RICARDO AROCENA
ESTUDIANTINA
Los organismos internacionales, el conflicto educativo,
el Presupuesto Nacional, los estudiantes, los trabajadores y algunos hitos en
la historia de la Universidad de la República, en su relación con la sociedad
uruguaya.
PRIMERA
ENTREGA
En estos días la muchachada ha ganado las calles en
demanda de recursos para la Universidad de la República y, como no podía ser de
otra manera, está recibiendo el cálido recibimiento de la gente. Los hechos
demuestran hasta qué punto nuestra Casa Mayor de Estudios ha calado en la
cultura de nuestra población, alojándose entre lo más sentido, entre aquello
más sagrado que compone lo que podríamos denominar “nuestra idiosincrasia
nacional”.
Y esto ha sido así, entre otras razones, porque a lo largo de su historia, la
Universidad de la República ha sabido estar a la altura de las necesidades y
requerimientos del país, transformándose en referente no solamente hacia la
interna de la institución. Por eso fue defendida, cuando debió ser defendida,
aun por aquellos sectores que por limitaciones sociales jamás podrán cursar
estudios superiores.
Es más, si algo podemos señalar, hurgando en los 168 años de vida de nuestra
Universidad, es que la primer trinchera, el primer muro de contención, el horcón
del medio con el que una y otra vez han tropezado los eternos enemigos de
nuestra Casa Mayor de Estudios, han sido justamente los sectores más
desposeídos, en primer lugar los trabajadores, que con sus manos, como alguien
dijo “no siempre alfabetas” han sabido escribir en los muros: ¡Viva la Universidad!
A nadie escapa que los nuevos tiempos han venido acompañados de profundas
mutaciones que han sido generadas o son generadoras (¿qué va primero, la
gallina o el huevo?) de nuevas concepciones y nuevas teorías, que también
impactan en materia educativa. Estos planteos asignan nuevos roles a la
educación, a la Universidad y a los intelectuales, en un mundo que se presenta
posmoderno y globalizado por un pensamiento único.
Inmersa en este tiempo de cambios la Casa
Mayor de Estudios enfrenta el desafío de transformarse, sin por ello renunciar
a principios que están en su esencia y que la han colocado junto al corazón de
la gente. Para lograrlo, si es que quiere arribar a puerto seguro, deberá
recurrir a lo mejor de su historia, a la experiencia acumulada, a las más
sentidas definiciones, al pensamiento y legado de tantos grandes universitarios
y a un mensaje que viene del pasado y que bien puede servir de referente, como
base principista, para encarar los tiempos venideros.
PENSANDO UNIVERSIDAD
Desde un punto de vista teórico, podríamos definir a las universidades
en general como parte de la superestructura de un sistema económico
determinado, en este caso el capitalismo. Recordemos el no por viejo perimido
planteo dialéctico, según el cual en la base de toda sociedad están
las relaciones de producción; sobre ese modo de producción material, se
edifican las distintas superestructuras, políticas, jurídicas, educativas, etc.
Ideológicas en suma. Pero si bien esto es así, si bien la Universidad
forma parte de la superestructura y está destinada a abastecer de cuadros a las
clases dominantes, es una institución peculiar, en el seno de la cual se agitan
los más variados núcleos de contradicciones.
En primer lugar, si bien la Universidad tenderá siempre a expresar en su
enseñanza una exaltación ideal, embellecida, del régimen que integra, por otro
lado debe responder a las necesidades objetivas del desarrollo de las fuerzas
productivas. La contradicción social fundamental entre las fuerzas productivas
que pugnan por desarrollarse y las relaciones de producción que acompañan o
frenan ese desarrollo, aparece ínsita en la propia naturaleza y función de la
Universidad.
Expresado en otros términos podríamos decir que en la institución se entrelazan
en forma compleja, por un lado los intereses perecederos que determinada clase
social le va imprimiendo con los elementos de un quehacer científico que
responde directamente a la continuación intelectual de la humanidad.
A esta contradicción que sacude la interna universitaria, se le suma otra en el
plano social, impuesta por la división de la sociedad en clases. Lo decía el
peruano José C. Mariátegui: “La Universidad es siempre la forma institucional
en la que se refleja en todas sus consecuencias la crisis misma de toda la
sociedad, es allí donde consiguientemente tiene que hacerse visible toda la
situación real de la sociedad”.
En la interna de la Institución, entre quienes físicamente la integran, aunque
en forma desproporcionada, también están representados las diferentes clases y
sectores de una sociedad determinada. No es por lo tanto un compartimento
aislado, por eso, la lucha de clases “como el diablo mete la cola” aun en la
sacrosanta realidad académica.
Podríamos subrayar una tercera contradicción que sacude al mundo de los altos
estudios y es en el plano cultural, tema esbozado en su momento por el ex
Rector Brovetto poco antes de su retiro, quien afirmaba que de alguna forma el
esfuerzo por el desarrollo del conocimiento, imprime un carácter progresista a
la Casa Mayor de Estudios.
En toda ciencia existe una contradicción interna, entre la verdad y el error,
entre lo que es ciencia y lo que es pura ideología mistificadora. Esto a la vez
se muestra agudizado, sobre todo en el plano de las ciencias sociales, como
reflejo de la pugna entre las diferentes clases y sectores, aunque también se
expresa en los ámbitos vinculados a la revolución científico técnica que sacude
las estructuras del conocimiento humano.
A estas contradicciones se le pueden sumar otras en el plano político: por un
lado se supone que la Universidad debe ser transmisora de firmes principios democráticos
y republicanos, más aun, algunas facultades expresamente están encargadas de
preparar técnicos especializados para el manejo de determinadas
superestructuras jurídicas y políticas, pero todo ese andamiaje ideológico
entra permanentemente en colisión con el entorno que la rodea, que
sistemáticamente viola o constriñe, lo que la cátedra enseña.
Dicho de otro modo, ¿cómo se puede sentir el viejo académico, formado en los
mandamientos de Couture y que afinó hasta la sutileza el andamiaje jurídico,
cuando -posmodernidad mediante- asiste a la liquidación de todo aquello en lo
que creyó y que ayudó a construir a lo largo de su vida? Lo mismo podemos
preguntarnos del honesto constitucionalista, que en las últimas décadas debió
confrontar con parlamentos transformados en simples aparatos decorativos o
poderes judiciales mendicantes, cuando no dependientes de poderosos intereses.
Y todo esto sin mencionar la permanente amenaza contra las instituciones, por
aquello que decía el burdo militar carpentiano de la novela “El recurso del
método”, refiriéndose a la Constitución y la división de poderes: “hombre con
cojones no mira papelitos”.
En síntesis, el egresado que mantiene indemne una determinada cuota de espíritu
universitario, ha debido enfrentar una realidad que le plantea el drama de ser
médico para aceptar resignadamente integrarse a servicios sanitarios en crisis,
agrónomo al servicio de alguna firma extranjera propietaria de grandes
extensiones de tierras, o economista dispuesto a aplicar recetas económicas
impuestas por el poder global, y así podríamos seguir... Y esto en el mejor de
los casos ya que no son pocos los profesionales que acosados por la ausencia de
posibilidades, terminan por emigrar en busca de otros horizontes.
RICARDO AROCENA
ESTUDIANTINA
Los organismos internacionales, el conflicto educativo,
el Presupuesto Nacional, los estudiantes, los trabajadores y algunos hitos en
la historia de la Universidad de la República, en su relación con la sociedad
uruguaya.
SEGUNDA
ENTREGA
LA UNIVERSIDAD VIEJA
Un poco taxativamente podríamos afirmar que si bien toda
Universidad está condicionada por los grandes lineamientos expuestos más
arriba, la historia de cada universidad en particular, es la historia de cómo
se fueron resolviendo en concreto las distintas contradicciones a las que
hacíamos referencia. En nuestro país particularmente, desde sus orígenes, la
institución fue un baluarte de liberalismo y tuvo por objetivo primordial
educar ciudadanos y hombres libres.
Al respecto anota la historiadora Blanca Paris: “Nacida nuestra Universidad al
amparo de la corriente liberal de la ideología religiosa, apartada de los
dogmas absolutos del Catolicismo, para desembocar en el dogma -también absoluto-
de la libertad de conciencia, emancipada desde sus orígenes de la tutoría de la
Iglesia y también del Estado -pese a su dependencia de este en el orden
económico- pudo formar un espíritu autonómico y, al margen de la política que
agitaba violentamente al país, su propio carácter; con ideales que se elevaban
por encima de los intereses y pasiones del partido y del momento”.
Trasciende los objetivos de este trabajo hurgar en las razones de por qué esto
fue así en un medio tan inhóspito como el de aquel entonces; de cuáles son las
causas que posibilitaron que se desarrollara una institución en la que
deslumbraron desde los inicios personalidades universitarias que impusieron la
libertad de cátedra, la libertad de pensamiento, un espíritu independiente,
sensibilidad ante las problemáticas sociales, etc., pero seguramente incidieron
poderosas corrientes filosóficas, sobre todo el positivismo angloamericano, que
terminará por imprimir hacia finales del siglo XIX una impronta de avanzada a
los estudios superiores.
En un principio la Banda Oriental dependió culturalmente de Buenos Aires, los
pocos y afortunados jóvenes que podían adquirir una educación universitaria,
para conseguirla debían viajar a Europa, a Córdoba o más tarde a la Universidad
bonaerense. Habría que esperar los tempranos días de la vida independiente,
para que una personalidad destacada como Dámaso Antonio Larrañaga, propusiera
en 1832 en el Senado, la formación de la Universidad de Montevideo.
Aquel primer proyecto no prosperó, pero en 1833 el gobierno de Rivera crea por
ley algunas cátedras de enseñanza superior y cinco años después el general
Manuel Oribe erige una “Casa de Estudios Generales” con carácter de
Universidad, pero la guerra civil impide que la propuesta se consolide.
Durante la Guerra Grande se opera en el país una profunda transformación, que
resulta determinante para la organización de la vida intelectual: numerosos
intelectuales porteños se exilian en estas tierras, adonde difunden ideas
fermentales dirigidas a acabar con el legado colonial. Surgen así toda clase de
centros de debate, peñas y periódicos que sacuden el “ambiente pastoril” de la
época.
Sumado a esto, también conmueve al mundo cultural montevideano, el intercambio
con Francia e Inglaterra, generándose las condiciones para el surgimiento de la
Universidad de Montevideo. Incidió en su formación la polémica filosófica que
enfrentaba dentro del catolicismo a nacientes grupos liberales por un lado y a
la Compañía de Jesús por el otro, que se había vuelto a instalar en la América
independiente, después de medio siglo. Los avances de los jesuitas en materia
educativa inquietaron a las autoridades de la época, que en respuesta crean en
1847 el Instituto de Instrucción Pública, con el cual tempranamente reclamaban
para el Estado el monopolio de la enseñanza.
El decreto constitutivo del mencionado Instituto argumentaba que la educación:
“es germen creador de la prosperidad de las naciones” por lo cual “el cuidado
de su desarrollo, de su aplicación y de su tendencia, no puede ser pues la obra
de la especulación de las creencias individuales o del interés de secta. Esta
atribución es exclusiva de los gobiernos, mandatarios únicos de los pueblos que
representan. Es a aquellos a quienes está confiado el depósito sagrado de los
dogmas y principios que basan la existencia de la sociedad a que pertenecen”.
Se reedita de esta forma en Montevideo, el conflicto que la revolución francesa
había suscitado entre la Iglesia y el Estado y que transfirió a este el
contralor de las Universidades. Con este espíritu, el 15 de julio de 1849 el
Gobierno de la Defensa firma el decreto de creación de la Universidad Mayor de
la República. La idea que preside esta decisión es la de, una vez consumada la
independencia política, consolidar espacios que permitan impulsar la
independencia en materia cultural, librando al país, por medio de la educación,
de los hábitos políticos sociales que le venían de la época colonial, para
poder así reafirmar la nacionalidad.
Con el marco de fondo de la guerra, la Universidad debió elaborar su primer
reglamento orgánico y consolidar planes de estudio. En un principio abarcó la
totalidad de la instrucción -primaria, secundaria y superior- dividiéndose los
conocimientos universitarios en cuatro facultades: Ciencias Naturales,
Medicina, Jurisprudencia y Teología.
UNIVERSIDAD: ESCUELA DE LIBERALISMO
Blanca Paris subraya que la Universidad de Montevideo,
desde su fundación hasta que fue intervenida en 1884 fue “escuela y baluarte de
liberalismo” y que sus funciones primordiales fueron formar ciudadanos
inspirados en el liberalismo religioso, económico y político, que eran
irradiados desde las cátedras de Filosofía, Economía Política, Derecho Natural
y Derecho Constitucional. Tanto autoridades como estudiantes defendieron
aquellos principios en la prensa, en el parlamento, en los clubes, en las
“universidades libres” que fundaron, en la cárcel, en el destierro y en
particular durante las revoluciones civilistas.
Aquella Universidad postuló una conciencia nacional por encima de partidismos,
que se expresó en que individuos de distinta filiación partidaria se sucedieron
en el Consejo, en las cátedras y aún en el rectorado, “sin que las pasiones
políticas dividieran en bandos a los universitarios”, según Blanca Paris.
“Cuando la política llamaba a catedráticos o estudiantes -como sucedía a
diario- eran los principios recogidos en la Universidad los que dentro de los
partidos tradicionales o en nuevas agrupaciones se iban a defender”. Y concluye
que tampoco fue la Universidad “gestora de oligarquías privilegiadas” y que la
cultura universitaria no fue patrimonio de una clase social adinerada, sino un
centro de formación científica.
En 1889 el rector Alfredo Vázquez Acevedo transforma radicalmente a la vieja
Universidad, modificando planes de estudio, reglamentos, programas, métodos,
textos, laboratorios, bibliotecas, locales, etc. Inspiraban aquellos cambios
las corrientes positivistas que apoyadas en los logros de Darwin y Spencer
entronizaban en el país las categorías científicas, imprimiendo un nuevo giro a
la conciencia nacional. La moderna Universidad procede de una época signada por
una concepción filosófica surgida en el siglo XIX, como un gran movimiento de
reacción a la metafísica, llevado a cabo en nombre de la ciencia y en
particular de la ciencia de la naturaleza.
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