre Dostoievski y Tolstoi, con Manolito de moderador.
¿Arrancamos, muchachos?
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