ESTHER MEYNEL
LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH
QUINCUAGESIMOPRIMERA ENTREGA
Es fácil imaginarse la alegría que me
produjo ese párrafo y las veces que lo leí: tantas, que llegué a aprendérmelos
de memoria y se los repetía a aquellos de mis hijos que estaban en edad de
poder comprenderlo. Aunque el señor rector Geaner no era músico, había sabido
describir con exactitud la forma en que Sebastián dirigía un coro o un
concierto instrumental. Según las circunstancias, sobre todo cuando tenía ante
sí cierto número de cantantes e instrumentistas, solía llevar el compás con un
rollo de música; a veces, sentado al clavicordio o al clavecín, marcaba el
compás desde allí, sin dejar de tocar, con un rollo de papel en una mano y
tocando el instrumento con la otra. Su hijo Manuel decía de él: “Era muy
preciso en la dirección y en el compás, al que daba un aire vivo y animado, y
tenía una gran seguridad”, Muchos de los ensayos de música sagrada se
celebraban en nuestra casa, porque en la Escuela de Santo Tomás no había ningún
clavecín. Cierto que había uno en la tribuna del órgano de la iglesia de Santo
Tomás; pero, sobre todo en invierno, era más cómodo celebrar los ensayos en
casa y, pude ver muchas veces a cantantes e instrumentistas bajo la dirección
de Sebastián tal como la describía el señor Rector.
Lleno de pasión, no vivía más que
para la música. Sus manos parecían extraer la armonía del aire, y la expresión
feliz de su rostro era indescriptible cuando todo salía bien. Pero ni la menor
nota falsa ni la menor imprecisión en el ritmo escapaban a su oído, y no estaba
satisfecho hasta que la música, las voces y los instrumentos, fluían como una
corriente y con absoluta pureza de tono. Mas, para obtener esa pureza era
necesario mucho trabajo suyo y de los ejecutantes a quienes dirigía. Pero,
cuando se trataba de chiquillos mal educados, tenía el poder de despertar en
los músicos entusiasmo y devoción y la mayoría de ellos trabajaba con gusto y
celo pata obtener su beneplácito. Él mismo dijo una vez: “Claro está que, entre
los estudiantes, los que aman la música me ofrecen su ayuda voluntariamente.
Nunca me han causado esos estudiantes el menos disgusto; han adquirido la
costumbre de ayudarme en la ejecución de la música vocal e instrumental y lo
hacen con gusto, sin vacilar, por propio impulso y sin ninguna compensación”.
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