ENTREPÁGINAS
por Juan de Marsilio
"Entrepáginas" es, a partir de hoy, quincenalmente, y
espero que por algunos años, una columnita de reseñas bibliográficas que
llegarán a los lectores por cortesía del equipo de “elMontevideano -
Laboratorio de Artes”, a quienes mucho agradezco.
Reseñaré en este espacio algunos libros a los que,
más allá de su calidad, por no ser de interés para gran cantidad de público, no
les resulte fácil abrirse paso hasta las páginas culturales de los medios de
prensa. Asimismo me ocuparé por aquí de algunos textos que, no siendo novedad
en el mercado, podrían ser de placer o provecho para el lector que los
revisitase. Por último, y en excepcionales casos, abordaré textos que también
pudiera yo reseñar para el medio en el que escribo a cambio de honesta paga,
pero a cuyo respecto no desee yo sujetarme a las restricciones de extensión y/o
estilo que los medios tienen justo derecho a imponer.
Espero que estas páginas que iré publicando generen
un diálogo, en el que de seguro saldría yo más enriquecido que los lectores.
Desde ya muchas gracias.
I
PEREGRINO,
de Jorge Arbeleche. Ediciones
Vitruvio, Madrid, 2016. 72 págs.
Jorge Arbeleche
(Montevideo, 1943) es, desde hace algo más de una década, un poeta mayor en
todos los sentidos del término, por lo que cuando decide cantar sobre sí mismo,
la vejez y la muerte, esta última entendida no sólo como el momento de morir,
sino también como lo que haya más allá, ese misterio que a la vez convoca
temores y esperanzas, se le hacen temas difíciles para tomarlos con el debido
distanciamiento, porque está personalmente
implicado.
Pero lo
consigue. Cultor de una poesía de superficies, no en el sentido de banal, sino
en el de feliz y sensorial, con la profundidad a flor de piel, podría decirse,
el paso de los años ha ido acercando al poeta a un decir más solemne en tema y
tono, sin que la solemnidad se le transforme en solemnería impostada (que es una
de las peores maneras de hacer ese ridículo que todos los seres humanos
terminamos haciendo tarde o temprano). Una poesía religiosa, podría decirse,
aunque en un sentido muy amplio y heterodoxo, por no sujeta a un corpus
dogmático específico.
Por eso el
título de “Peregrino” es un acierto. Ha descubierto Arbeleche que su vida ha
sido un peregrinaje, es decir, un viaje en el que la sacralidad del punto de
destino hace también sagrado al camino y va sacralizando de modo progresivo al
caminante, si este viajase con recta y humilde intención, y con todos los
sentidos del cuerpo y del alma bien abiertos.
En la medida que
el hablante lírico de este poemario, en su condición de peregrino, se va a cercando a ese punto -la muerte- que
es a la vez punto de llegada y lugar de pasaje, hay una múltiple toma de
conciencia, que lo hace estar pendiente del después, del ahora -el que va a
morirse, aunque lo haga razonablemente sin miedo, descubre que ama muchísimo el
vivir, por lo que no tiene apuro en llegar a la aduana del otro reino- y del
antes, destacando el recuerdo de los amores pasados, sobre los que
misteriosamente sabe que “la muerte no tendrá dominio”, y las fantasías -pero
también los horrores- de la infancia
(debe destacarse, en esta última cuerda, el poema “Primo”, uno de los mejores
ya no sólo del libro, sino de toda la
carrera del poeta).
No quiere el
autor de esta nota abundar en extractos del libro, porque aspira a que el
lector se acerque al volumen y haga su propia experiencia. Pero a modo de “gancho”
y a la vez de orientación, se trascribirá a continuación algunos fragmentos, en
los que aparece una serena, humilde y bienhumorada aceptación de la
torpeza propia de la vejez, esa
“graveza” en el arrabal de senectud, que decía Manrique. Así, sobre el final del
poema “Triste de fiestas” -y comunicando
de modo muy eficaz esa atmósfera triste propia del fin de las fiestas, sobre
todo de esas que han sido de veras alegres- escribe: “Brilló la fiesta. Iluminó
desde su cumbre todo, para atrás para adelante, desde todos los rayos de su
gloria. “-Espere. No empuje, Ya nos vamos. Caminamos lento y hay que ponerse
los abrigos”. Afuera nace para siempre el frío.” Esta nota se profundiza, en la
asunción de que los años no son garantía de sapiencia (“Eres viejo pero no eres
sabio. Ya lo sabes.”, en el inicio del poema “Sabios viejos”). Y el arco se
cierra, con gran delicadeza, en el texto final del volumen (“Felices los
felices”), a propósito de una cita de Borges el poeta logra descentrarse de
toda posible infelicidad personal, para bendecir la felicidad de vivir, aunque
se trate de la ajena.
En
suma, un buen libro sobre la vejez, de un poeta con buena vejez.
II
UN ENCUENTRO ENTRE DOS POETAS SUECAS,
de Edith Södegran y Karin Boye (Selección y traducción de Hebert Abimorad). Ediciones Oblicuas,
Barcelona, 2017. 176 págs.
De los años ’70
para acá, es imposible estudiar bien la literatura uruguaya sin atender la
producción de los escritores orientales en el exilio. Y no sólo su labor como
creadores, sino también como puentes entre la literatura uruguaya y los
lectores del rincón del mundo en el que les haya tocado en suerte radicarse,
puente que se vuelve de doble vía cuando asumen la tarea de difundir entre los
lectores de habla hispana escritores de sus patrias de adopción. Especial
atención merece la labor de nuestro exilio literario en Suecia, país en el que
está radicado hace décadas el poeta y educador Hebert Abimorad (Montevideo,
1946).
En el volumen
que aquí se presenta, Abimorad vierte a nuestro idioma amplias muestras de la
obra de dos poetas suecas: Edith Södegran (1892-1923) y Karin Boye (1900-1941).
Por no estar suficientemente instalada entre los uruguayos la práctica de
encargar libros al extranjero, en esta nota se citará completos varios poemas
de cada una, para que los lectores puedan hacerse una idea de la alta calidad
de las obras antologadas y traducidas por Abimorad.
Edith Södegran
nació en San Petersburgo. Sus padres eran fineses, pero de ascendencia sueca.
Edith dominaba el sueco, el alemán, el ruso, el inglés y el francés. Este dato
biográfico llama la atención sobre un hecho cultural de importancia: alrededor
del Báltico se dio, durante todo el siglo XIX y principios del XX, un fértil
intercambio cultural, no sólo entre los distintos pueblos escandinavos y sus
elites letradas, sino también entre la cultura alemana y la rusa. Sus
influencias literarias principales fueron el simbolismo, el expresionismo y el
futurismo ruso. Este dato también es revelador: en la Europa periférica, la
llegada de las vanguardias es vista muchas veces como una continuidad con el
simbolismo de fines del siglo XIX, no como una ruptura violenta. La poeta
contrajo muy joven la tuberculosis, por lo que la muerte es un tema recurrente
en su obra, signada en sus tramos finales, por la conversión al cristianismo.
Algunos poemas:
Vi un árbol…
Vi un árbol que era superior a todos los demás
repleto de piñas que colgaban fuera del alcance.
Vi una gran iglesia con sus puertas abiertas
y todos los que salían de ella estaban pálidos y
fuertes
y a punto de morir,
vi a una mujer que, sonriente y maquillada,
lanzó los dados para probar su dicha
y vi que perdía.
Un círculo que nadie cruza se dibuja
alrededor de estas cosas.
Tú que nunca has
salido de tu huerto…
Tú que nunca has salido de tu huerto
¿Te has quedado alguna vez añorando junto a las
rejas,
y has visto cómo por los caminos de ensueño
languidece el azul de la tarde?
¿No era el anticipo de lágrimas no vertidas
que como un fuego en tu lengua quema,
cuando por los caminos por los que nunca has
transitado
un sol color de sangre desaparece?
Nosotras, las
mujeres
Nosotras, las mujeres, estamos cerca del marrón de
la tierra.
Preguntamos al cuco lo que espera de la primavera,
arrojamos nuestros brazos alrededor del árbol de
pino desnudo,
buscamos en la puesta del sol signos y
consejos.
Una vez amé a un hombre que no creía en nada…
Llegó un día frío con los ojos vacíos,
Se marchó un día doloroso con el olvido en su
frente.
Si mi hijo no vive, es suyo…
Karin Boye nació en
Gotemburgo y fue poeta novelista y traductora. En este último rubro tiene el
mérito de haber traducido al sueco a Walt Whitman y T. S. Eliot. Fue militante
de izquierda y, tras un viaje de tres semanas a la URSS, en 1928, tuvo claros
los peligros de la deriva autoritaria del régimen soviético. Estos temores
políticos la inspiraron para su novela “Kalocaína”, de 1941, que transita por
caminos a los de “1984”, de George Orwell (esta novela, publicada por Editorial
Nordan, tuvo bastante difusión en Uruguay, en la década de los ’90). Descubre
su lesbianismo hacia los treinta años, tras divorciarse de su marido, y lo
vivirá como una crisis, que la llevará a largas terapias, infructuosas. Durante
un viaje a Berlín conoce a Margot Hanel, quien será su pareja hasta 1941,
cuando la poeta se suicide. Margot hará lo mismo un mes después. En su poesía,
el amor toma un tono a la vez desgarrado y feliz, y se vive como una
experiencia que implica todos vitales del yo amante.
Algunos poemas:
Aclaración
En tu belleza abismada
veo la vida aclarada
y la respuesta al enigma oculto
revelada.
En tu belleza abismada
quiero rezar.
El mundo es sagrado
porque existes tú.
Sin aliento en la claridad
de luz ahogada
quise morir en ti
en tu belleza abismada.
Eres mi consuelo
más puro
Eres mi consuelo más puro,
eres mi protección más segura,
de lo que tengo, eres lo mejor,
pues nada duele tanto como tú.
No, nada duele tanto como tú,
ardes como hielo y fuego,
cortas mi alma como acero,
de lo que tengo eres lo mejor.
(Poema 4 de
“Los hornos”)
Cada palabra tuya es como una semilla.
Taladra profundamente su raíz.
Me despierto por un dolor secreto
y no encuentro la cura.
Me consume como una sed amarga
cada movimiento que realizas.
Cada tono de tu voz y cada mirada
se acerca, pura y tremenda.
Mi día es gris de mí,
que nubla mi figura.
Pero brillante es el mundo de la noche,
donde tú eres todo, todo.
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