22/7/17

RICARDO AROCENA

ESTUDIANTINA

Los organismos internacionales, el conflicto educativo, el Presupuesto Nacional, los estudiantes, los trabajadores y algunos hitos en la historia de la Universidad de la República, en su relación con la sociedad uruguaya.


PRIMERA ENTREGA


En estos días la muchachada ha ganado las calles en demanda de recursos para la Universidad de la República y, como no podía ser de otra manera, está recibiendo el cálido recibimiento de la gente. Los hechos demuestran hasta qué punto nuestra Casa Mayor de Estudios ha calado en la cultura de nuestra población, alojándose entre lo más sentido, entre aquello más sagrado que compone lo que podríamos denominar “nuestra idiosincrasia nacional”.


Y esto ha sido así, entre otras razones, porque a lo largo de su historia, la Universidad de la República ha sabido estar a la altura de las necesidades y requerimientos del país, transformándose en referente no solamente hacia la interna de la institución. Por eso fue defendida, cuando debió ser defendida, aun por aquellos sectores que por limitaciones sociales jamás podrán cursar estudios superiores.


Es más, si algo podemos señalar, hurgando en los 168 años de vida de nuestra Universidad, es que la primer trinchera, el primer muro de contención, el horcón del medio con el que una y otra vez han tropezado los eternos enemigos de nuestra Casa Mayor de Estudios, han sido justamente los sectores más desposeídos, en primer lugar los trabajadores, que con sus manos, como alguien dijo “no siempre alfabetas” han sabido escribir en los muros: ¡Viva la Universidad!


A nadie escapa que los nuevos tiempos han venido acompañados de profundas mutaciones que han sido generadas o son generadoras (¿qué va primero, la gallina o el huevo?) de nuevas concepciones y nuevas teorías, que también impactan en materia educativa. Estos planteos asignan nuevos roles a la educación, a la Universidad y a los intelectuales, en un mundo que se presenta posmoderno y globalizado por un pensamiento único.


Inmersa en este tiempo de cambios la Casa Mayor de Estudios enfrenta el desafío de transformarse, sin por ello renunciar a principios que están en su esencia y que la han colocado junto al corazón de la gente. Para lograrlo, si es que quiere arribar a puerto seguro, deberá recurrir a lo mejor de su historia, a la experiencia acumulada, a las más sentidas definiciones, al pensamiento y legado de tantos grandes universitarios y a un mensaje que viene del pasado y que bien puede servir de referente, como base principista, para encarar los tiempos venideros.



PENSANDO UNIVERSIDAD




Desde un punto de vista teórico, podríamos definir a las universidades en general como parte de la superestructura de un sistema económico determinado, en este caso el capitalismo. Recordemos el no por viejo perimido  planteo dialéctico, según el cual  en la base de toda sociedad están las relaciones de producción; sobre ese modo de producción material, se edifican las distintas superestructuras, políticas, jurídicas, educativas, etc. Ideológicas en suma. Pero si bien esto es así, si bien la Universidad forma parte de la superestructura y está destinada a abastecer de cuadros a las clases dominantes, es una institución peculiar, en el seno de la cual se agitan los más variados núcleos de contradicciones.


En primer lugar, si bien la Universidad tenderá siempre a expresar en su enseñanza una exaltación ideal, embellecida, del régimen que integra, por otro lado debe responder a las necesidades objetivas del desarrollo de las fuerzas productivas. La contradicción social fundamental entre las fuerzas productivas que pugnan por desarrollarse y las relaciones de producción que acompañan o frenan ese desarrollo, aparece ínsita en la propia naturaleza y función de la Universidad. 


Expresado en otros términos podríamos decir que en la institución se entrelazan en forma compleja, por un lado los intereses perecederos que determinada clase social le va imprimiendo con los elementos de un quehacer científico que responde directamente a la continuación intelectual de la humanidad.


A esta contradicción que sacude la interna universitaria, se le suma otra en el plano social, impuesta por la división de la sociedad en clases. Lo decía el peruano José C. Mariátegui: “La Universidad es siempre la forma institucional en la que se refleja en todas sus consecuencias la crisis misma de toda la sociedad, es allí donde consiguientemente tiene que hacerse visible toda la situación real de la sociedad”. 


En la interna de la Institución, entre quienes físicamente la integran, aunque en forma desproporcionada, también están representados las diferentes clases y sectores de una sociedad determinada. No es por lo tanto un compartimento aislado, por eso, la lucha de clases “como el diablo mete la cola” aun en la sacrosanta realidad académica.


Podríamos subrayar una tercera contradicción que sacude al mundo de los altos estudios y es en el plano cultural, tema esbozado en su momento por el ex Rector Brovetto poco antes de su retiro, quien afirmaba que de alguna forma el esfuerzo por el desarrollo del conocimiento, imprime un carácter progresista a la Casa Mayor de Estudios. 


En toda ciencia existe una contradicción interna, entre la verdad y el error, entre lo que es ciencia y lo que es pura ideología mistificadora. Esto a la vez se muestra agudizado, sobre todo en el plano de las ciencias sociales, como reflejo de la pugna entre las diferentes clases y sectores, aunque también se expresa en los ámbitos vinculados a la revolución científico técnica que sacude las estructuras del conocimiento humano.


A estas contradicciones se le pueden sumar otras en el plano político: por un lado se supone que la Universidad debe ser transmisora de firmes principios democráticos y republicanos, más aun, algunas facultades expresamente están encargadas de preparar técnicos especializados para el manejo de determinadas superestructuras jurídicas y políticas, pero todo ese andamiaje ideológico entra permanentemente en colisión con el entorno que la rodea, que sistemáticamente viola o constriñe, lo que la cátedra enseña.


Dicho de otro modo, ¿cómo se puede sentir el viejo académico, formado en los mandamientos de Couture y que afinó hasta la sutileza el andamiaje jurídico, cuando -posmodernidad mediante- asiste a la liquidación de todo aquello en lo que creyó y que ayudó a construir a lo largo de su vida? Lo mismo podemos preguntarnos del honesto constitucionalista, que en las últimas décadas debió confrontar con parlamentos transformados en simples aparatos decorativos o poderes judiciales mendicantes, cuando no dependientes de poderosos intereses. Y todo esto sin mencionar la permanente amenaza contra las instituciones, por aquello que decía el burdo militar carpentiano de la novela “El recurso del método”, refiriéndose a la Constitución y la división de poderes: “hombre con cojones no mira papelitos”.


En síntesis, el egresado que mantiene indemne una determinada cuota de espíritu universitario, ha debido enfrentar una realidad que le plantea el drama de ser médico para aceptar resignadamente integrarse a servicios sanitarios en crisis, agrónomo al servicio de alguna firma extranjera propietaria de grandes extensiones de tierras, o economista dispuesto a aplicar recetas económicas impuestas por el poder global, y así podríamos seguir... Y esto en el mejor de los casos ya que no son pocos los profesionales que acosados por la ausencia de posibilidades, terminan por emigrar en busca de otros horizontes.




RICARDO AROCENA

ESTUDIANTINA

Los organismos internacionales, el conflicto educativo, el Presupuesto Nacional, los estudiantes, los trabajadores y algunos hitos en la historia de la Universidad de la República, en su relación con la sociedad uruguaya.



SEGUNDA ENTREGA


LA UNIVERSIDAD VIEJA



Un poco taxativamente podríamos afirmar que si bien toda Universidad está condicionada por los grandes lineamientos expuestos más arriba, la historia de cada universidad en particular, es la historia de cómo se fueron resolviendo en concreto las distintas contradicciones a las que hacíamos referencia. En nuestro país particularmente, desde sus orígenes, la institución fue un baluarte de liberalismo y tuvo por objetivo primordial educar ciudadanos y hombres libres.


Al respecto anota la historiadora Blanca Paris: “Nacida nuestra Universidad al amparo de la corriente liberal de la ideología religiosa, apartada de los dogmas absolutos del Catolicismo, para desembocar en el dogma -también absoluto- de la libertad de conciencia, emancipada desde sus orígenes de la tutoría de la Iglesia y también del Estado -pese a su dependencia de este en el orden económico- pudo formar un espíritu autonómico y, al margen de la política que agitaba violentamente al país, su propio carácter; con ideales que se elevaban por encima de los intereses y pasiones del partido y del momento”.


Trasciende los objetivos de este trabajo hurgar en las razones de por qué esto fue así en un medio tan inhóspito como el de aquel entonces; de cuáles son las causas que posibilitaron que se desarrollara una institución en la que deslumbraron desde los inicios personalidades universitarias que impusieron la libertad de cátedra, la libertad de pensamiento, un espíritu independiente, sensibilidad ante las problemáticas sociales, etc., pero seguramente incidieron poderosas corrientes filosóficas, sobre todo el positivismo angloamericano, que terminará por imprimir hacia finales del siglo XIX una impronta de avanzada a los estudios superiores.


En un principio la Banda Oriental dependió culturalmente de Buenos Aires, los pocos y afortunados jóvenes que podían adquirir una educación universitaria, para conseguirla debían viajar a Europa, a Córdoba o más tarde a la Universidad bonaerense. Habría que esperar los tempranos días de la vida independiente, para que una personalidad destacada como Dámaso Antonio Larrañaga, propusiera en 1832 en el Senado, la formación de la Universidad de Montevideo.


Aquel primer proyecto no prosperó, pero en 1833 el gobierno de Rivera crea por ley algunas cátedras de enseñanza superior y cinco años después el general Manuel Oribe erige una “Casa de Estudios Generales” con carácter de Universidad, pero la guerra civil impide que la propuesta se consolide.


Durante la Guerra Grande se opera en el país una profunda transformación, que resulta determinante para la organización de la vida intelectual: numerosos intelectuales porteños se exilian en estas tierras, adonde difunden ideas fermentales dirigidas a acabar con el legado colonial. Surgen así toda clase de centros de debate, peñas y periódicos que sacuden el “ambiente pastoril” de la época.


Sumado a esto, también conmueve al mundo cultural montevideano, el intercambio con Francia e Inglaterra, generándose las condiciones para el surgimiento de la Universidad de Montevideo. Incidió en su formación la polémica filosófica que enfrentaba dentro del catolicismo a nacientes grupos liberales por un lado y a la Compañía de Jesús por el otro, que se había vuelto a instalar en la América independiente, después de medio siglo. Los avances de los jesuitas en materia educativa inquietaron a las autoridades de la época, que en respuesta crean en 1847 el Instituto de Instrucción Pública, con el cual tempranamente reclamaban para el Estado el monopolio de la enseñanza.


El decreto constitutivo del mencionado Instituto argumentaba que la educación: “es germen creador de la prosperidad de las naciones” por lo cual “el cuidado de su desarrollo, de su aplicación y de su tendencia, no puede ser pues la obra de la especulación de las creencias individuales o del interés de secta. Esta atribución es exclusiva de los gobiernos, mandatarios únicos de los pueblos que representan. Es a aquellos a quienes está confiado el depósito sagrado de los dogmas y principios que basan la existencia de la sociedad a que pertenecen”.


Se reedita de esta forma en Montevideo, el conflicto que la revolución francesa había suscitado entre la Iglesia y el Estado y que transfirió a este el contralor de las Universidades. Con este espíritu, el 15 de julio de 1849 el Gobierno de la Defensa firma el decreto de creación de la Universidad Mayor de la República. La idea que preside esta decisión es la de, una vez consumada la independencia política, consolidar espacios que permitan impulsar la independencia en materia cultural, librando al país, por medio de la educación, de los hábitos políticos sociales que le venían de la época colonial, para poder así reafirmar la nacionalidad.


Con el marco de fondo de la guerra, la Universidad debió elaborar su primer reglamento orgánico y consolidar planes de estudio. En un principio abarcó la totalidad de la instrucción -primaria, secundaria y superior- dividiéndose los conocimientos universitarios en cuatro facultades: Ciencias Naturales, Medicina, Jurisprudencia y Teología.



UNIVERSIDAD: ESCUELA DE LIBERALISMO



Blanca Paris subraya que la Universidad de Montevideo, desde su fundación hasta que fue intervenida en 1884 fue “escuela y baluarte de liberalismo” y que sus funciones primordiales fueron formar ciudadanos inspirados en el liberalismo religioso, económico y político, que eran irradiados desde las cátedras de Filosofía, Economía Política, Derecho Natural y Derecho Constitucional. Tanto autoridades como estudiantes defendieron aquellos principios en la prensa, en el parlamento, en los clubes, en las “universidades libres” que fundaron, en la cárcel, en el destierro y en particular durante las revoluciones civilistas.


Aquella Universidad postuló una conciencia nacional por encima de partidismos, que se expresó en que individuos de distinta filiación partidaria se sucedieron en el Consejo, en las cátedras y aún en el rectorado, “sin que las pasiones políticas dividieran en bandos a los universitarios”, según Blanca Paris. “Cuando la política llamaba a catedráticos o estudiantes -como sucedía a diario- eran los principios recogidos en la Universidad los que dentro de los partidos tradicionales o en nuevas agrupaciones se iban a defender”. Y concluye que tampoco fue la Universidad “gestora de oligarquías privilegiadas” y que la cultura universitaria no fue patrimonio de una clase social adinerada, sino un centro de formación científica.



En 1889 el rector Alfredo Vázquez Acevedo transforma radicalmente a la vieja Universidad, modificando planes de estudio, reglamentos, programas, métodos, textos, laboratorios, bibliotecas, locales, etc. Inspiraban aquellos cambios las corrientes positivistas que apoyadas en los logros de Darwin y Spencer entronizaban en el país las categorías científicas, imprimiendo un nuevo giro a la conciencia nacional. La moderna Universidad procede de una época signada por una concepción filosófica surgida en el siglo XIX, como un gran movimiento de reacción a la metafísica, llevado a cabo en nombre de la ciencia y en particular de la ciencia de la naturaleza.

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