29/6/17




LA CARRETA                     

Prólogo de Wilfredo Penco

Montevideo 2004



CUADRAGESIMOCUARTA ENTREGA



XII (1)



Florita tenía los ojos orlados de rojo, inflamados de tanto llorar. Su respingada naricita encendida era lo que daba más lástima de aquella carucha inocentona.


Si suspiraba o le salía un ¡ay! lastimero, la fulminaban con la mirada que quería decir, invariablemente: “guacha mal enseñada”. Si articulaba una palabra a destiempo, veía acercarse hasta sus narices la mano velluda del marido de Casilda. Era él quien la había recogido, salvándola de la peste, en un sórdido rancherío.


Pero al contemplarla, con trece años, carnes abundantes y el seno abultado, querían deshacerse de ella antes de que algún tunante la dejase encinta. Era difícil que alguien quisiera cargar con ella, pero sacarle partido a su juventud resultaba mucho más factible. Había que rehacerse de los gastos de la crianza…


Cuando el dueño de “Los Molles”, don Caseros, le insinuó a la mandamás de las quitanderas que “le agenciase un cachito sano”, pensó en la Flora.


Don Caseros era un animal manso, mañoso y cachaciento. Sabía darse los gustos. Inofensivo y cobardón, no se exponía para ello, teniendo a su servicio una serie de vecinos miserables, a los cuales trataba con aire de señor feudal.


Florita estuvo tres días en capilla. La preparaban para don Caseros, convenciéndola de cuánto ganaría y de lo bondadoso que iba a ser con ella el estanciero, una vez satisfecho su capricho. El hombre había adelantado ya una buena suma de dinero, de manera que la compra de la criatura era un hecho.


La muchacha pasó tres noches sin pegar los ojos. Se había dueñado de su cuerpo un terror indescriptible. Aquel anuncio la tenía subyugada. Por momentos lloraba, por momentos se quedaba pensativa, calculando las perspectivas del encuentro. Don Caseros le infundía miedo, siempre tan silencioso y serio.


Un día lo había visto rondar por Saucedo. Fue en esa circunstancia en la cual averiguó si la Mandamás podía “agenciarle un golpecito”… Flora escuchó estas palabras:


-No me voy a fijar en pesos más o menos…


Y llegó la ansiada oportunidad.


-¡Es un cachito sin tocar!... -dijo la Mandamás-. ¡No le vi’a proporcionar una porquería!...


El hombre se hizo el incrédulo, alzando los hombros.


-¡No, don Caseros, yo no le vi’a dar gato por liebre!... ¡Se la garanto!... ¡Naides le ha bajau el ala a la botija, por esta luz que me alumbra!...


Florita lo vio alejarse con una sonrisa en los labios y tosiendo bajito.

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