HOKUSAI, RETORNO AL
JAPONÉS INCANSABLE QUE FASCINABA A VAN GOGH
Por Luis Ventoso
(ABC
/ 12-6-2017)
«Si
el cielo me deja vivir diez años más, o tan solo cinco… Entonces podría llegar
a ser un verdadero pintor». Lo singular de esta petición es que quien la hacía,
el japonés Katsushika Hokusai, tenía 90 años y agonizaba
en su lecho de muerte en Tokio, entonces Edo, la ciudad donde nació y donde
falleció el 10 de mayo de 1849. El artista que esperaba llegar a centenario
para mejorar arrasa estos días en Londres, con una exposición en el British Museum,
«Hokusai, más allá de la ola», que vende todas sus entradas cada día y estará
en cartel hasta el 13 de agosto.
Son
110 trabajos de sus últimos 30 años de vida (tintas sobre rollos de seda,
grabados, dibujos de sus libros de manga, tarjetas, pinturas, bocetos…). Muchos
tan frágiles que solo pueden exponerse unas horas para que no resulten dañados
sus colores vivaces. Una ínfima parte de la obra de un estajanovista que
madrugaba mucho, dibujaba hasta la noche y al que se le calculan unos 30.000
trabajos, la mayoría comerciales y alimenticios.
Aun
así, la muestra supone una oportunidad única de ver en Europa tanta obra
reunida del curioso genio japonés que fascinaba a Vincent van Gogh: «Esas olas son como garras, puedes sentir
cómo el barco está atrapado en ellas», escribió a su hermano Theo comentando
«La gran ola», de 1831, la creación más célebre del japonés, parte de un
encargo, una serie de 36 vistas del monte Futji, el volcán sagrado.
Al verla en la atestada exposición sorprende su pequeño tamaño folio. Pero
resulta emocionante contemplarla y buscar sus matices.
Fervoroso budista
El
fervoroso budista Hokusai, cuyo nombre de pila era Takitaro,
adoptó ese seudónimo artístico a finales del siglo XVIII. Fue uno de los muchos
que empleó, algo que no era raro entre los pintores chinos y japoneses de
entonces. En sus últimos años se hacía llamar Gakyo Roijin («El
hombre viejo loco por pintar»). Hijo adoptivo de un fabricante de espejos,
dibujante excepcional y espíritu risueño, toda la vida vivió agobiado por la
sombra de la bancarrota y haciendo frente a encargos sin cuento: tarjetas de
recuerdo para efemérides, ilustraciones de poemarios; sus libros de manga, en
los que contaba estampas de la vida cotidiana con dibujos en tres tonalidades,
láminas eróticas, sus pinturas mayores… Prueba de sus aprietos es que fue
vecino de 93 domicilios diferentes.
Vivió
en un Japón cerrado al mundo exterior, previo a la apertura de
la era Meiji, donde la sociedad se dividía en cuatro estamentos:
samuráis, granjeros, artistas y comerciantes. Aun así, entre 1824 y 1826, la
Compañía Holandesa de las Indias del Este le encargó una serie de estampas
costumbristas sobre Japón. Se cree que aquel contacto le permitió conocer
cuadros de pintores holandeses, lo que lo llevó a experimentar con la
perspectiva occidental. El resultado fue un cruce pionero entre lo
oriental y lo europeo, que lo convirtió en un moderno que encandiló a los
impresionistas. También a futuros talentos: Warhol y Hockney admiraban a Hokusai y tras ver la
exposición cuesta no sospechar que maestros europeos del cómic como Moebius o Milo
Manara lo han fusilado a saco.
Hokusai, llamémoslo así,
parece ser que conservó siempre un excelente humor. A los ochenta años decidió
dibujar cada mañana un león chino y tirarlo luego por la ventana. Una suerte de
exorcismo, que expulsaba a los demonios del hogar y debía traerle esa suerte
que siempre le fue esquiva. Su hija, que vivía con él, Oi, también una dotada
artista, rescató algunos de aquellos dibujos y es casi mágico poder verlos.
Todo
le iba mal a Hokusai. Su primera mujer murió cuando él tenía
treinta años. A los 68 perdió a la segunda. También a su único hijo varón, que
iba para samurái y era el sustento familiar. Su taller ardió. Pero nunca
aflojaron su buen ánimo y sus ganas de trabajar. Una exposición
deliciosa. Y esta vez no es topicazo cursi.
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