LECCIONES
DE VIDA
ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
QUINCUAGESIMONOVENA ENTREGA
7
/ LA LECCIÓN DEL TIEMPO (7)
DK
Frank
y Margaret habían estado felizmente casados durante más de cincuenta años.
Estaban muy enamorados el uno del otro y eran inseparables. Cuando Margaret
contrajo una enfermedad terminal dijo:
-Puedo
aceptar mi enfermedad y puedo aceptar que voy a morir. Lo que me resulta más
difícil es saber que no estaré con Frank.
A
medida que la enfermedad de Margaret avanzaba, ella se sentía más y más
inquieta ante la idea de su separación final. Unas horas antes de morir, se
volvió hacia Frank, que estaba sentado junto a su cama. Su mente estaba clara y
despierta porque no había tomado medicamentos. Le dijo:
-Voy
a morir pronto. Y por fin me siento tranquila.
-¿Qué
te ha hecho sentirte mejor? -le preguntó él.
-Me
acaban de decir que voy a un lugar donde tú ya estás. Tú ya estarás allí cuando
yo llegue.
¿Es
posible que Frank esté, al mismo tiempo, sentado en la habitación del hospital
y esperando a su querida esposa en el cielo? Quizá. Pero también es posible que
la cuestión gire en torno a nuestra percepción del tiempo. Para Frank, que vive
y respira en el tiempo, quizá pasen cinco, diez o veinte años antes de que
vuelva a ver a Margaret. Pero si ella va a un lugar donde el tiempo no existe,
quizá le parezca que Frank llega un segundo después que ella. El tiempo es más
largo para la persona que sigue viviendo que para la que muere.
Cuando
un médico comunica a uno de sus pacientes que padece una enfermedad terminal,
los sentimientos de este respecto al tiempo se vuelven muy intensos. De repente
le parece que no hay tiempo suficiente. Esta es otra de las contradicciones de
la vida: cuando pasamos de lo abstracto a lo real, nos damos cuenta por primera
vez de que nuestro tiempo es limitado. Pero ¿sabe de verdad algún médico cuándo
a alguien le quedan seis meses de vida? No importa lo que sepamos sobre el
promedio de vida de las personas: no podemos saber cuándo moriremos. Tenemos que
aceptar la realidad de que no lo sabemos. Algunas veces la lección resulta
clara. Cuando estamos a las puertas de la muerte y queremos saber cuánto tiempo
de vida nos queda, nos damos cuenta de que nunca lo sabremos. Cuando pensamos
en la vida y la muerte de otras personas, a menudo opinamos que murieron antes
de tiempo; sentimos que sus vidas fueron incompletas. Pero sólo hay dos
requisitos para que una vida sea completa: el nacimiento y la muerte. De hecho,
pocas veces decimos que una vida está completa a menos que la persona haya
vivido noventa y cinco años y su vida haya sido intensa, de lo contrario
proclamamos que la muerte fue prematura.
Beethoven
tenía “sólo” cincuenta y siete años cuando murió; sin embargo, sus logros
fueron enormes. Juana de Arco ni siquiera tenía veinte años cuando fue
ejecutada, pero todavía hoy es recordada y venerada. John F. Kennedy Jr. Murió junto
a su esposa y su cuñada a la edad de treinta y ocho años. Nunca ocupó un cargo
público, pero fue más querido que muchos presidentes. ¿Acaso alguna de estas
vidas ha sido incompleta? Esta pregunta nos recuerda que asimilamos la vida a
un reloj de pulsera y que, por lo tanto, lo medimos y lo juzgamos todo de una
manera artificial. Pero lo cierto es que no sabemos qué lecciones tienen que
aprender los otros, quiénes tenían que ser o de cuánto tiempo disponían. Aunque
nos resulte difícil de aceptar, la realidad es que no morimos antes de tiempo.
Cuando morimos es porque ha llegado nuestra hora.
Nuestro
reto, y se trata de un gran reto, es experimentar con plenitud el momento
actual, saber que este instante contiene todas las posibilidades de felicidad y
amor, y no perder esas posibilidades por nuestras expectativas sobre cómo
debería ser el futuro. Cuando dejamos de lado nuestro sentido de la anticipación,
vivimos en el espacio sagrado de lo que ocurre en este momento.
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