ESCRITOS
DE HORACIO QUIROGA
CUADRAGÉSIMA
ENTREGA
El manual del perfecto cuentista
(*) (2)
De
mis muchas y prolijas observaciones, he deducido que el comienzo del cuento no
es, como muchos desean creerlo, una tarea elemental. “Todo es comenzar”. Nada
más cierto; pero hay que hacerlo. Para comenzar es necesario, en el noventa y
nueve por ciento de los casos, saber adónde se va. “La primera palabra de un
cuento -se ha dicho- debe estar ya escrita con miras al final.”
De
acuerdo con este canon, he notado que el comienzo ex abrupto, como si ya el
lector conociera parte de la historia que le vamos a narrar, proporciona al
cuento insólito vigor. Y he anotado asimismo que la iniciación con oraciones
complementarias favorece grandemente estos comienzos. Un ejemplo:
“Como
Elena no estaba dispuesta a concederlo, él, después de observarla fríamente,
fue a coger su sombrero. Ella, por todo comentario, se encogió de hombros.”
Yo
tuve siempre la impresión de que un cuento comenzado así tiene grandes
posibilidades de triunfar. ¿Quién era Elena? Y él, ¿cómo se llamaba? ¿Qué cosa
no le concedió Elena? ¿Qué motivos tenía él para pedírselo? ¿Y por qué observó
fríamente a Elena, en vez de hacerlo furiosamente, como era lógico de esperar?
Véase
todo lo que del cuento se ignora. Nadie lo sabe. Pero la atención del lector ha
sido cogida por sorpresa, y esto constituye un desiderátum, en el arte de
contar.
He
anotado algunas variantes a este truc de las frases secundarias. De óptimo efecto
suele ser el comienzo condicional:
“De
haberla conocido a tiempo, el diputado hubiera ganado un saludo, y la
reelección. Pero perdió ambas cosas.”
A
semejanza del ejemplo anterior, nada sabemos de estos personajes presentados
como ya conocidos nuestros, ni de quién fuera tan influyente dama a quien el
diputado no reconoció. El truc del interés está, precisamente, en ello.
“Como
acababa de llover, el agua goteaba aun por los cristales. Y el seguir las
líneas con el dedo fue la diversión mayor que desde su matrimonio hubiera
tenido la recién casada.”
Nadie
supone que la luna de miel pueda mostrarse tan parca de dulzura, al punto de
hallarla por fin a lo largo de un vidrio en una tarde de lluvia.
De
estas pequeñas diabluras está construido el arte de contar. En un tiempo se
acudió a menudo, como a un procedimiento eficacísimo, al comienzo del cuento en
diálogo. Hoy el misterio del diálogo se ha desvanecido del todo. Tal vez dos o tres
frases agudas arrastren todavía; pero si pasan de cuatro, el lector salta
enseguida. “No cansar”. Tal es, a mi modo de ver, el apotegma inicial del
perfecto cuentista. El tiempo es demasiado breve en esta miserable vida para
perdérselo de un modo más miserable aun.
(*)
Publicado en El Hogar, Bs. As. año
21, nº 808, 10 de abril de 1925.
No hay comentarios:
Publicar un comentario