SOBRE LA PSICOLOGÍA DEL NINGUNEO
Por Miguel Espeche
(La Nación / 29-11-2014)
Los argentinos inventamos el término "ningunear", una variante
de la indiferencia que descalifica el ser mismo de la persona, a quien se le
niega existencia o significación, dejándolo en el limbo de la nada misma.
"Matar con la indiferencia", decían antes, a sabiendas que el
ser humano se nutre psicológicamente del hecho de ser visto y tenido en cuenta
por sus prójimos. A ese "matar" de la indiferencia, el argentinísimo
ninguneo le suma un velado desprecio que descalifica cualquier rasgo de
importancia de quien merezca tamaña afrenta.
Algunos recordarán aquella cruel escena de la película La
Historia Oficial, cuando un chico de corta edad debía soportar la
"broma" de sus familiares, quienes en el living de la casa hacían
como que no lo veían, llamándolo y haciendo caso omiso al desesperado
"¡Estoy acá!" del chiquito.
Quizá fue ésa una de las escenas de crueldad psicológica mejor logradas
del cine, que radiografía la esencia del sentir de aquel que es ninguneado.
Claro que el ninguneo, muchas veces, pasa por negar el sentir del otro.
En tal caso no se ningunea a la persona, sino su sentimiento. Es algo así como
un "ninguneo emocional". Una cosa es refutar argumentos o juzgar
conductas y otra es directamente negar la existencia de sentimientos genuinos.
Así es como en las discusiones muchas veces se alcanzan momentos de gran
crueldad cuando aparecen frases como "no podés sentir eso" cuando, de
hecho, el interlocutor lo está sintiendo, o cuando a un chico que llora triste
se le dice que no debería estar triste, cuando lo está, más allá de las
supuestas "razones" para estarlo.
El tránsito es otro lugar de ninguneo habitual, cuando, por ejemplo,
algún desaforado pone en riesgo a otros al no prestar atención a su existencia
y violar las leyes de circulación. Lo que enoja es la falta de registro del
otro, esa suerte de impunidad de quien se abalanza con indiferencia sobre la
calle, ganando espacios de atropellada, sin miramientos. Tanto es así que,
cuando el transgresor hace algún tipo de gesto de disculpas, la actitud de los
otros suele cambiar mucho al verse reconocidos, bajando mucho el nivel de enojo
en tal circunstancia.
La política es otro espacio para este estilo de descalificación, en el
cual el deporte es negarle existencia y mérito al adversario, como si eso
sumara méritos al ninguneador político del caso.
A su vez, es muy común en la historia de los países que, cuando un grupo
poblacional es "ninguneado", la violencia llame a la puerta. Lo que
existe pide siempre su lugar, y es por eso que sirve la llamada
"inclusión" ya que, si alguien queda fuera del juego social, su
retorno será inexorable y no siempre de la mejor manera.
Sirve tener anticuerpos contra el ninguneo. De hecho, hay todo un
universo de ninguneadores seriales que compiten para ver quién lo hace más y
mejor, con la idea de que, a mayor ninguneo a los otros, mayor valía propia.
Es, digamos, gente insegura y algo mala que existe y es bueno percatarse de su
proceder para no caer en sus redes. De allí que sea positivo no depositar la
noción de "ser alguien" en otros que no valgan como para detentar
tamaño poder sobre la propia autoestima.
"Somos" en función de nuestras propias acciones y actitudes, y
ante la mirada de quienes nos quieren y respetan, y no en función de quienes
determinan desamoradamente si alguna persona es o no viable como tal, de
acuerdo con pautas generalmente desatinadas. Cuando nos percatamos de eso, no
habrá ninguneador que pueda herir nuestro "ser", porque éste no
depende del reconocimiento de quien no nos incluye en el paisaje, cuando en ese
paisaje estamos, y a mucha honra.
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