LA
CARRETA
Prólogo
de Wilfredo Penco
Montevideo
2004
QUINCUAGESIMOTERCERA ENTREGA
XIII
(4)
Matacabayo participó en
la vigilia porque esa última noche, mientras tajeaba un costillar con el humo
del fogón que se interponía entre él y Carlitos, dijo secamente con los ojos
llenos de crepitantes brasas:
-Vos podrías quedarte
en el Paso del Cementerio. Tu viejo me pidió que no te enrolase hasta no saber
cómo andan las cosas.
-Eso dice él -contestó
el muchacho-. Yo quiero pasar p’al otro lau…
-Conmigo, no… De manera
que ya sabés… Si no te quedás en la Picada, cortate solo… Con mi tropa no pasás,
se lo prometí a tu padre. Estás muy tierno pa estas patriadas y querés saber
más de lo debido. En estos tiempos una sola palabra puede perdernos a todos…
Se hizo una pausa lleva
de crujidos de leña verde y gotas de salmuera en los tizones.
-Ta bien -dijo
Carlitos, limpiando su cuchillo en la bota de potro. Dejó caer los cabellos
sobre la cara. Se pasó la mano por la frente después, y despejó su rostro.
Corajudamente expuesto a cualquier mirada que quisiese ver más de lo corriente,
repitió desafiante: -¡Ta bien, entendido! Yo me quedo en la Picada. Si entro en
las filas, es por mi cuenta.
Matacabayo supo
aguantar el reto. Se puso de pie y dio las buenas noches. Montó a caballo. En
la noche sombría, ya en vecindad de policías y fuerzas armadas, sintió a sus
espaldas la ira de Carlitos. Hasta su campamento lo seguían las desafiantes
miradas.
El rebelde aguantó un
día más de marcha. Hasta la Picada del Cementerio. No le arrancaron una sola
palabra. Se lo veía fumar hasta quemarse los labios. Los bueyes sangraban sus
golpes de picana. No perdía de vista a la carreta solitaria, distanciada a
veces más de media legua.
Quedó en la Picada del
Cementerio. No se despidió de nadie. Las carretas siguieron su marcha hacia el
oeste. Matacabayo aseguró que a pocas leguas hallarían los primeros indicios.
Y así fue. Tres rastros
perfectamente claros indicaban que el caudillo dominaba el pago. Cenizas,
huesos calcinados y troncos en cruz, tal como estaba convenido. Matacabayo hizo
andar su carreta adelante, con el viejo Farías, y se mostró amable, enterando a
los hombres de las huellas que iban descubriendo. Los fogones tenían leños en
cruz y en todos los casos eran tres, como lo esperaba Matacabayo. Al parecer,
las cosas marchaban bien.
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