GUILLERMO ENRIQUE HUDSON
LA
TIERRA PURPÚREA
CIENTODECIMONOVENA ENTREGA
XXIX
/ DE VUELTA A BUENOS AIRES (4)
Después de desembarcar,
metimos nuestro poco equipaje en un coche y nos dirigimos a un hotel que
pertenecía a un alemán en una calle algo apartada, la calle de Lima; sabía que
la casa era tranquila, muy respetable y que sus precios eran módicos.
Como a las cinco de la
tarde, estando nosotros tres asomados a la ventana del saloncito del primer
piso del hotel, mirando a la calle, se paró frente a la puerta un elegante
coche particular con un caballero y dos señoritas.
-¡Oh, Ricardo! -exclamó
Paquita, muy excitada-, es Pantaleón Villaverde con sus hijas y están bajando
del coche.
-¿Quién es el señor
Villaverde? -pregunté.
-¿Cómo? ¿No sabes? Es
el juez de primera instancia, y sus hijas son mis íntimas amigas. ¿No te parece
muy raro encontrarlas aquí de este modo? ¡Oh, tengo que hablarles y
preguntarles por mi papá y mi mamá -y aquí prorrumpió en lágrimas.
Subió el mozo con una
tarjeta del señor Villaverde pidiendo una entrevista con la señorita Peralta.
Demetria, que había tratado de calmar la intensa emoción de Paquita y de
infundirle un poco de valor, quedó demasiado asombrada para hablar aun; y en
otro momento las visitas habían entrado en el salón. Paquita se puso de pie,
los ojos llenos de lágrimas y temblando; entonces sus dos jóvenes amigas,
después de mirarla fijamente un par de segundos, dieron un grito de sorpresa y
se precipitaron en sus brazos, quedando las tres entrelazadas durante algún
tiempo en un apretado abrazo triangular.
Cuando el alborozo de
este imprevisto encuentro se hubo disipado un tanto, el señor Villaverde, quien
permaneció de pie, mirando con cara grave e impasible, le habló a Demetria,
diciéndole que su viejo amigo el general Santa Coloma acababa de avisarle su
llegada a Buenos Aires, y le había dado el nombre del hotel en que estaba
alojado. Probablemente que ella ni sabría quién era él; era su pariente; su
madre era una peralta, prima de su malogrado padre, el coronel Peralta. Había
venido con sus hijas para invitarla a que hiciera suya su casa, mientras se
quedara en Buenos Aires. También deseaba ayudarle en sus asuntos, los que,
según le había dicho su amigo el general, estaban algo embarullados. Tenía,
continuó, muchos amigos influyentes en la ciudad hermana, quienes estarían
prontos a ayudarle a ponerlos en orden.
Demetria, reponiéndose
de la nerviosidad que sintió al descubrir que las amigas íntimas de Paquita
eran parientas suyas, agradeció calurosamente al señor Villaverde y aceptó la
oferta de su casa y ayuda; entonces, con una dignidad y cortesanía que apenas
se hubiera esperado de una joven que se encontraba por primera vez entre
personas de alta sociedad, saludó a sus nuevas primas y les agradeció su
visita.
Como insistieran en
llevarse inmediatamente a Demetria, salió ella de la pieza para hacer los
preparativos, mientras que Paquita se quedó conversando con sus amigas,
teniendo muchas preguntas que hacerles. Estaba consumida de ansiedad por saber
cómo su familia, y sobre todo su padre, cuyo dictamen era ley en su casa,
miraban ahora, después de tantos meses, su fuga y matrimonio conmigo. Sus
amigas, sin embargo, no sabían nada, o no quisieron decir lo que sabían.
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