GUILLERMO
ENRIQUE HUDSON
LA
TIERRA PURPÚREA
CIENTOQUINCEAVA ENTREGA
XXIX
/ DE VUELTA A BUENOS AIRES (1)
Al siguiente día mis
compañeros de viaje se encontraron a bordo, siendo nosotros tres los únicos
pasajeros de primera. Cuando bajamos al saloncito, encontré a Demetria
esperándonos, considerablemente hermoseada por el nuevo vestido, pero muy
pálida e inquieta; hallaba, probablemente, muy difícil esta primera entrevista.
Las dos mujeres se miraron una a otra seriamente, pero el semblante de Demetria
-supongo que lo haría para disimular su nerviosidad- había tomado aquella
expresión impasible, casi fría, que observaba cuando recién la conocí. Esto le
chocó a Paquita, de manera que después de un saludo algo seco, se sentaron y
hablaron sólo de trivialidades. Habría sido difícil encontrar a dos mujeres más
desemejantes de figura, carácter y educación; no obstante la esperanza que
abrigara, de que se hiciesen amigas, el resultado de este su primer encuentro
había sido un amargo desengaño. Después de un rato desagradable, todos nos
pusimos de pie. Estaba a punto de subir sobre cubierta, y ellas de entrar en
sus respectivos camarotes cuando Paquita, sin prevención alguna, prorrumpió de
repente en lágrimas y estrechó a Demetria entre sus brazos.
-¡Oh, querida Demetria,
qué vida tan triste la suya! -exclamó.
¡Eso fue muy de ella,
tan impulsiva y con un instinto tan certero que siempre la llevaba a hacer
precisamente lo que era debido! La otra respondió gustosa a su abrazo; me
retiré apresuradamente y las dejé besándose y mezclando sus lágrimas.
Cuando pisé sobre
cubierta, encontré que ya nos habíamos hecho a la vela y que un viento fuerte
nos estaba impeliendo rápidamente sobre las olas. Había cinco pasajeros de
proa, tipos despreciables, de poncho y sombrero guarapón, haraganeando sobre
cubierta y fumando cigarrillos; pero cuando salimos de la bahía y el buque
empezó a menearse un poco tiraron sus cigarrillos, escupieron ignominiosamente
y desaparecieron seguidos por las risas burlonas de los marinos. Quedó sólo un
pasajero, quien se mantuvo firme en su asiento de popa, como si estuviese
resuelto a ver hasta el último The Mount,
como los ingleses en esta parte del mundo aportan a la hermosa ciudad que
descansa a los pies del cerro de Magallanes.
Para asegurarme de que
ninguno de estos individuos venía persiguiendo a Demetria le pregunté a nuestro
capitán, un italiano, quiénes eran y cuánto tiempo habían estado a bordo, y me
alivió mucho saber que eran prófugos -probablemente rebeldes- y que todos ellos
habían estado escondidos en el buque durante los tres o cuatro días, esperando
salir de Montevideo.
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