FEDERICO NOGARA
EL DRAMA DE LA
URUGUAYEZ
Este ensayo es la segunda parte de Izquierda y cultura: El Largo
desencuentro (extractos de un ensayo). La primera parte fue publicada en
Malabia 58.
QUINTA ENTREGA
Los sesenta
Los años sesenta
son en Uruguay, por encima de todo, años de búsqueda. El país que vivía de
espaldas a América Latina, el país de los empleados públicos, de la siesta, de
la gente amable y tranquila, despierta de repente al borde del abismo. La reconstrucción
europea, el fin de la guerra de Corea, la aparición de nuevos competidores,
hunden el precio de las materias primas.
El país comienza a endeudarse. Con fuerza vienen la revolución cubana y
la guerrilla continental mostrando otro camino. Obreros y estudiantes, unidos y
adelante es la consigna cuyo clamor enciende la calle mientras los
historiadores rompen con la edulcorada y heroica historia nacional para
mostrarnos el “rostro terrible de la patria”. El discurso de cambio avanza y se
profundiza.
Del exterior nos llega el gran cine italiano explicando aconteceres y
adivinando futuros, Bergman con sus complejidades humanas, la literatura
latinoamericana pronta para el boom que conquistará Europa, la beat generation norteamericana, el
movimiento hippie, la reivindicación
de las minorías, el cuestionamiento de la familia como institución, el
principio del fin del padre padrone,
la libertad sexual, la vida vista desde la óptica de los perdedores.
El capitalismo, poderoso y en auge, no iba a permitir por mucho tiempo
semejante estado de cosas. El choque será inevitable y terminará en la contra
revolución que significa el neoliberalismo.
Había en Uruguay dos fuertes opciones de cambio, la guerrilla tupamara y
el Partido Comunista. Los tupamaros, siguiendo el ejemplo de otros movimientos
guerrilleros latinoamericanos, querían concienciar a la gente a través de la
acción. “No es momento de pensar y hablar, es momento de hacer”, repetían sus
seguidores en aquellos tiempos. Un ejemplo claro es la entrevista de María Esther
Gilio al líder del movimiento Raúl Sendic:
- “¿Esto querría
decir que el MLN ahora (se refiere al período posterior a 1985) sería un
partido revolucionario más junto al comunista y al troskista?
-Yo pienso que no,
que nuestro pasado es inconfundible.
-¿Qué le da esa
inconfundibilidad?
-Nuestro pasado
guerrillero.
-¿Eso le da un
perfil especial? ¿En qué sentido le parece?
-En el sentido de
la autenticidad. O sea que todo el mundo puede hacer discursos y aprobar
documentos, pero pocos meten el pellejo ahí.
-¿Quiere decir que
los discursos y los documentos del MLN estarían valorizados por un pasado en
que sus miembros se jugaron la vida?
-Eso es”.
Los sectores conservadores y reaccionarios acusaron siempre a los
tupamaros de ser un movimiento marxista. Más allá de que muchos de sus
integrantes pudieran presumir de ser marxistas, la ideología de cualquier
movimiento o partido es su programa, y en los comunicados tupamaros no aparece
ni el mínimo rastro del pensamiento del filósofo alemán. Incluso se podría
aseverar que las reivindicaciones políticas del movimiento no pasan del
nacionalismo y hoy ese extremo se puede constatar en sus máximos dirigentes.
En cuanto a la relación de fuerzas, la guerrilla tupamara, de haber
triunfado o haber puesto el gobierno en entredicho, tendría que habérselas
visto con los ejércitos de Argentina, Brasil y USA, lo que quiere decir que sus
perspectivas de llegar a alguna parte eran inexistentes, y bastó con una mejor
organización de las fuerzas represivas locales para terminar totalmente con el
movimiento en 1973. Lo que vino después fue un genocidio en toda regla. Quienes
pusieron en boga la teoría de los dos demonios (malos militares y mala
guerrilla) hicieron un flaco favor a la verdad histórica.
El Partido Comunista, por su parte, no tenía tampoco nada de marxismo.
Stalin había liquidado cualquier rastro de ideología comunista.
“El PC adapta su
política a la de la Rusia soviética, porque sólo en este país se encuentra el
esbozo de una organización socialista. Pero, si bien es cierto que Rusia ha
comenzado la revolución social, también lo es que no la ha terminado. El atraso
de su industria, la falta de cuadros y la incultura de las masas le impedían
que realizara sola el socialismo y hasta lo impusiera en otros países por
contagio. (...) Rusia tuvo que replegarse sobre sí misma y dedicarse a crear
cuadros, a compensar el atraso de sus instalaciones, a perpetuarse por medio de
un régimen autoritario en su forma de revolución detenida. Como los partidos
europeos que apelaban a las clases obreras y preparaban el advenimiento del
proletariado no tenían la fuerza necesaria para pasar a la ofensiva, Rusia tuvo
que utilizarlos como bastiones de su defensa. Las fuerzas de la revolución
mundial han sido desviadas, de ese modo, en provecho del mantenimiento de una
revolución en invernada. (...) Tranquilizar a la burguesía sin perder la confianza
de las masas, permitirle que gobierne mientras se mantiene la apariencia de una
ofensiva contra ella y ocupar puestos sin dejarse comprometer; tal es la
política del PC. Hemos sido testigos y víctimas en el 19 y el 40 del
pudrimiento de una guerra; asistimos ahora al pudrimiento de una situación
revolucionaria. (...) Basta hojear una publicación comunista para extraer de
ella cien procedimientos conservadores: se persuade por la repetición, las
amenazas veladas, la fuerza desdeñosa de la afirmación, las alusiones
enigmáticas a demostraciones que no se hacen y la exhibición de una convicción
tan completa y soberbia que se coloca por encima de todos los debates, fascina
y acaba por contagiar. No se contesta jamás al adversario: se le desacredita;
es de la policía, un fascista. En cuanto a pruebas, no se proporcionan jamás,
porque son terribles y comprometen a demasiadas personas. Si se insiste en
conocerlas se replica que hay que contentarse con eso y creer la acusación por
la pura formulación de la misma: “No nos obliguen a darlas, pueden escocer a
muchos” (...) Para un stalinista, un trotskista es la encarnación del mal” (11)
“Para los
comunistas uruguayos la URSS no era sólo el país donde se construía el
socialismo. En su imaginario, era el territorio donde se plasmaba el socialismo
como utopía realizable (...) La URSS no era, pues, un hecho político. Por eso
se negaban los conflictos, las tensiones, los intereses opuestos (...) Ningún
documento público del Partido menciona ni problemas de nacionalidades, ni
dificultades económicas, ni la existencia de ciertas religiones, ni carencias
tecnológicas, así como tampoco nunca se hace referencia a la burocracia ni a
las luchas internas dentro del PCUS. Al identificar el futuro con el presente,
el socialismo con un país, el marxismo leninismo con la línea del PCUS, los
comunistas uruguayos se plantean la relación con éste en términos de lealtad.
En esta cadena de identificaciones y en el contexto de la guerra fría, la
posición crítica se asemeja al ataque, crítica pública a adhesión al
capitalismo, cuestionamiento a traición. Toda posición diferente es sumada como
anticomunismo y como incomprensión del verdadero comunismo”. (12)
Con semejante panorama la posibilidad de una revolución era más que
remota. Sin embargo, las fuerzas represivas actuaron con saña. Uruguay, como
tantos países latinoamericanos, fue descabezado dentro de la Operación Cóndor.
Intelectuales, artistas, sindicalistas, marcharon rumbo a la cárcel, el
destierro y, en muchos casos, la muerte. Quedaba liquidado, de esa forma lo
mejor del país, la posible futura disidencia.
Hay dos escritores que son fundamentales en esa época: Onetti y
Benedetti. Es curioso que ambos hayan sido denostados, ignorados, negados en
estos últimos años por los nuevos escritores. Habría que estudiar ambos casos
con sumo cuidado.
“El proceso de
aculturación cubre todo el continente entre ambas guerras y su impacto viene de
Estados Unidos y Europa. Es más visible en los enclaves urbanos de América
Latina que se modernizan y en la literatura cosmopolita ligada al exterior,
pero alcanza también la interioridad tradicionalista del continente. (..) El
sacrificio de la integridad cultural aparece como el pesado tributo al
progreso”. (13)
Dentro de la clara
aculturación de la literatura uruguaya, Onetti escribe sobre Montevideo y los
montevideanos, y lo hace fuera de partidos, organizaciones y de lo que hoy
llamamos la cultura de masas. Sus dos primeros títulos, El pozo y Tiempo de abrazar nos
colocan delante del inconformista, del escritor influenciado por el
existencialismo y con una escritura parecida a la de un escritor “maldito”, el
Céline de Viaje al fin de la noche.
Podríamos
sintetizar El Pozo: un hombre (Linacero) sin
fe ni interés por su destino observa, desde un país inexistente, a unos
escritores (e intelectuales) que no asumen riesgos, a unos militantes que no
profundizan y a unas gentes (él mismo) que son incapaces de amar.
De Tiempo de
abrazar decía el propio Onetti: “Pinto a un grupo de gentes representativas
de su generación, la que reproduce, veinte años después, la europea de la post
guerra. Los viejos valores morales han sido abandonados por ella y todavía no
han aparecido otros que puedan sustituirlos. El caso es que en el país más
importante de la joven América crece el tipo del indiferente moral, del hombre
sin fe ni interés por su destino. Que no se reproche al novelista haber
encarado la pintura de ese tipo humano con igual espíritu de indiferencia”.
Y de los escritores uruguayos opinaba: “Estamos en pleno reino de la
mediocridad. Entre plumíferos sin fantasía, graves, frondosos, pontificadores,
con la audacia paralizada. Y no hay esperanza de salir de esto. Los “nuevos”
sólo aspiran a que alguno de los inconmovibles fantasmones que ofician de Popes
les digan una palabra de elogio acerca de sus poemitas. Y los poemitas han sido
facturados expresamente para alcanzar tan alto destino”. Y sobre su ciudad
decía: “Montevideo, mientras tanto, no existe. Aunque tenga más doctores,
empleados públicos y almaceneros que todo el resto del país, la capital no
tendrá vida de veras hasta que nuestros literatos se resuelvan a decirnos cómo
y qué es Montevideo y la gente que lo habita. (…) Es necesario que nuestros
literatos miren alrededor suyo y hablen de ellos y su experiencia. Es indudable
que si lo hacen con talento, muy pronto Montevideo y sus pobladores se
parecerán de manera asombrosa a lo que ellos escriban”.
¿No parece estar refiriéndose a la actualidad en esta cita de 1938?
El astillero, para poner un
último ejemplo, funciona hoy día como una metáfora del Uruguay, un país que
sobrevive vendiendo las joyas de la abuela, como venden los restos quienes
simulan trabajar en el astillero.
Considero que habría que leer a Onetti con fe, como aconsejaba Faulkner
de Joyce, colocarlo en el centro del debate cultural y plantear desde ahí toda
la literatura nacional. Pero esta es una posición personal que de seguro no
comparten los escritores jóvenes actuales ni las autoridades.
Dadas las circunstancias políticas y sociales de los años sesenta, era
lógico que apareciera alguien como Benedetti en el campo de la escritura. Y
digo escritura porque no considero que tuviera calidad suficiente para hacer
literatura. Sería una falta de respeto hacia su persona compararlo con Borges,
Faulkner o el propio Onetti. Benedetti incursionó en variados campos del
conocimiento: poesía, novela, cuento, dramaturgia, letras de canciones,
humorismo, ensayo, artículos periodísticos, crítica literaria. Su obra tuvo un
gran éxito, le dio fama mundial y sus libros fueron best sellers. ¿Por qué? No
era el “mejor” escritor uruguayo, pero sí el más representativo, lo que quiere
decir conocido, admirado, querido y leído. Esa representatividad viene dada por
la asunción del tiempo que le tocó vivir, transmitido en su obra de una manera
simple, entendible para la mayoría. Al contrario que Onetti, su posición
política quedaba clara en su apoyo al movimiento 26 de Marzo y su
simpatía por los tupamaros.
Con sus sombras y sus luces (que tuvo muchas), Benedetti es un escritor
clave para entender una época fundamental del Uruguay, un decenio en el que se
cuestionó todo y terminó de forma trágica.
Hace poco, en Montevideo, la mención de Benedetti en la charla de una
escritora suscitó protestas por parte de algunos de los presentes en el acto.
Decían en voz alta que era un mal escritor, que no debía tenérselo en cuenta.
Sería muy importante abrir un debate en Uruguay sobre la obra y la
personalidad de Benedetti. Podríamos preguntarles entonces a aquellos que lo ponen
en cuestión, comparándolo con otros autores, cuántos escritores actuales
uruguayos resistirían la comparación con él. Ambos serían muy buenos
ejercicios.
Terminada la larga noche negra de la dictadura, nos encontramos con una
situación social, política y cultural confusa. Los tupamaros, que en el año
1961 habían desoído los consejos del Che desde la Universidad de Montevideo
sobre la conveniencia de no llegar a la violencia en un país como Uruguay,
donde todavía era posible la libertad de expresión y la lucha parlamentaria,
aceptan ahora el desafío, se hacen “demócratas” y electoralistas sumándose al
Frente Amplio.
Muchos de ellos son ahora “escritores” y nos cuentan su historia y la
del movimiento en centenares de libros. La calidad literaria de esas
publicaciones es escasa y la autocrítica casi ausente.
Señala Esteban Valenti al respecto: “El MLN fue derrotado y contribuyó
de manera importante a la derrota de todo el movimiento popular por parte de
las fuerzas más reaccionarias y antidemocráticas de la sociedad uruguaya por
sus errores políticos y militares, pero sobre todo políticos, porque vivían en
una realidad creada e inventada por ellos. Así de duro. La catarata de libros,
relatos, artículos y cuentos que hemos recibido y tragado en estos años no son
responsabilidad de sus autores, sino muchas veces de nuestros silencios. Cada
uno cuanta la historia como le conviene. Y eso sucedió”.
Valenti tiene razón, incluso cuando dice que cada uno cuenta la historia
como le conviene. También lo hizo el Stalinismo, del que fue un destacado
representante. Y sus errores también los pagaron caros los pueblos.
La generación post dictadura creció en un país quebrado, derrotado.
Podría haber rescatado las brasas del antiguo fuego, pero le fue imposible: el
neoliberalismo la atacaba con sus luces, sus imágenes, sus promesas de
posibilidades infinitas. Encima, sumado a la televisión, estaba internet, una
maquinaria que bien usada es extraordinaria, pero mal usada es el peor veneno.
La cultura, como de costumbre, llegaba de fuera. Malas series, películas
infumables, música de quinta, dieron lugar a la aparición de centenares de
artistas, escritores y, sobre todo, poetas. Escribir corto y hacia abajo es
fácil, cualquiera puede hacerlo.
Toda la cultura anterior comienza a descalificarse con facilidad por
antigua. El Frente Amplio ayuda sugiriendo la idea de que antes de su aparición
no había nada en el país.
En literatura los referentes se buscan primero en Bukowski y la
generación beat norteamericana y luego en la mal llamada literatura fantástica,
que en Uruguay parecen encarnarla Felisberto Hernández y Levrero.
Es muy extraño en un país donde la literatura está abierta a lo social y
político tener a estos dos escritores -de ambientes cerrados, casi
claustrofóbicos, cercanos al contacto con los objetos y alejados del mundo
real- como referentes. Da la impresión de ser un escape de la realidad.
“Está esa cuestión
que aparece tan a menudo en las discusiones en las que estamos los escritores,
los críticos o los historiadores que tiene que ver con que todo es ficción, que
es como una situación que está muy presente en el discurso histórico y el
debate cultural. Me parece que ahí se produce una extrapolación de algo que uno
podría localizar más precisamente y decir que es en la cultura de masas donde
la distinción entre ficción y verdad se ha perdido. Y que muchos de los
filósofos “posmodernos” -entre comillas- trasladan lo que es real en la cultura
de masas al conjunto de las prácticas. En la cultura de masas es cierto que se
han disuelto las categorías clásicas, entre otras, la distinción entre ficción
y verdad, que nos movemos en un mundo donde esas categorías han perdido
totalmente relevancia. Pero no me parece que debamos tomar ese elemento que es
particular a la cultura de masas como un dato para entender el conjunto del
funcionamiento social. Estamos muy amenazados por la expansión de los medios,
pero no me parece que un ámbito como la lucha social, por ejemplo, deba
asimilar y repetir las posiciones discursivas que genera la cultura de masas”.
(14)
Ahí está la cuestión. Los escritores jóvenes uruguayos han perdido la
distinción entre ficción y verdad, están sumergidos la mayoría en la cultura de
masas, que genera el discurso dominante (y Facebook es una prueba de ello). La
literatura anterior los pone frente al espejo y los enfrenta al país y su
historia. La ficción, los lugares cerrados, son un buen refugio.
Levrero es un buen ejemplo. No me estoy refiriendo a su obra, no soy
crítico literario; me interesa el “efecto Levrero”. Porque Levrero no fue
solamente un escritor, fundó talleres literarios, “enseñó” a escribir. Y en su
taller (y los que tomaron la posta) había una máxima: “No leer a otros
escritores (excepto a él); la escritura surge de la imaginación”.
Curiosa forma de “cargarse” la literatura. La regla máxima del Siglo de
Oro español señalaba, por el contrario: “Leer mucho, escribir poco, corregir
mil veces”. ¿Existiría Macondo si Márquez no hubiera leído a Faulkner? ¿Hubiera
escrito de esa forma Faulkner si no hubiera leído a Joyce?
¿Sería lo mismo la
literatura sin Marx, Freud y tantos otros? Somos cultura, y la cultura se
aprende de forma retrospectiva. Nada puede dejarse librado a la imaginación, y
menos en un mundo que carece de tal cosa.
Bibliografía
(11) Jean Paul Sartre
(12) Marisa Silva
(13) Ángel Rama
(14) Ricardo Piglia
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