ESCRITOS
DE HORACIO QUIROGA
TRIGESIMONOVENA
ENTREGA
El manual del perfecto cuentista
(*) (1)
Una
larga frecuentación de personas dedicadas entre nosotros a escribir cuentos, y
alguna experiencia personal al respecto, me han sugerido más de una vez la
sospecha de si no hay en el arte de escribir cuentos algunos trucs de oficio,
algunas recetas de cómodo uso y efecto seguro, y si no podrían ser ellos
formulados para pasatiempo de las muchas personas cuya ocupaciones serias no
les permiten perfeccionarse en una profesión mal retribuida por lo general, y
no siempre bien vista.
Está
frecuentación de los cuentistas, los comentarios oídos, el haber sido
confidente de sus luchas, inquietudes y desesperanzas, han traído a mi ánimo la
convicción de que, salvo contadas excepciones en que un cuento sale bien, sin
recurso alguno, todos los restantes se realizan por medio de recetas o trucs de
procedimiento al alcance de todos, siempre, claro está, que se conozcan su
ubicación y su fin.
Varios
amigos me han alentado a emprender este trabajo, que podríamos llamar de
divulgación literaria, si lo literario no fuera un término muy avanzado para
una anagnosia elemental.
Un
día, pues, emprenderé esta obra altruista, por cualquiera de sus lados, y
piadosa, desde otros puntos de vista.
Hoy
apuntaré algunos de los trucs que me han parecido hallarse más a flor de ojo.
Hubiera sido mi deseo citar los cuentos nacionales cuyos párrafos extracto más
adelante. Otra vez será. Contentémonos por ahora con exponer tres o cuatro
recetas de las más usuales y seguras, convencidos de que ellas facilitarán la
práctica cómoda y casera de lo que se ha venido a llamar el más difícil de los
géneros literarios.
Comenzaremos
por el final. Me he convencido de que del mismo modo que en el soneto, el
cuento empieza por el fin. Nada en el mundo parecería más fácil que hallar la
frase final para una historia que, precisamente, acaba de concluir. Nada, sin
embargo, es más difícil.
Encontré
una vez a un amigo mío, excelente cuentista, llorando, de codos sobre un cuento
que no podía terminar. Faltábale sólo la frase final. Pero no la veía,
sollozaba, sin lograr verla así tampoco.
He
observado que el llanto sirve por lo general en literatura para vivir el
cuento, al modo ruso; pero no para escribirlo. Podría asegurarse a ojos
cerrados que toda obra que hace sollozar a su autor al escribirla, admite
matemáticamente esta frase final:
“¡Estaba
muerta!”
Por
no recordarla a tiempo su autor, hemos visto fracasar más de un cuento de gran
fuerza. El artista muy sensible debe tener siempre listos, como lágrimas en la
punta de su lápiz, los admirativos.
Las
frases breves son indispensables para finalizar los cuentos de emoción
recóndita o contenida. Una de ellas es:
“Nunca
más volvieron a verse.”
Puede
ser más contenida aun:
“Sólo
ella volvió el rostro.”
Y
cuando la amargura y un cierto desdén superior priman en el autor, cabe esta
sencilla frase:
“Y
así continuaron viviendo.”
Otra
frase de espíritu semejante a la anterior, aunque más cortante de estilo:
“Fue
lo que hicieron.”
Y
esta, por fin, que por demostrar gran dominio de sí e irónica suficiencia en el
género, no recomendaría a los principiantes:
“El
cuento concluye aquí. Lo demás, apenas si tiene importancia para los
personajes.”
Esto
no obstante, existe un truc para finalizar un cuento, que no es precisamente
final, de gran efecto siempre y muy grato a los prosistas que escriben también
en verso. Es este el truc del “leit-motif”.
Comienzo
del cuento: “Silbando entre las pajas, el fuego invadía el campo, levantando
grandes llamaradas. La criatura dormía…” Final:
“Allá
a lo lejos, tras el negro páramo calcinado, el fuego apagaba sus últimas llamas…”
(*)
Publicado en El Hogar, Bs. As. año
21, nº 808, 10 de abril de 1925.
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