LA
CARRETA
Prólogo
de Wilfredo Penco
Montevideo
2004
CUADRAGESIMOSÉPTIMA ENTREGA
XII
(4)
Aguardó un rato; el
tiempo, según sus cálculos, necesario para poseer a una virgen… Divagaba,
pensaba en cosas lejanas, oía el tictac de su reloj. Y cuando lo creyó
oportuno, tosió e hizo ruido.
La “gurisa” bostezó,
estirando los brazos en un desperezamiento sin reparos.
A medio erguir, después
de hurgar en el bolsillo, don Caseros extrajo unos billetes:
-Tomá pa vos, gurisa.
Comprate un trajecito -le dijo en voz baja.
Se compuso las ropas al
bajar y, sin más decir, silbó llamando a los perros que, hartos de la espera,
merodeaban lejos de la carreta.
La Mandamás, que había
permanecido atenta, apareció, solícita, frotándose las manos. Desde su caballo,
don Caseros, atusándose el bigote, dejó caer esta sentencia:
-¡Linda gurisa!...
¡Como güeso de espinaso, pelaíto pero sabroso!
Metió espuelas y,
seguido de los perros, se tendió sobre el galopar de su caballo.
-¡El diablo te arañe
las espaldas! -roncó la Mandamás.
Y Florita, pura,
virginal, durmió entre las quitanderas un sueño limpio, que el alba acarició
entre perros sarnosos y matas de miomío.
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