LECCIONES
DE VIDA
ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
QUINCUAGESIMOTERCERA ENTREGA
7
/ LA LECCIÓN DEL TIEMPO (1)
Nuestra vida está
regida por el tiempo. Vivimos gracias a él y en él y, evidentemente, también
morimos en él. Creemos que el tiempo es nuestro y que podemos ahorrarlo o
perderlo. No podemos comprarlo, pero hablamos de gastarlo, y creemos que organizado
bien es la clave de todo.
Hoy en día, sabemos qué
hora es en todos los puntos del planeta, pero antes de mediados del siglo XIX,
el tiempo se medía de un modo menos rígido. La llegada del ferrocarril creó la
necesidad de disponer de unos horarios más estrictos. En 1883 los ferrocarriles
canadiense y norteamericano adoptaron un sistema, todavía vigente, por el que
se establecieron cuatro zonas horarias en Norteamérica. El proyecto se
consideró demasiado radical y muchos pensaron que las zonas horarias eran
insultos a Dios. En la actualidad, consideramos que lo que nuestros relojes
establecen es la verdad. Incluso hay un reloj nacional en el observatorio naval
que es el guardián oficial del tiempo en Estados Unidos. En realidad, este
reloj nacional es un ordenador que obtiene el promedio de la hora de cincuenta
relojes distintos.
El tiempo constituye
una medición útil, pero sólo tiene el valor que le adjudiquemos. La
enciclopedia Webster lo define como “un intervalo que separa dos puntos de un
continuo”. Nos parece que el nacimiento es el principio y la muerte el final,
pero no es así: son sólo dos puntos en un continuo.
Albert Einstein observó
que el tiempo no es constante, sino que es relativo respecto al observador.
Ahora sabemos que el tiempo transcurre a un ritmo diferente según permanezcamos
inmóviles o estemos en movimiento; si estamos realizando un viaje espacial o
incluso si viajamos en avión o en metro. En 1975, la Marina comprobó la teoría
de Einstein utilizando dos relojes idénticos. Colocaron uno en la tierra y otro
en un avión. Durante quince horas, el avión estuvo volando y se comparó el
tiempo de ambos relojes a través de rayos láser.
Como Einstein había
dicho, el tiempo transcurría más despacio en el avión en movimiento. El tiempo
también depende de la percepción. Imaginemos a un hombre y una mujer en un
cine. Ambos contemplan la misma película, pero a ella le gusta mucho y a él le
horroriza. Para la mujer la película termina demasiado pronto, mientras que
para el hombre dura una eternidad. Ambos coinciden en que empezó a las siete de
la tarde y que los rótulos del final se proyectaron a las ocho y cincuenta y
siete. Pero no están de acuerdo en la experiencia de esa hora y cincuenta y
siete minutos. De un modo palpable, el tiempo que experimenta una persona no es
el mismo que experimenta otra.
Llevamos relojes de
pulsera y los sincronizamos para asegurarnos de que llegaremos a tiempo a una
reunión, una comida, el cine u otra actividad. Eso está bien: facilita nuestras
relaciones y nos permite realizar cosas, comunicarnos y coordinarnos. Pero
cuando vamos más allá y consideramos que la designación arbitraria de los
segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años
son el tiempo mismo, nos olvidamos de que todos experimentamos el tiempo de un
modo distinto, porque el valor del tiempo depende nuestra percepción
individual.
Pensemos en el tiempo
como si fuera un arco iris. Del mismo modo que aceptamos planificar nuestras
vidas de acuerdo con un reloj para asegurarnos de que empezamos y terminamos de
trabajar al mismo tiempo, etcétera. Supongamos que acordamos ver uno de los
colores de ese arco iris del tiempo del mismo modo. Lo cierto es que vemos el
resto de los colores a nuestra manera individual.
Con el tiempo, todo
cambia. Cambiamos por fuera y por dentro, cambia nuestro aspecto y nuestro
interior. La vida cambia de forma continua, pero muchas veces los cambios no
nos gustan. Aunque estemos preparados para el cambio, con frecuencia nos
resistimos a él. Mientras tanto, el mundo cambia a nuestro alrededor y no lo
hace al mismo tiempo que nosotros. A nuestro parecer, los cambios muchas veces
ocurren demasiado deprisa o demasiado despacio.
El cambio puede ser un
compañero constante, pero no pensamos en él como si fuera nuestro amigo. Nos
asusta porque pensamos que no podremos controlarlo, y preferimos los cambios
que nosotros hemos decidido porque para nosotros tienen sentido. Los cambios
que acontecen en nuestra vida nos intranquilizan, y cuando suceden tenemos la
impresión de que la vida toma una dirección equivocada. Pero nos gusten o no,
los cambios ocurren, y como la mayoría de las cosas de la vida, en realidad no
nos acontecen a nosotros, sino que, simplemente, suceden.
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