1/6/17

FEDERICO NOGARA


EL DRAMA DE LA URUGUAYEZ




Este ensayo es la segunda parte de Izquierda y cultura: El Largo desencuentro (extractos de un ensayo). La primera parte fue publicada en Malabia 58.



QUINTA ENTREGA



Los sesenta



Los años sesenta son en Uruguay, por encima de todo, años de búsqueda. El país que vivía de espaldas a América Latina, el país de los empleados públicos, de la siesta, de la gente amable y tranquila, despierta de repente al borde del abismo. La reconstrucción europea, el fin de la guerra de Corea, la aparición de nuevos competidores, hunden el precio de las materias primas.

El país comienza a endeudarse. Con fuerza vienen la revolución cubana y la guerrilla continental mostrando otro camino. Obreros y estudiantes, unidos y adelante es la consigna cuyo clamor enciende la calle mientras los historiadores rompen con la edulcorada y heroica historia nacional para mostrarnos el “rostro terrible de la patria”. El discurso de cambio avanza y se profundiza.

Del exterior nos llega el gran cine italiano explicando aconteceres y adivinando futuros, Bergman con sus complejidades humanas, la literatura latinoamericana pronta para el boom que conquistará Europa, la beat generation norteamericana, el movimiento hippie, la reivindicación de las minorías, el cuestionamiento de la familia como institución, el principio del fin del padre padrone, la libertad sexual, la vida vista desde la óptica de los perdedores.

El capitalismo, poderoso y en auge, no iba a permitir por mucho tiempo semejante estado de cosas. El choque será inevitable y terminará en la contra revolución que significa el neoliberalismo.

Había en Uruguay dos fuertes opciones de cambio, la guerrilla tupamara y el Partido Comunista. Los tupamaros, siguiendo el ejemplo de otros movimientos guerrilleros latinoamericanos, querían concienciar a la gente a través de la acción. “No es momento de pensar y hablar, es momento de hacer”, repetían sus seguidores en aquellos tiempos. Un ejemplo claro es la entrevista de María Esther Gilio al líder del movimiento Raúl Sendic:


- “¿Esto querría decir que el MLN ahora (se refiere al período posterior a 1985) sería un partido revolucionario más junto al comunista y al troskista?

-Yo pienso que no, que nuestro pasado es inconfundible.

-¿Qué le da esa inconfundibilidad?

-Nuestro pasado guerrillero.

-¿Eso le da un perfil especial? ¿En qué sentido le parece?

-En el sentido de la autenticidad. O sea que todo el mundo puede hacer discursos y aprobar documentos, pero pocos meten el pellejo ahí.

-¿Quiere decir que los discursos y los documentos del MLN estarían valorizados por un pasado en que sus miembros se jugaron la vida?

-Eso es”.

Los sectores conservadores y reaccionarios acusaron siempre a los tupamaros de ser un movimiento marxista. Más allá de que muchos de sus integrantes pudieran presumir de ser marxistas, la ideología de cualquier movimiento o partido es su programa, y en los comunicados tupamaros no aparece ni el mínimo rastro del pensamiento del filósofo alemán. Incluso se podría aseverar que las reivindicaciones políticas del movimiento no pasan del nacionalismo y hoy ese extremo se puede constatar en sus máximos dirigentes.

En cuanto a la relación de fuerzas, la guerrilla tupamara, de haber triunfado o haber puesto el gobierno en entredicho, tendría que habérselas visto con los ejércitos de Argentina, Brasil y USA, lo que quiere decir que sus perspectivas de llegar a alguna parte eran inexistentes, y bastó con una mejor organización de las fuerzas represivas locales para terminar totalmente con el movimiento en 1973. Lo que vino después fue un genocidio en toda regla. Quienes pusieron en boga la teoría de los dos demonios (malos militares y mala guerrilla) hicieron un flaco favor a la verdad histórica.

El Partido Comunista, por su parte, no tenía tampoco nada de marxismo. Stalin había liquidado cualquier rastro de ideología comunista.


“El PC adapta su política a la de la Rusia soviética, porque sólo en este país se encuentra el esbozo de una organización socialista. Pero, si bien es cierto que Rusia ha comenzado la revolución social, también lo es que no la ha terminado. El atraso de su industria, la falta de cuadros y la incultura de las masas le impedían que realizara sola el socialismo y hasta lo impusiera en otros países por contagio. (...) Rusia tuvo que replegarse sobre sí misma y dedicarse a crear cuadros, a compensar el atraso de sus instalaciones, a perpetuarse por medio de un régimen autoritario en su forma de revolución detenida. Como los partidos europeos que apelaban a las clases obreras y preparaban el advenimiento del proletariado no tenían la fuerza necesaria para pasar a la ofensiva, Rusia tuvo que utilizarlos como bastiones de su defensa. Las fuerzas de la revolución mundial han sido desviadas, de ese modo, en provecho del mantenimiento de una revolución en invernada. (...) Tranquilizar a la burguesía sin perder la confianza de las masas, permitirle que gobierne mientras se mantiene la apariencia de una ofensiva contra ella y ocupar puestos sin dejarse comprometer; tal es la política del PC. Hemos sido testigos y víctimas en el 19 y el 40 del pudrimiento de una guerra; asistimos ahora al pudrimiento de una situación revolucionaria. (...) Basta hojear una publicación comunista para extraer de ella cien procedimientos conservadores: se persuade por la repetición, las amenazas veladas, la fuerza desdeñosa de la afirmación, las alusiones enigmáticas a demostraciones que no se hacen y la exhibición de una convicción tan completa y soberbia que se coloca por encima de todos los debates, fascina y acaba por contagiar. No se contesta jamás al adversario: se le desacredita; es de la policía, un fascista. En cuanto a pruebas, no se proporcionan jamás, porque son terribles y comprometen a demasiadas personas. Si se insiste en conocerlas se replica que hay que contentarse con eso y creer la acusación por la pura formulación de la misma: “No nos obliguen a darlas, pueden escocer a muchos” (...) Para un stalinista, un trotskista es la encarnación del mal” (11)


“Para los comunistas uruguayos la URSS no era sólo el país donde se construía el socialismo. En su imaginario, era el territorio donde se plasmaba el socialismo como utopía realizable (...) La URSS no era, pues, un hecho político. Por eso se negaban los conflictos, las tensiones, los intereses opuestos (...) Ningún documento público del Partido menciona ni problemas de nacionalidades, ni dificultades económicas, ni la existencia de ciertas religiones, ni carencias tecnológicas, así como tampoco nunca se hace referencia a la burocracia ni a las luchas internas dentro del PCUS. Al identificar el futuro con el presente, el socialismo con un país, el marxismo leninismo con la línea del PCUS, los comunistas uruguayos se plantean la relación con éste en términos de lealtad. En esta cadena de identificaciones y en el contexto de la guerra fría, la posición crítica se asemeja al ataque, crítica pública a adhesión al capitalismo, cuestionamiento a traición. Toda posición diferente es sumada como anticomunismo y como incomprensión del verdadero comunismo”. (12)

Con semejante panorama la posibilidad de una revolución era más que remota. Sin embargo, las fuerzas represivas actuaron con saña. Uruguay, como tantos países latinoamericanos, fue descabezado dentro de la Operación Cóndor. Intelectuales, artistas, sindicalistas, marcharon rumbo a la cárcel, el destierro y, en muchos casos, la muerte. Quedaba liquidado, de esa forma lo mejor del país, la posible futura disidencia.

Hay dos escritores que son fundamentales en esa época: Onetti y Benedetti. Es curioso que ambos hayan sido denostados, ignorados, negados en estos últimos años por los nuevos escritores. Habría que estudiar ambos casos con sumo cuidado.


“El proceso de aculturación cubre todo el continente entre ambas guerras y su impacto viene de Estados Unidos y Europa. Es más visible en los enclaves urbanos de América Latina que se modernizan y en la literatura cosmopolita ligada al exterior, pero alcanza también la interioridad tradicionalista del continente. (..) El sacrificio de la integridad cultural aparece como el pesado tributo al progreso”. (13)


Dentro de la clara aculturación de la literatura uruguaya, Onetti escribe sobre Montevideo y los montevideanos, y lo hace fuera de partidos, organizaciones y de lo que hoy llamamos la cultura de masas. Sus dos primeros títulos, El pozo y Tiempo de abrazar nos colocan delante del inconformista, del escritor influenciado por el existencialismo y con una escritura parecida a la de un escritor “maldito”, el Céline de Viaje al fin de la noche.


Podríamos sintetizar El Pozo: un hombre (Linacero) sin fe ni interés por su destino observa, desde un país inexistente, a unos escritores (e intelectuales) que no asumen riesgos, a unos militantes que no profundizan y a unas gentes (él mismo) que son incapaces de amar.


De Tiempo de abrazar decía el propio Onetti: “Pinto a un grupo de gentes representativas de su generación, la que reproduce, veinte años después, la europea de la post guerra. Los viejos valores morales han sido abandonados por ella y todavía no han aparecido otros que puedan sustituirlos. El caso es que en el país más importante de la joven América crece el tipo del indiferente moral, del hombre sin fe ni interés por su destino. Que no se reproche al novelista haber encarado la pintura de ese tipo humano con igual espíritu de indiferencia”.

Y de los escritores uruguayos opinaba: “Estamos en pleno reino de la mediocridad. Entre plumíferos sin fantasía, graves, frondosos, pontificadores, con la audacia paralizada. Y no hay esperanza de salir de esto. Los “nuevos” sólo aspiran a que alguno de los inconmovibles fantasmones que ofician de Popes les digan una palabra de elogio acerca de sus poemitas. Y los poemitas han sido facturados expresamente para alcanzar tan alto destino”. Y sobre su ciudad decía: “Montevideo, mientras tanto, no existe. Aunque tenga más doctores, empleados públicos y almaceneros que todo el resto del país, la capital no tendrá vida de veras hasta que nuestros literatos se resuelvan a decirnos cómo y qué es Montevideo y la gente que lo habita. (…) Es necesario que nuestros literatos miren alrededor suyo y hablen de ellos y su experiencia. Es indudable que si lo hacen con talento, muy pronto Montevideo y sus pobladores se parecerán de manera asombrosa a lo que ellos escriban”.

¿No parece estar refiriéndose a la actualidad en esta cita de 1938?

El astillero, para poner un último ejemplo, funciona hoy día como una metáfora del Uruguay, un país que sobrevive vendiendo las joyas de la abuela, como venden los restos quienes simulan trabajar en el astillero.

Considero que habría que leer a Onetti con fe, como aconsejaba Faulkner de Joyce, colocarlo en el centro del debate cultural y plantear desde ahí toda la literatura nacional. Pero esta es una posición personal que de seguro no comparten los escritores jóvenes actuales ni las autoridades.

Dadas las circunstancias políticas y sociales de los años sesenta, era lógico que apareciera alguien como Benedetti en el campo de la escritura. Y digo escritura porque no considero que tuviera calidad suficiente para hacer literatura. Sería una falta de respeto hacia su persona compararlo con Borges, Faulkner o el propio Onetti. Benedetti incursionó en variados campos del conocimiento: poesía, novela, cuento, dramaturgia, letras de canciones, humorismo, ensayo, artículos periodísticos, crítica literaria. Su obra tuvo un gran éxito, le dio fama mundial y sus libros fueron best sellers. ¿Por qué? No era el “mejor” escritor uruguayo, pero sí el más representativo, lo que quiere decir conocido, admirado, querido y leído. Esa representatividad viene dada por la asunción del tiempo que le tocó vivir, transmitido en su obra de una manera simple, entendible para la mayoría. Al contrario que Onetti, su posición política quedaba clara  en su apoyo al movimiento 26 de Marzo y su simpatía por los tupamaros.

Con sus sombras y sus luces (que tuvo muchas), Benedetti es un escritor clave para entender una época fundamental del Uruguay, un decenio en el que se cuestionó todo y terminó de forma trágica.

Hace poco, en Montevideo, la mención de Benedetti en la charla de una escritora suscitó protestas por parte de algunos de los presentes en el acto. Decían en voz alta que era un mal escritor, que no debía tenérselo en cuenta.

Sería muy importante abrir un debate en Uruguay sobre la obra y la personalidad de Benedetti. Podríamos preguntarles entonces a aquellos que lo ponen en cuestión, comparándolo con otros autores, cuántos escritores actuales uruguayos resistirían la comparación con él. Ambos serían muy buenos ejercicios.

Terminada la larga noche negra de la dictadura, nos encontramos con una situación social, política y cultural confusa. Los tupamaros, que en el año 1961 habían desoído los consejos del Che desde la Universidad de Montevideo sobre la conveniencia de no llegar a la violencia en un país como Uruguay, donde todavía era posible la libertad de expresión y la lucha parlamentaria, aceptan ahora el desafío, se hacen “demócratas” y electoralistas sumándose al Frente Amplio.

Muchos de ellos son ahora “escritores” y nos cuentan su historia y la del movimiento en centenares de libros. La calidad literaria de esas publicaciones es escasa y la autocrítica casi ausente.

Señala Esteban Valenti al respecto: “El MLN fue derrotado y contribuyó de manera importante a la derrota de todo el movimiento popular por parte de las fuerzas más reaccionarias y antidemocráticas de la sociedad uruguaya por sus errores políticos y militares, pero sobre todo políticos, porque vivían en una realidad creada e inventada por ellos. Así de duro. La catarata de libros, relatos, artículos y cuentos que hemos recibido y tragado en estos años no son responsabilidad de sus autores, sino muchas veces de nuestros silencios. Cada uno cuanta la historia como le conviene. Y eso sucedió”.

Valenti tiene razón, incluso cuando dice que cada uno cuenta la historia como le conviene. También lo hizo el Stalinismo, del que fue un destacado representante. Y sus errores también los pagaron caros los pueblos.

La generación post dictadura creció en un país quebrado, derrotado. Podría haber rescatado las brasas del antiguo fuego, pero le fue imposible: el neoliberalismo la atacaba con sus luces, sus imágenes, sus promesas de posibilidades infinitas. Encima, sumado a la televisión, estaba internet, una maquinaria que bien usada es extraordinaria, pero mal usada es el peor veneno.

La cultura, como de costumbre, llegaba de fuera. Malas series, películas infumables, música de quinta, dieron lugar a la aparición de centenares de artistas, escritores y, sobre todo, poetas. Escribir corto y hacia abajo es fácil, cualquiera puede hacerlo.

Toda la cultura anterior comienza a descalificarse con facilidad por antigua. El Frente Amplio ayuda sugiriendo la idea de que antes de su aparición no había nada en el país.

En literatura los referentes se buscan primero en Bukowski y la generación beat norteamericana y luego en la mal llamada literatura fantástica, que en Uruguay parecen encarnarla Felisberto Hernández y Levrero.

Es muy extraño en un país donde la literatura está abierta a lo social y político tener a estos dos escritores -de ambientes cerrados, casi claustrofóbicos, cercanos al contacto con los objetos y alejados del mundo real- como referentes. Da la impresión de ser un escape de la realidad.


“Está esa cuestión que aparece tan a menudo en las discusiones en las que estamos los escritores, los críticos o los historiadores que tiene que ver con que todo es ficción, que es como una situación que está muy presente en el discurso histórico y el debate cultural. Me parece que ahí se produce una extrapolación de algo que uno podría localizar más precisamente y decir que es en la cultura de masas donde la distinción entre ficción y verdad se ha perdido. Y que muchos de los filósofos “posmodernos” -entre comillas- trasladan lo que es real en la cultura de masas al conjunto de las prácticas. En la cultura de masas es cierto que se han disuelto las categorías clásicas, entre otras, la distinción entre ficción y verdad, que nos movemos en un mundo donde esas categorías han perdido totalmente relevancia. Pero no me parece que debamos tomar ese elemento que es particular a la cultura de masas como un dato para entender el conjunto del funcionamiento social. Estamos muy amenazados por la expansión de los medios, pero no me parece que un ámbito como la lucha social, por ejemplo, deba asimilar y repetir las posiciones discursivas que genera la cultura de masas”. (14)

Ahí está la cuestión. Los escritores jóvenes uruguayos han perdido la distinción entre ficción y verdad, están sumergidos la mayoría en la cultura de masas, que genera el discurso dominante (y Facebook es una prueba de ello). La literatura anterior los pone frente al espejo y los enfrenta al país y su historia. La ficción, los lugares cerrados, son un buen refugio.

Levrero es un buen ejemplo. No me estoy refiriendo a su obra, no soy crítico literario; me interesa el “efecto Levrero”. Porque Levrero no fue solamente un escritor, fundó talleres literarios, “enseñó” a escribir. Y en su taller (y los que tomaron la posta) había una máxima: “No leer a otros escritores (excepto a él); la escritura surge de la imaginación”.

Curiosa forma de “cargarse” la literatura. La regla máxima del Siglo de Oro español señalaba, por el contrario: “Leer mucho, escribir poco, corregir mil veces”. ¿Existiría Macondo si Márquez no hubiera leído a Faulkner? ¿Hubiera escrito de esa forma Faulkner si no hubiera leído a Joyce?

¿Sería lo mismo la literatura sin Marx, Freud y tantos otros? Somos cultura, y la cultura se aprende de forma retrospectiva. Nada puede dejarse librado a la imaginación, y menos en un mundo que carece de tal cosa.



Bibliografía



(11) Jean Paul Sartre

(12) Marisa Silva

(13) Ángel Rama


(14) Ricardo Piglia

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