LA
CARRETA
Prólogo
de Wilfredo Penco
Montevideo
2004
CUADRAGESIMOCUARTA ENTREGA
XII
(1)
Florita tenía los ojos
orlados de rojo, inflamados de tanto llorar. Su respingada naricita encendida
era lo que daba más lástima de aquella carucha inocentona.
Si suspiraba o le salía
un ¡ay! lastimero, la fulminaban con la mirada que quería decir,
invariablemente: “guacha mal enseñada”. Si articulaba una palabra a destiempo,
veía acercarse hasta sus narices la mano velluda del marido de Casilda. Era él
quien la había recogido, salvándola de la peste, en un sórdido rancherío.
Pero al contemplarla,
con trece años, carnes abundantes y el seno abultado, querían deshacerse de
ella antes de que algún tunante la dejase encinta. Era difícil que alguien
quisiera cargar con ella, pero sacarle partido a su juventud resultaba mucho
más factible. Había que rehacerse de los gastos de la crianza…
Cuando el dueño de “Los
Molles”, don Caseros, le insinuó a la mandamás de las quitanderas que “le
agenciase un cachito sano”, pensó en la Flora.
Don Caseros era un
animal manso, mañoso y cachaciento. Sabía darse los gustos. Inofensivo y
cobardón, no se exponía para ello, teniendo a su servicio una serie de vecinos
miserables, a los cuales trataba con aire de señor feudal.
Florita estuvo tres
días en capilla. La preparaban para don Caseros, convenciéndola de cuánto
ganaría y de lo bondadoso que iba a ser con ella el estanciero, una vez
satisfecho su capricho. El hombre había adelantado ya una buena suma de dinero,
de manera que la compra de la criatura era un hecho.
La muchacha pasó tres
noches sin pegar los ojos. Se había dueñado de su cuerpo un terror
indescriptible. Aquel anuncio la tenía subyugada. Por momentos lloraba, por
momentos se quedaba pensativa, calculando las perspectivas del encuentro. Don
Caseros le infundía miedo, siempre tan silencioso y serio.
Un día lo había visto
rondar por Saucedo. Fue en esa circunstancia en la cual averiguó si la Mandamás
podía “agenciarle un golpecito”… Flora escuchó estas palabras:
-No me voy a fijar en
pesos más o menos…
Y llegó la ansiada
oportunidad.
-¡Es un cachito sin
tocar!... -dijo la Mandamás-. ¡No le vi’a proporcionar una porquería!...
El hombre se hizo el
incrédulo, alzando los hombros.
-¡No, don Caseros, yo
no le vi’a dar gato por liebre!... ¡Se la garanto!... ¡Naides le ha bajau el
ala a la botija, por esta luz que me alumbra!...
Florita lo vio alejarse
con una sonrisa en los labios y tosiendo bajito.
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