LOS
RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL
Desbocada
reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez.
Hugo
Giovanetti Viola
Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de
Artes, 2016.
QUINCUAGÉSIMA ENTREGA
TÚNEL
FINAL: INTERMEZZO GIOCOSO
1
Primer
brazo
El
túnel comunica directamente con el Paso Molino, donde viví hasta los 5 años. La
calle Valentín Gómez muere en un Prado transfigurado que recuerda el paisaje de
La anunciación de Leonardo. El liceo Bauzá no existe, aunque la iglesia de las
Carnelitas se recorta con una estremeciente mansedumbre amarilla sobre el raso
lunar. Y en la ventana del altillo del caserón natal arde un azul sin fondo.
Todas las Tardebuenas
mi padre vaciaba el comedor y armaba un gran pesebre con arena y piedrones que
acarreaba desde el Prado ayudado por mi abuelo materno, capataz de albañil. De
noche abrían los postigos y el balcón se transformaba en un palco para el
barrio.
Hoy
no hay nadie en la calle. La luz del comedor se proyecta sobre el empedrado y
la vereda de enfrente con sólida humildad, y encima del balcón vigila una paloma.
Torres-García y Manolo
tomaban café en un rincón vacío del comedor.
-Giovanetti era el
hombre de la cuadra que pensaba por todos -dijo don Joaquín, observando un
ciervito blanco que corría entre las piedras. -¿Qué le parece si sacamos ese
juguete, Espínola? Desentona con lo áureo.
-NOOOO -sacudió una
trompa escandalizada Manolo. -Discúlpeme, maestro. Pero acá hay un testimonio
de la más DURA HISTORIA (hoy tan desguazada por estos desmadrados tiempos
modernos) que no tiene ningún
desperdicio. Dejeló. Hágame caso.
-Bueno, pero no me
llame maestro. Y no se olvide que la TRADICIÓN ÁUREA es la HISTORIA ANGULAR. No
hay dureza más básica que la que nos religa con lo INVISIBLE, Cristo.
-¿Y entonces por qué
nombra a Cristo? -se erizaron las cejas de Manolo. -¿Cristo era invisible,
acaso? ¿O acaso usted es un obrador plástico que se disfraza de predicador
cuando nos muestra esos inquilinatos de Mondrian más inhumanamente llenos de
monigotes que un talud del Estadio?
Entonces Torres-García
estiró un brazo hacia el ciervito con ojos asesinos y Manolo lo frenó jadeando:
-¿Pero cómo puede ser
que el hombre que pintó La colada y
fundó LA SERENIDAD CÓSMICA DEL TIEMPO DEFINITIVAMENTE DETENIDO en la vida
uruguaya se las agarre con una VOLUTA DE ARGAMASA OBRERADA que es MISTERIO
HORADADO, carajo? ¿Estamos todos locos?
-No hay espíritu
visible -gruñó Torres-García, y yo me acordé de Tolstoi.
Pero en ese momento la
paloma sobrevoló el pesebre para posarse en la cabeza blanca de don Joaquín y
Manolo sentenció:
-Cuando PODAMOS
DESFONDAR TODO EL MISTERIO con la misma certeza con la que ahora estamos VIENDO
a esa paloma va a acabarse la muerte.
-¿De qué paloma me
habla? -sonrió Torres-García, crispando el entrecejo.
La
puerta de calle está abierta y en el zaguán me encuentro con el esqueleto de mi
madre, que viene a traerles más café a los maestros.
-Estamos
enterrando el corazón de tu padre -murmura. -¿No vas a darme un beso?
Del
esqueleto sobresalen tres rosas frescas y erectas.
-Habría
que perdonarse -trato de sonreír.
Mi
madre se arranca una corola-pecho para secar la viscosidad que me hiela la
frente y siento que ya no hay Gárgola sobre su calavera. Entonces me arrodillo
a besarle la rosa esencial.
Seguí avanzando solo.
En
el gran comedor diario con claraboyas veo el esqueleto de mi abuela materna
despatarrado en su sillón de hamaca. Me doy cuenta que duerme (y que sueña)
porque adentro le llovizna una constelación de jazmines del país campesinos y
previos al egoísmo perverso. La saludo con un brazo.
Torcí hacia la cocina.
Mi
abuelo materno devora calmosamente una tortilla de papa y cebolla, tomando
medio litro de vino tinto. En su interior hay un trasluz de templo enturbiado
por el porlan. Y me dice:
-Cuando
se pone la última hilada de una pared bien hecha parece que va a caerse porque oscila un poco. Pero así es cuando está bien.
Le
acaricio la boina y los húmeros le brillan.
En la pieza del fondo
me encontré con Guillermo Fernández, acodado sobre la mesa donde las mujeres
planchaban horrores por venir. Tenía los ojos muy ahuevados.
-Tu viejo era un amigo
sin suplente -me dijo.
Y me señaló la
escalerita que subía hacia el altillo.
Entro
al denso cubículo azul como la noche que sobrevuela las Carmelitas, y la voz de
mi padre murmura:
-Mucho
cuidado.
No
me animo a moverme, pero el altillo empieza a agrisarse con la ferocidad de una
cámara de gas y él agrega:
-Hay
una cosa peor que tu terribilitá neurótica y tu egocentrismo, hijo mío. Y es
ese brazo izquierdo que se quiere morir. Te mata. Eso nos mata.
Y
entonces oigo a Guillermo que se asoma a advertirme:
-Mirá
por la ventana, Huguito. Rápido, que se va.
Y
en la tercera orilla de Valentín Gómez veo proyectarse una trasmutación del Entierro del conde de Orgaz emergiendo
desde el ventanal donde los maestros velan el pesebre. La franja terrenal es
una estructura-madre de hombres ortogonales que relanzan a mi padre hacia la
eternidad. Y el resto es el revuelo de una más dimensión politextural /
polifocal de muchedumbres mágicas donde puedo distinguir a mis abuelos paternos
curvados bajo la cúpula-reino Ojos de Plata.
Después prensé los
párpados sintiendo que el brazo izquierdo se alegraba por todo, y el altillo
amainó.
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