LOS
CANTOS DE MALDOROR
CIENTOVIGÉSIMA ENTREGA
(Barral Editores / Barcelona 1970)
CANTO QUINTO
3 (2)
Una secreta y noble
justicia hacia cuyos brazos acogedores me arrojo por instinto, me ordena
perseguir sin tregua ese castigo innoble. Enemigo temible de mi alma
imprudente, a la hora en que se encienden un fanal en la costa, prohíbo a mis
infortunadas costillas que reposen sobre el rocío de la hierba. Triunfador,
rechazo las emboscadas de la hipócrita adormidera. Por consiguiente, es cierto
que de resultas de esa extraña lucha mi corazón ha encerrado sus designios,
como hambriento que se devora a sí mismo. Tan impenetrable como los gigantes,
he vivido siempre con los ojos abiertos de par en par. Por lo menos está
comprobado que durante el día todos pueden oponer una resistencia efectiva al
Gran Objeto Exterior (¿quién no conoce su nombre?), pues entonces la voluntad
cuida de su propia defensa con notable tesón. Pero en el instante en que velo
de los vapores nocturnos se esparce hasta sobre los condenados que están por
colgar, ¡oh!, ver su intelecto entre las sacrílegas manos de un extranjero. Un
escalpelo implacable explora la densa maleza. La conciencia exhala un
prolongado estertor de maldición, pues el velo de su pudor sufre crueles
desgarraduras. ¡Humillación!, nuestra puerta permanece abierta para la
curiosidad feroz del Celestial Bandido. No merecí ese suplicio infame, tú,
espía horroroso de mi causalidad. Si existo, no soy otro. No admito en mí esa
equívoca pluralidad. Quiero ser el único habitante de mi íntimo razonamiento.
La autonomía… o si no que me transformen en hipopótamo. Abísmate en la tierra,
¡oh estigma anónimo!, y no reaparezcas ante mi furibunda indignación. Mi
subjetividad y el Creador: demasiadas cosas para un cerebro. Cuando la noche vuelve
oscuro el transcurrir de las horas, ¿quién no ha luchado contra la influencia
del sueño en su lecho empapado de sudor glacial? Ese lecho que atrae a su seno
las facultades agonizantes no es sino un féretro construido con tablas de pino
escuadrado. La voluntad se retira insensiblemente como si estuviera ante una
fuerza invisible. Una pez viscosa enturbia el cristalino de los ojos. Los
párpados se buscan como dos amigos. El cuerpo es sólo un cadáver que respira.
Finalmente, cuatro enormes estacas tienen clavada sobre el colchón la totalidad
de los miembros. Y os ruego observar que las sábanas no son en definitiva sino
sudarios. Aquí tenéis el pebetero donde arde el incienso de las religiones. La
eternidad que brama como un mar distante, se aproxima a grandes pasos. La
vivienda ha desaparecido; ¡prosternaos, humanos, en la capilla ardiente!
No hay comentarios:
Publicar un comentario