10/7/17

ENTREPÁGINAS

por Juan de Marsilio

                                                 
GARET POR PARTIDA DOBLE



No pocos de los libros de poesía uruguaya que conservo –escribo “conservo” y no “tengo” porque he perdido, prestado o regalado muchos– han llegado a mí por amable regalo de sus autores. Días pasados, me manda correo electrónico el amigo Leonardo Garet (Salto, 1951), pidiéndome mi dirección postal para enviarme su último libro. Dos días después de eso, fueron grandes mi sorpresa y mi alegría al recibir, además del libro que esperaba * otro ** del padre de mi amigo, el poeta salteño de adopción Julio Garet Más (Montevideo, 1899 – Salto, 1984). Daré breve cuenta de ambos, porque los dos son valiosos, cada cual en su cuerda.


Ciudades”, el libro de Leonardo que esperaba yo recibir, hace poesía sobre la experiencia del viaje (este del viaje es un tema que caracterizó también la vida y la poesía de su padre), con los asombros  y descubrimientos que el viajar siempre implica. Pero es muchísimo más que un mero libro de postales pintorescas en verso.


Para empezar, porque ya desde la dedicatoria, queda claro que en el viaje y en el libro importan más los encuentros humanos que la mera recorrida por lugares distintos, al solo fin de entretener al turista. Garet tiene claro, también desde el inicio, que el que viaja, en tanto se proyecta sobre el paisaje que contempla, viaja desde sí mismo hacia sí mismo (“El pasajero lee su nombre/en el cartel de destino”).


No es sólo un viaje por los espacios variados de la geografía el que registra Garet, sino por las reliquias que deja el tiempo, y el viajero, que por momentos camina por las ciudades antiquísimas “pensando que para nuestros pasos/se inventaron estas calles”, termina midiendo siempre la pequeñez de su temporalidad, humilde, sí, pero no humillado.


El poeta es consciente de que lo que puede captar es siempre superficial, porque la historia de los hombres es una cebolla de muchísimas capas. Y por eso pone en su sitio el acto, tan turístico, de fotografiar: “las fotos picotean las migas / de un pan desconocido”.


Sabe también Garet la experiencia de hallarse en el viaje con los sitios que uno ha leído, pero no poder ver con los ojos de la cara lo que se viera con los de la imaginación, ni oírle al sitio la misma tonada que se le supuso (por eso escribe sobre Bahía que “alguien canta para confundir las cosas / y darle forma de novela de Jorge Amado // pero no encuentra el tono.”).


Pero el poeta tiene la certeza de que todas las ciudades son, en tanto las transitan hombres capaces de imaginar, por lo menos un poco imaginarias, como escribe en “Estación 8”. Por eso puede tildar a Concordia, que la tiene ahí, a la vista y cruzando el río, de “inaccesible y lejana”. O empezar el primer poema que le dedica a su Salto natal y cotidiano preguntándose si existe.


Importa también destacar la construcción de una especie de sacralidad laica del viaje, que por ello deviene peregrinaje y no mero turismo. El viaje, ya desde los preparativos “…te convierte en devoto / que toma el cuerpo de la oración que reza.”. Y si no, es que no entendiste de qué se trataba viajar y vivir.


Y dejo por aquí “Ciudades”, que es un libro que vale la pena transitar en vivo y en directo, que no hay que abusar con esto de las reseñas, textos accesorios y serviciales que jamás debieran tener la arrogancia de pretender sustituir al libro del que se ocupan.


Acierta Gerardo Ciancio (Montevideo, 1962) en el prólogo, escrito entre 206 y 2008, para la primera edición de esta extensa antología, en identificar la principal barrera entre la obra de Garet Mas y el lector de hoy día: “…su escritura surge desde una gestualidad imbuida del decadentismo decimonónico finisecular…”. Y más adelante:”. “…Garet Mas es, en sus inicios, contemporáneo del último modernismo latinoamericano…”. En resumen, que el estilo de este poeta nos queda un poco lejos.


¿Por qué leerlo, entonces? Apunta Ciancio una serie de buenas razones. Para empezar, por su perfeccionismo, sobre todo en el trabajo del soneto (y añado yo: especialmente por sus experimentos con el soneto de verso octosílabo, en los que injerta un metro español castizo con una estructura estrófica de origen itálico). A continuación, por la humildad con que el yo poético de estos textos asume que será olvidado y que, en el mejor de los casos, lo suyo es contribución a una obra colectiva (y la poesía sin duda es eso, una carrera de postas en que el canto de cada generación añade lo suyo y pasa, para que canten los nuevos). Entroncado con esto, por el manejo lúcido del tema de la fugacidad del tiempo y del viaje como metáfora de la vida.


Importa, también, la capacidad de autoironía con que Garet Mas es capaz de mirarse en su rol de poeta: “Bebe el vate cerveza. / Mira el cielo. Bosteza. / Una elegía empieza. / Escribe. Con pereza, / los ritmos adereza. // Pasa un vil botarate / que se ríe del vate / que fruslerías junta. / Don Jacinto en su puerta toma mate / y la tarde es difunta.” (“El vate”, dedicado a Manuel de Castro, en el libro “Fuego y mármol”).


Son de lamentar un puñado de erratas que, sin impedir la comprensión, afean un tanto este libro, tan necesario en un país que se dedica a olvidar a sus poetas con ahínco digno de mejor causa.



*CIUDADES, de Leonardo Garet. Antítesis, Montevideo, 2017. 168 págs.

**EL NAUTA, de Julio Garet Mas (Selección: Gerardo Ciancio y Leonardo Garet; prólogo y notas: Gerardo Ciancio). Ediciones Aldebarán, Montevideo, 2017 (2ª ed.). 168 págs. 

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