8/8/17

LECCIONES DE VIDA

ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER



QUINCUAGESIMONOVENA ENTREGA



7 / LA LECCIÓN DEL TIEMPO (7)



DK



Frank y Margaret habían estado felizmente casados durante más de cincuenta años. Estaban muy enamorados el uno del otro y eran inseparables. Cuando Margaret contrajo una enfermedad terminal dijo:


-Puedo aceptar mi enfermedad y puedo aceptar que voy a morir. Lo que me resulta más difícil es saber que no estaré con Frank.


A medida que la enfermedad de Margaret avanzaba, ella se sentía más y más inquieta ante la idea de su separación final. Unas horas antes de morir, se volvió hacia Frank, que estaba sentado junto a su cama. Su mente estaba clara y despierta porque no había tomado medicamentos. Le dijo:


-Voy a morir pronto. Y por fin me siento tranquila.


-¿Qué te ha hecho sentirte mejor? -le preguntó él.


-Me acaban de decir que voy a un lugar donde tú ya estás. Tú ya estarás allí cuando yo llegue.


¿Es posible que Frank esté, al mismo tiempo, sentado en la habitación del hospital y esperando a su querida esposa en el cielo? Quizá. Pero también es posible que la cuestión gire en torno a nuestra percepción del tiempo. Para Frank, que vive y respira en el tiempo, quizá pasen cinco, diez o veinte años antes de que vuelva a ver a Margaret. Pero si ella va a un lugar donde el tiempo no existe, quizá le parezca que Frank llega un segundo después que ella. El tiempo es más largo para la persona que sigue viviendo que para la que muere.


Cuando un médico comunica a uno de sus pacientes que padece una enfermedad terminal, los sentimientos de este respecto al tiempo se vuelven muy intensos. De repente le parece que no hay tiempo suficiente. Esta es otra de las contradicciones de la vida: cuando pasamos de lo abstracto a lo real, nos damos cuenta por primera vez de que nuestro tiempo es limitado. Pero ¿sabe de verdad algún médico cuándo a alguien le quedan seis meses de vida? No importa lo que sepamos sobre el promedio de vida de las personas: no podemos saber cuándo moriremos. Tenemos que aceptar la realidad de que no lo sabemos. Algunas veces la lección resulta clara. Cuando estamos a las puertas de la muerte y queremos saber cuánto tiempo de vida nos queda, nos damos cuenta de que nunca lo sabremos. Cuando pensamos en la vida y la muerte de otras personas, a menudo opinamos que murieron antes de tiempo; sentimos que sus vidas fueron incompletas. Pero sólo hay dos requisitos para que una vida sea completa: el nacimiento y la muerte. De hecho, pocas veces decimos que una vida está completa a menos que la persona haya vivido noventa y cinco años y su vida haya sido intensa, de lo contrario proclamamos que la muerte fue prematura.


Beethoven tenía “sólo” cincuenta y siete años cuando murió; sin embargo, sus logros fueron enormes. Juana de Arco ni siquiera tenía veinte años cuando fue ejecutada, pero todavía hoy es recordada y venerada. John F. Kennedy Jr. Murió junto a su esposa y su cuñada a la edad de treinta y ocho años. Nunca ocupó un cargo público, pero fue más querido que muchos presidentes. ¿Acaso alguna de estas vidas ha sido incompleta? Esta pregunta nos recuerda que asimilamos la vida a un reloj de pulsera y que, por lo tanto, lo medimos y lo juzgamos todo de una manera artificial. Pero lo cierto es que no sabemos qué lecciones tienen que aprender los otros, quiénes tenían que ser o de cuánto tiempo disponían. Aunque nos resulte difícil de aceptar, la realidad es que no morimos antes de tiempo. Cuando morimos es porque ha llegado nuestra hora.



Nuestro reto, y se trata de un gran reto, es experimentar con plenitud el momento actual, saber que este instante contiene todas las posibilidades de felicidad y amor, y no perder esas posibilidades por nuestras expectativas sobre cómo debería ser el futuro. Cuando dejamos de lado nuestro sentido de la anticipación, vivimos en el espacio sagrado de lo que ocurre en este momento.

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