ANTONIN
ARTAUD
EL
TEATRO Y SU DOBLE
Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda
QUINTA ENTREGA
1
EL
TEATRO Y LA PESTE (1)
Los archivos de la
pequeña ciudad de Cagliari, en Cerdeña, guardan la relación de un hecho histórico
y sorprendente.
Una noche de fines de
abril o principios de mayo de 1720, alrededor de veinte días antes que el buque
Grand-Saint-Antoine arribara a
Marsella, coincidiendo con la más maravillosa explosión de peste de que haya
memoria en la ciudad, Saint-Rémys, virrey de Cerdeña, a quien sus reducidas
responsabilidades monárquicas habían sensibilizado quizá al más pernicioso de
los virus, tuvo un sueño particularmente penoso: se vio apestado, y vio los
estragos de la peste en su estado minúsculo.
Bajo la acción del
flagelo las formas sociales se desintegran. El orden se derrumba. El virrey
asiste a todos los quebrantamientos de la moral, a todos los desastres
psicológicos; oye el murmullo de sus propios humores; sus órganos, desgarrados,
estropeados, en una vertiginosa pérdida de materia, se espesan y metamorfosean lentamente en carbón. ¿Es entonces demasiado
tarde para conjurar el flagelo? Aun destruido, aun aniquilado y orgánicamente
pulverizado, consumido hasta la médula, sabe que en sueños no se muere, que la
voluntad opera aun en lo absurdo, aun en la negación de lo posible, aun en esa
suerte de transmutación de la mentira donde puede recrearse la verdad.
Despierta. Sabrá
mostrarse capaz de alejar esos rumores acerca de la plaga y las miasmas de un
virus de Oriente.
Un navío que ha zarpado
hace un mes de Beyruth, el Grand.Sainte-Antoine,
solicita permiso para desembarcar en Cagliari. El virrey imparte entonces la
orden alocada, una orden que el pueblo y la corte consideran irresponsable,
absurda, imbécil y despótica. Despacha en seguida hacia el navío que presume
contaminado la barca del piloto y algunos hombres, con orden de que el Grand-Saint-Antoine vire inmediatamente
y se aleje a toda vela de la ciudad, o será hundido a cañonazos. Guerra contra
la peste. El autócrata no perderá el tiempo.
Cabe subrayar, de paso,
la fuerza particular con que este sueño influyó en el virrey, y que pese a los
sarcasmos de la multitud y al escepticismo de los cortesanos, le permitió
perseverar en la ferocidad de sus órdenes, y dejar de lado no sólo el derecho de
gentes, sino el más elemental respeto por la vida humana y toda suerte de
convenciones nacionales o internacionales que no cuentan en verdad ante la
muerte.
Sea como sea, el navío
continuó su ruta, llegó a Liorna y entró en la rada de Marsella, donde se le
autorizó el desembarco.
Las autoridades del
puerto de Marsella no registraron la suerte que corrió aquel cargamento de
apestados. Sin embargo, algo se sabe de la tripulación: los que no murieron de
peste, se dispersaron por distintas comarcas.
El Grand-Saint-Antoine no llevó la peste a Marsella. Ya estaba allí. Y
en un período de particular recrudecimiento, aunque se había logrado localizar
sus focos.
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