4/7/17

GUILLERMO ENRIQUE HUDSON

LA TIERRA PURPÚREA



CIENTOQUINCEAVA ENTREGA



XXIX /  DE VUELTA A BUENOS AIRES (1)



Al siguiente día mis compañeros de viaje se encontraron a bordo, siendo nosotros tres los únicos pasajeros de primera. Cuando bajamos al saloncito, encontré a Demetria esperándonos, considerablemente hermoseada por el nuevo vestido, pero muy pálida e inquieta; hallaba, probablemente, muy difícil esta primera entrevista. Las dos mujeres se miraron una a otra seriamente, pero el semblante de Demetria -supongo que lo haría para disimular su nerviosidad- había tomado aquella expresión impasible, casi fría, que observaba cuando recién la conocí. Esto le chocó a Paquita, de manera que después de un saludo algo seco, se sentaron y hablaron sólo de trivialidades. Habría sido difícil encontrar a dos mujeres más desemejantes de figura, carácter y educación; no obstante la esperanza que abrigara, de que se hiciesen amigas, el resultado de este su primer encuentro había sido un amargo desengaño. Después de un rato desagradable, todos nos pusimos de pie. Estaba a punto de subir sobre cubierta, y ellas de entrar en sus respectivos camarotes cuando Paquita, sin prevención alguna, prorrumpió de repente en lágrimas y estrechó a Demetria entre sus brazos.


-¡Oh, querida Demetria, qué vida tan triste la suya! -exclamó.


¡Eso fue muy de ella, tan impulsiva y con un instinto tan certero que siempre la llevaba a hacer precisamente lo que era debido! La otra respondió gustosa a su abrazo; me retiré apresuradamente y las dejé besándose y mezclando sus lágrimas.


Cuando pisé sobre cubierta, encontré que ya nos habíamos hecho a la vela y que un viento fuerte nos estaba impeliendo rápidamente sobre las olas. Había cinco pasajeros de proa, tipos despreciables, de poncho y sombrero guarapón, haraganeando sobre cubierta y fumando cigarrillos; pero cuando salimos de la bahía y el buque empezó a menearse un poco tiraron sus cigarrillos, escupieron ignominiosamente y desaparecieron seguidos por las risas burlonas de los marinos. Quedó sólo un pasajero, quien se mantuvo firme en su asiento de popa, como si estuviese resuelto a ver hasta el último The Mount, como los ingleses en esta parte del mundo aportan a la hermosa ciudad que descansa a los pies del cerro de Magallanes.



Para asegurarme de que ninguno de estos individuos venía persiguiendo a Demetria le pregunté a nuestro capitán, un italiano, quiénes eran y cuánto tiempo habían estado a bordo, y me alivió mucho saber que eran prófugos -probablemente rebeldes- y que todos ellos habían estado escondidos en el buque durante los tres o cuatro días, esperando salir de Montevideo.

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