ESCRITOS
DE HORACIO QUIROGA
TRIGESIMOSEGUNDA
ENTREGA
La inmoralidad de “La Garçonne” (*)
(3)
Nadie
ignora la difusión actual de los hipnóticos, como no se ignora tampoco que son
las clases ricas sus más fuertes consumidores. Tampoco lo ignoraba el gobierno
francés, ni su portavoz, el Supremo Consejo de la Orden. Pero no se perdona a
Margueritte el haber desarrollado su novela precisamente en aquel medio
intangible, entre niñas chic hijas de industriales, ministros y ex presidentes
de consejo.
No
se le perdona la revelación de esa orgía de millones beneficiados y rapiñados
en la guerra, en tanto que los mutilados del frente revientan de hambre,
“mientras se hace flamear sobre todo esto las grandes palabras como banderas;
Orden, derecho, Justicia”.
Es
decir: Liberté, Egalité, Fraternité…
Por
idéntica razón no se perdonan al autor estas palabras puestas en boca de la
protagonista… “El hambre del Volga, amontonando en las puertas de los cementerios
los niños en filas de cadáveres, la miseria llevada hasta el canibalismo, esa
visión de las atrocidades que devastan a un pueblo cuya sangre fraternal había
corrido dos años en la carnicería común, hizo palidecer a Mónica. Los ojos
bajos, pensaba en las fiestas de gala de antaño, en los zares aclamados por
París y los presidentes de la república festejados en los palacios imperiales…
Eran los millones sacados de los Plombino, los Ramson, los Bardinot, de la
media de lana campesina y la caja de fierro burguesa, los millones con los
cuales todos esos piratas….”
Y
por último, no podía el actual gobierno de Francia perdonar al hijo del general
Margueritte, el haber estampado en La
Garçonne que los parlamentos son molinos de viento que giran en el vacío, y
destinados a ser barridos por el huracán revolucionario.
El
libro -se ha dicho- desprestigia a Francia ante el extranjero.
¿Qué
extranjero?... Ya la guerra borró las fronteras locales al constituir dos
únicas naciones: las aliadas y las enemigas. Vale decir: vencedoras y vencidas.
Pero esta fraternidad, ya bien olvidada por las gentes que trabajan, persiste
en las clases súbitamente enriquecidas, cuyos placeres fueron siempre aliados,
y cuyos millones tienen un mismo olorcillo a sangre. No son, pues, aquellas
clases de Berlín, de Nueva York o Londres, las que se ruborizarán de París.
Tal
es La Garçonne. No hay en toda ella
nada de inmoral, si por moral entendemos lo que nos empuja al bien. Tal es, con
moraleja y todo: el ansia de las mujeres se ha exasperado y desviado de tal
modo en el ambiente de dancing e impudor creado por la guerra, que el tipo de
Mónica Lerbier resulta tímido y soso en medio de la tremenda corrupción de las
altas clases. El autor lo jura por su nombre, y Anatole France lo confirma.
Como
obra de arte, la novela en cuestión es mediana. Esta sería, de acuerdo con una
moral artística viene entendida, su más grande falla.
(*)
Publicado en Atlántida, Bs. As, año
6, nº 264, 26 de abril de 1923.
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