ESCRITOS
DE HORACIO QUIROGA
TRIGESIMOTERCERA
ENTREGA
Satisfacciones de la profesión de
escritor (*) (1)
Cuando
un hombre, un bueno y pobre hombre, alcanza a ser propietario de un auto, una
finca o una boquilla de ámbar, agradece a Dios el bien adquirido, porque está
seguro de que todas las leyes divinas y humanas protegen su posesión. Sabe que
puede gozar de su bien hasta que muera, y que después de muerto las mismas
leyes protegerán a sus herederos, quienes, hasta la eternidad de los siglos,
podrán gozar de la propiedad del auto, de la finca y de la boquilla de ámbar
adquiridos y legados por el ancestral progenitor.
Bien.
Esto en cuanto al feliz poseedor de dichos bienes. Pero quien posee ahora no es
un simple y pobre buen hombre, sino un intelectual, sin par, un escritor
consagrado por el dolor y el genio. Este artista ha luchado por la vida desde
su primera infancia. No hay miseria que ignore, ni tormento que desconozca. En
pos de quince, veinte años de lucha, infunde en un libro la llama de su genio.
No se hallan en su libro rastros de imitación. De tal modo es su exclusivo
bien, tan personales han sido sus sufrimientos que el poema brilla fúlgido y
aislado con luz hasta entonces desconocida. La fortuna amenaza por fin con
serle propicia. Angustias de la miseria, hambre de sus pequeños -todo quedará
pronto alejado-.
El
hombre no tiene sino cuarenta años. Pero la vida, más dura para él que para
otro cualquiera, lo abandona. No posee nervio ni hueso que la vida no haya
golpeado duramente. El hombre piensa: “Voy a morir, pero he cumplido mi obra. Y
mis tiernos hijos se alejarán pronto de la miseria”. Dicho lo cual, muere.
Transcurre
el tiempo. Como lo previó el artista, la gloria -póstuma aquí como en la
mayoría de los casos-, acaricia su nombre. Con la renta que ya producen sus
libros, sus débiles hijos conocen ahora lo que es poseer ropa caliente desde
principios mismos del invierno.
Pero
he aquí que pasan diez años. Y las criaturas -la mayor es apenas adolescente-,
caen de nuevo en la miseria.
¿Por
qué? Porque han perdido ya todo derecho a las obras de su padre. La herencia no
duró diez años. Desde ese instante cualquiera puede beneficiarse de la
herencia, editar, vender y ganar una fortuna, aun cuando falte el pan diario a
las criaturas del escritor.
(*)
Publicado en Atlántida, Bs. As., año
6, nº 274, 5 de julio de 1923.
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