LOS
CANTOS DE MALDOROR
CIENTODECIMOSÉPTIMA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO QUINTO
2 (2)
Continuaré, empero, mi
narración con melancólico apresuramiento; pues si por vuestra parte estáis
deseando saber adónde quiere ir mi imaginación (quiera el cielo que
efectivamente todo no sea más que imaginación), por la mía he tomado la
decisión de terminar de una vez (y no de dos) lo que tenía que deciros, si bien
no hay nadie que tenga derecho a acusarme de falta de valor. Aunque al
enfrentarse con semejantes circunstancias, más de uno siente en la palma de la
mano el golpeteo de los latidos del propio corazón. Acaba de morir, casi
desconocido, en un pequeño puerto de Bretaña, un patrón de barco costero, viejo
marino que fue héroe de una historia terrible. Por entonces era capitán de un
buque de ultramar que viajaba por cuenta de un armador de Saint-Malo. Ahora
bien, después de una ausencia de tres meses, regresó al hogar conyugal en
circunstancias en que su mujer, todavía en cama, acababa de darle un heredero,
de cuya paternidad él no se reconocía responsable. El capitán no dejó
traslucirse en lo más mínimo su sorpresa y su cólera; le pidió fríamente a su
mujer que se vistiera para acompañarle a dar un paseo por sobre los murallones
de la ciudad. Estaban en el mes de enero. Los murallones de Saint-Malo son
elevados y, cuando sopla el viento del norte, los más intrépidos regresan. La
infeliz obedeció, serena y resignada; al volver deliraba. Expiró esa misma
noche. Pero no era más que una mujer. Mientras yo que soy hombre, en presencia
de un drama de no inferior magnitud, no sé si conservaré suficiente dominio
sobre mí mismo como para que los músculos de mi rostro permanezcan inmóviles.
No bien el escarabajo hubo llegado al pie del cerro, el hombre levantó sus
brazos hacia el oeste (precisamente en dicha dirección, un buitre de los
corderos y un gran duque de Virginia (2) sostenían un combate en los aires),
enjugó en su pico una larga lágrima que ostentaba un sistema de coloración diamantina,
y dijo al escarabajo: “¡Desventurada bola! ¿No te parece que la has hecho rodar
bastante? Todavía no te saciaste de venganza y ya esa mujer, a quien habías
ligado con collares de perlas las piernas y los brazos de modo que formaran un
poliedro amorfo a fin de arrastrarla con tus patas por los valles y caminos,
sobre las zarzas y las piedras (deja que me acerque para ver si todavía es
ella), ha visto plagarse sus huesos de heridas, pulirse sus miembros según la
ley mecánica del frotamiento rotatorio, fundirse en la unidad de la
coagulación, y presentar su cuerpo, en lugar de los lineamientos fundamentales y las curvas
naturales, la aparición monótona de un todo único y homogéneo, que se parece
demasiado, por la confusión de sus distintos elementos triturados, a la masa de
una esfera. Hace mucho tiempo que está muerta: entrega sus despojos a la tierra
y cuida de no aumentar en proporciones irreparables la furia que te consume: ya
no es justicia, pues el egoísmo oculto tras los tegumentos de tu frente,
descorre lentamente como un fantasma las colgaduras que lo cubren. El buitre de
los corderos y el búho de Virginia, insensiblemente llevados por las peripecias
de la lucha, se fueron acercando a nosotros.” El escarabajo se estremeció ante
esas inesperadas palabras, y lo que en otra ocasión hubiese sido un movimiento
insignificante, se convirtió esta vez en señal de un furor que no conocía
límites, pues frotó terriblemente sus patas traseras con el borde los élitros,
produciendo un agudo chirrido: “¿Quién eres tú, ser pusilánime? Parecería que has
olvidado ciertos elementos extraños de los tiempos pasados; no los conservas en
tu memoria, hermano mío. Esa mujer nos ha traicionado a uno después de otro.
Primero a ti, luego a mí. Considero que tal injuria no debe (¡no debe!)
desaparecer tan fácilmente del recuerdo. ¡Tan fácilmente! A ti, tu naturaleza
magnánima te permite perdonar. Pero ¿sabes si, pese a la situación anormal de
los átomos de esa mujer reducida a pasta de amasar (no es cuestión ahora de
saber si no se creería en un primer examen que se cuerpo haya aumentado su
densidad en una proporción notable más bien por el engranaje de dos fuertes
ruedas que por efecto de mi fogosa pasión), vive todavía? Cállate y no te
opongas a mi venganza.”
Notas
(2) Búho de
Virginia. (N. del T.)
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