ENTREPÁGINAS
por Juan de Marsilio
GARET POR PARTIDA DOBLE
No pocos de los
libros de poesía uruguaya que conservo –escribo “conservo” y no “tengo” porque
he perdido, prestado o regalado muchos– han llegado a mí por amable regalo de
sus autores. Días pasados, me manda correo electrónico el amigo Leonardo Garet
(Salto, 1951), pidiéndome mi dirección postal para enviarme su último libro.
Dos días después de eso, fueron grandes mi sorpresa y mi alegría al recibir,
además del libro que esperaba * otro ** del padre de mi amigo, el poeta salteño
de adopción Julio Garet Más (Montevideo, 1899 – Salto, 1984). Daré breve cuenta
de ambos, porque los dos son valiosos, cada cual en su cuerda.
“Ciudades”, el libro de Leonardo que
esperaba yo recibir, hace poesía sobre la experiencia del viaje (este del viaje
es un tema que caracterizó también la vida y la poesía de su padre), con los
asombros y descubrimientos que el viajar
siempre implica. Pero es muchísimo más que un mero libro de postales
pintorescas en verso.
Para empezar, porque ya desde la dedicatoria, queda claro que en el viaje y en
el libro importan más los encuentros humanos que la mera recorrida por lugares
distintos, al solo fin de entretener al turista. Garet tiene claro, también
desde el inicio, que el que viaja, en tanto se proyecta sobre el paisaje que
contempla, viaja desde sí mismo hacia sí mismo (“El pasajero lee su nombre/en el cartel de destino”).
No es sólo un
viaje por los espacios variados de la geografía el que registra Garet, sino por
las reliquias que deja el tiempo, y el viajero, que por momentos camina por las
ciudades antiquísimas “pensando que para
nuestros pasos/se inventaron estas calles”, termina midiendo siempre la
pequeñez de su temporalidad, humilde, sí, pero no humillado.
El poeta es
consciente de que lo que puede captar es siempre superficial, porque la
historia de los hombres es una cebolla de muchísimas capas. Y por eso pone en su
sitio el acto, tan turístico, de fotografiar: “las fotos picotean las migas / de un pan desconocido”.
Sabe también
Garet la experiencia de hallarse en el viaje con los sitios que uno ha leído, pero
no poder ver con los ojos de la cara lo que se viera con los de la imaginación,
ni oírle al sitio la misma tonada que se le supuso (por eso escribe sobre Bahía
que “alguien canta para confundir las
cosas / y darle forma de novela de Jorge Amado // pero no encuentra el tono.”).
Pero el poeta
tiene la certeza de que todas las ciudades son, en tanto las transitan hombres
capaces de imaginar, por lo menos un poco imaginarias, como escribe en
“Estación 8”. Por eso puede tildar a Concordia, que la tiene ahí, a la vista y
cruzando el río, de “inaccesible y lejana”.
O empezar el primer poema que le dedica a su Salto natal y cotidiano
preguntándose si existe.
Importa también
destacar la construcción de una especie de sacralidad laica del viaje, que por
ello deviene peregrinaje y no mero turismo. El viaje, ya desde los preparativos
“…te convierte en devoto / que toma el
cuerpo de la oración que reza.”. Y si no, es que no entendiste de qué se
trataba viajar y vivir.
Y dejo por aquí “Ciudades”, que es un libro que vale la pena transitar en vivo y en directo, que no hay que abusar con esto de las reseñas, textos accesorios y serviciales que jamás debieran tener la arrogancia de pretender sustituir al libro del que se ocupan.
Acierta Gerardo
Ciancio (Montevideo, 1962) en el prólogo, escrito entre 206 y 2008, para la primera
edición de esta extensa antología, en identificar la principal barrera entre la
obra de Garet Mas y el lector de hoy día: “…su
escritura surge desde una gestualidad imbuida del decadentismo decimonónico
finisecular…”. Y más adelante:”.
“…Garet Mas es, en sus inicios, contemporáneo del último modernismo
latinoamericano…”. En resumen, que el estilo de este poeta nos queda un
poco lejos.
¿Por qué leerlo,
entonces? Apunta Ciancio una serie de buenas razones. Para empezar, por su
perfeccionismo, sobre todo en el trabajo del soneto (y añado yo: especialmente
por sus experimentos con el soneto de verso octosílabo, en los que injerta un
metro español castizo con una estructura estrófica de origen itálico). A
continuación, por la humildad con que el yo poético de estos textos asume que
será olvidado y que, en el mejor de los casos, lo suyo es contribución a una
obra colectiva (y la poesía sin duda es eso, una carrera de postas en que el
canto de cada generación añade lo suyo y pasa, para que canten los nuevos).
Entroncado con esto, por el manejo lúcido del tema de la fugacidad del tiempo y
del viaje como metáfora de la vida.
Importa,
también, la capacidad de autoironía con que Garet Mas es capaz de mirarse en su
rol de poeta: “Bebe el vate cerveza. /
Mira el cielo. Bosteza. / Una elegía empieza. / Escribe. Con pereza, / los
ritmos adereza. // Pasa un vil botarate / que se ríe del vate / que fruslerías
junta. / Don Jacinto en su puerta toma mate / y la tarde es difunta.” (“El
vate”, dedicado a Manuel de Castro, en el libro “Fuego y mármol”).
Son de lamentar
un puñado de erratas que, sin impedir la comprensión, afean un tanto este
libro, tan necesario en un país que se dedica a olvidar a sus poetas con ahínco
digno de mejor causa.
*CIUDADES, de
Leonardo Garet. Antítesis, Montevideo, 2017. 168 págs.
**EL NAUTA, de
Julio Garet Mas (Selección: Gerardo Ciancio y Leonardo Garet; prólogo y notas:
Gerardo Ciancio). Ediciones Aldebarán, Montevideo, 2017 (2ª ed.). 168 págs.
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