14/6/17

ESCRITOS DE HORACIO QUIROGA


TRIGESIMOSEGUNDA ENTREGA



La inmoralidad de “La Garçonne” (*) (3)



Nadie ignora la difusión actual de los hipnóticos, como no se ignora tampoco que son las clases ricas sus más fuertes consumidores. Tampoco lo ignoraba el gobierno francés, ni su portavoz, el Supremo Consejo de la Orden. Pero no se perdona a Margueritte el haber desarrollado su novela precisamente en aquel medio intangible, entre niñas chic hijas de industriales, ministros y ex presidentes de consejo.


No se le perdona la revelación de esa orgía de millones beneficiados y rapiñados en la guerra, en tanto que los mutilados del frente revientan de hambre, “mientras se hace flamear sobre todo esto las grandes palabras como banderas; Orden, derecho, Justicia”.


Es decir: Liberté, Egalité, Fraternité…


Por idéntica razón no se perdonan al autor estas palabras puestas en boca de la protagonista… “El hambre del Volga, amontonando en las puertas de los cementerios los niños en filas de cadáveres, la miseria llevada hasta el canibalismo, esa visión de las atrocidades que devastan a un pueblo cuya sangre fraternal había corrido dos años en la carnicería común, hizo palidecer a Mónica. Los ojos bajos, pensaba en las fiestas de gala de antaño, en los zares aclamados por París y los presidentes de la república festejados en los palacios imperiales… Eran los millones sacados de los Plombino, los Ramson, los Bardinot, de la media de lana campesina y la caja de fierro burguesa, los millones con los cuales todos esos piratas….”


Y por último, no podía el actual gobierno de Francia perdonar al hijo del general Margueritte, el haber estampado en La Garçonne que los parlamentos son molinos de viento que giran en el vacío, y destinados a ser barridos por el huracán revolucionario.


El libro -se ha dicho- desprestigia a Francia ante el extranjero.


¿Qué extranjero?... Ya la guerra borró las fronteras locales al constituir dos únicas naciones: las aliadas y las enemigas. Vale decir: vencedoras y vencidas. Pero esta fraternidad, ya bien olvidada por las gentes que trabajan, persiste en las clases súbitamente enriquecidas, cuyos placeres fueron siempre aliados, y cuyos millones tienen un mismo olorcillo a sangre. No son, pues, aquellas clases de Berlín, de Nueva York o Londres, las que se ruborizarán de París.


Tal es La Garçonne. No hay en toda ella nada de inmoral, si por moral entendemos lo que nos empuja al bien. Tal es, con moraleja y todo: el ansia de las mujeres se ha exasperado y desviado de tal modo en el ambiente de dancing e impudor creado por la guerra, que el tipo de Mónica Lerbier resulta tímido y soso en medio de la tremenda corrupción de las altas clases. El autor lo jura por su nombre, y Anatole France lo confirma.


Como obra de arte, la novela en cuestión es mediana. Esta sería, de acuerdo con una moral artística viene entendida, su más grande falla.




(*) Publicado en Atlántida, Bs. As, año 6, nº 264, 26 de abril de 1923.

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