ANTONIN
ARTAUD
EL
TEATRO Y SU DOBLE
Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda
PREFACIO
(2)
EL
TEATRO Y LA CULTURA
Todas
nuestras ideas acerca de la vida deben reformarse en una época en que nada
adhiere ya a la vida. Y de esta penosa escisión nace la venganza de las cosas;
la poesía que no se encuentra ya en nosotros y que no logramos descubrir otra
vez en las cosas resurge, de improviso, por el lado malo de las cosas: nunca se
habrán visto tantos crímenes, cuya extravagancia gratuita se explica sólo por
nuestra impotencia para poseer la vida.
Si
el teatro ha sido creado para permitir que nuestras represiones cobren vida,
esa especie de atroz poesía expresada en actos extraños que alteran los hechos
de la vida demuestra que la intensidad de la vida sigue intacta, y que bastaría
con dirigirla mejor.
Pero
por mucho que necesitemos de la magia, en el fondo tememos a una vida que
pudiera desarrollarse por entero bajo el signo de la verdadera magia.
Así,
nuestra arraigada falta de cultura se asombra de ciertas grandiosas anomalías;
por ejemplo, que en una isla sin ningún contacto con la civilización actual el
simple paso de un navío que sólo lleva gente sana provoque la aparición de
enfermedades desconocidas en ella, y que son una especialidad de nuestros
países: zona, influenza, gripe, reumatismo, sinusitis, polineuritis, etc.
Y
asimismo, si creemos que los negros huelen mal, ignoramos que para todo cuanto
no sea Europa somos nosotros, los blancos, quienes olemos mal. Y hasta diré que
tenemos un olor blanco, así como puede hablarse de un “mal blanco”.
Cabe
afirmar aquí que, como el hierro enrojecido al blanco, todo lo excesivo es
blanco; y para un asiático el color blanco ha llegado a ser la señal de la más
extrema descomposición.
Dicho
esto, podemos esbozar una idea de la cultura, una idea que es ante todo una
protesta.
Protesta
contra la limitación insensata que se impone a la idea de cultura, al reducirla
a una especie de inconcebible panteón; lo que motiva una idolatría de la
cultura, parecida a la de esas religiones que meten a sus dioses en un panteón.
Protesta
contra la idea de una cultura separada de la vida, como si la cultura se diera
por un lado y la vida por otro; y como si la verdadera cultura no fuera un
medio refinado de comprender y ejercer la vida.
Pueden
quemar la biblioteca de Alejandría. Por encima y fuera de los papiros hay
fuerzas; nos quitarán por algún tiempo la facultad de encontrar otra vez esas
fuerzas, pero no suprimirán su energía. Y conviene que las facilidades
demasiado grandes desaparezcan y que las formas caigan en el olvido; la cultura
sin espacio ni tiempo, limitada sólo por nuestra capacidad nerviosa,
reaparecerá con energía acrecentada. Y está bien que de tanto en tanto se
produzcan cataclismos que nos inciten a volver a la naturaleza, es decir, a
reencontrar la vida. El viejo totemismo de los animales, de las piedras, de los
objetos cargados de electricidad, de los ropajes impregnados de esencias
bestiales, brevemente, todo cuanto sirve para captar, dirigir y derivar fuerzas
es para nosotros una cosa muerta, de la que no sacamos más que un provecho
artístico y estático, un provecho de espectadores y no de actores.
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