5/6/17

ESTHER MEYNEL


LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH



QUINCUAGESIMOPRIMERA ENTREGA



Es fácil imaginarse la alegría que me produjo ese párrafo y las veces que lo leí: tantas, que llegué a aprendérmelos de memoria y se los repetía a aquellos de mis hijos que estaban en edad de poder comprenderlo. Aunque el señor rector Geaner no era músico, había sabido describir con exactitud la forma en que Sebastián dirigía un coro o un concierto instrumental. Según las circunstancias, sobre todo cuando tenía ante sí cierto número de cantantes e instrumentistas, solía llevar el compás con un rollo de música; a veces, sentado al clavicordio o al clavecín, marcaba el compás desde allí, sin dejar de tocar, con un rollo de papel en una mano y tocando el instrumento con la otra. Su hijo Manuel decía de él: “Era muy preciso en la dirección y en el compás, al que daba un aire vivo y animado, y tenía una gran seguridad”, Muchos de los ensayos de música sagrada se celebraban en nuestra casa, porque en la Escuela de Santo Tomás no había ningún clavecín. Cierto que había uno en la tribuna del órgano de la iglesia de Santo Tomás; pero, sobre todo en invierno, era más cómodo celebrar los ensayos en casa y, pude ver muchas veces a cantantes e instrumentistas bajo la dirección de Sebastián tal como la describía el señor Rector.



Lleno de pasión, no vivía más que para la música. Sus manos parecían extraer la armonía del aire, y la expresión feliz de su rostro era indescriptible cuando todo salía bien. Pero ni la menor nota falsa ni la menor imprecisión en el ritmo escapaban a su oído, y no estaba satisfecho hasta que la música, las voces y los instrumentos, fluían como una corriente y con absoluta pureza de tono. Mas, para obtener esa pureza era necesario mucho trabajo suyo y de los ejecutantes a quienes dirigía. Pero, cuando se trataba de chiquillos mal educados, tenía el poder de despertar en los músicos entusiasmo y devoción y la mayoría de ellos trabajaba con gusto y celo pata obtener su beneplácito. Él mismo dijo una vez: “Claro está que, entre los estudiantes, los que aman la música me ofrecen su ayuda voluntariamente. Nunca me han causado esos estudiantes el menos disgusto; han adquirido la costumbre de ayudarme en la ejecución de la música vocal e instrumental y lo hacen con gusto, sin vacilar, por propio impulso y sin ninguna compensación”.

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