ANTONIN ARTAUD
EL
TEATRO Y SU DOBLE
Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda
PREFACIO
(1)
EL
TEATRO Y LA CULTURA
Nunca,
ahora que la vida misma sucumbe, se ha hablado tanto de civilización y cultura.
Y hay un raro paralelismo entre el hundimiento generalizado de la vida, base de
la desmoralización actual, y la preocupación por una cultura que nunca
coincidió con la vida, y que en verdad la tiraniza.
Antes
de seguir hablando de cultura señalo que el mundo tiene hambre, y no se
preocupa por la cultura; y que sólo artificialmente pueden orientarse hacia la
cultura pensamientos vueltos nada más que hacia el hambre.
Defender
una cultura que jamás salvó a un hombre de la preocupación de vivir mejor y no
tener hambre no me parece tan urgente como extraer de la llamada cultura ideas
de una fuerza viviente idéntica a la del hambre.
Tenemos
sobre todo necesidad de vivir y de creer en lo que nos hace vivir, y que algo
nos hace vivir; y lo que brota de nuestro propio interior misterioso no debe
aparecérsenos siempre como preocupación groseramente digestiva.
Quiero
decir que si a todos nos importa comer inmediatamente, mucho más nos importa no
malgastar en la sola preocupación de comer inmediatamente nuestra simple fuerza
de tener hambre.
Si
la confusión es el signo de los tiempos, yo veo en la base de esa confusión una
ruptura entre las cosas y las palabras, ideas y signos que las representan.
No
faltan ciertamente sistemas de pensamiento: su número y sus contradicciones
caracterizan nuestra vieja cultura europea y francesa, pero, ¿dónde se advierte
que la vida, nuestra vida, haya sido alguna vez afectada por los sistemas?
No
diré que los sistemas filosóficos deban ser de aplicación directa o inmediata;
pero una de dos:
O
esos sistemas están en nosotros y nos impregnan de tal modo que vivimos de
ellos (¿y qué importan entonces los libros?), o nos impregnan y entonces no son
capaces de hacernos vivir (¿y en ese caso qué importa que desaparezcan?).
Hay
que insistir en esta idea de la cultura en acción y que llega a ser en nosotros
como un nuevo órgano, una especie de segundo aliento; y la civilización es la
cultura aplicada que rige nuestros actos más sutiles, es espíritu presente en
las cosas, y sólo artificialmente podemos separar la civilización de la cultura
y emplear dos palabras para designar una única e idéntica acción.
Juzgamos
a un civilizado por su conducta, y por lo que él piensa de su propia conducta;
pero ya en la palabra civilizado hay confusión; un civilizado culto es para
todos un hombre que conoce sistemas, y que piensa por medio de sistemas, de
formas, de signos, de representaciones.
Es
un monstruo que en vez de identificar actos con pensamientos ha desarrollado
hasta lo absurdo esa facultad nuestra de inferir pensamientos de actos.
Si
nuestra vida carece de azufre, es decir de una magia constante, es porque
preferimos contemplar nuestros propios actos y perdernos en consideraciones
acerca de las formas imaginadas de esos actos, y no que ellos nos impulsen.
Y
esta facultad es exclusivamente humana. Hasta diré que esta infección de lo
humano contamina ideas que debían haber subsistido como ideas divinas; pues
lejos de creer que el hombre ha inventado lo sobrenatural, lo divino, pienso
que la intervención milenaria del hombre ha concluido por corromper lo divino.
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